JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Si lo que Felipe VI dijo el 3 de octubre de 2017 es cierto, entonces esto es un golpe de Estado donde ganan el autócrata y los enemigos de la nación y de la libertad
El sistema del 78 ha sido ejecutado y encima sus verdugos se hacen los avanzados. No ha durado poco si consideramos tanta peripecia desde 1812, cuando esta nación pasó a ser la reunión de todos los españoles y, así entendida, se declaró libre, independiente y sede de la soberanía.
Contra lo que cabía esperar de un miembro de la UE, el Estado de derecho inaugurado en 1978 en condiciones de plena libertad ha volado. Tenía cuarenta y cinco años. Se acabaron el imperio de la ley, la seguridad jurídica, el respeto a los derechos y libertades fundamentales, el principio de igualdad, la división de poderes, la jerarquía normativa, la independencia judicial y el resto de atributos que el lector instruido conoce de sobra. Esos ingredientes cuya ausencia, aun parcial, es incompatible con la democracia liberal.
Con o sin esperanza, es una obligación ineludible hacer todo lo posible por resucitar al cuerpo que yace a las puertas del Congreso de los Diputados, donde 179 representantes del pueblo español han cometido el crimen. Tras su voto afirmativo a una investidura basada en la aniquilación de la Constitución y de la unidad de España, salen algunos diputados a recrearse con el cadáver y aun a escupir sobre él. Son sujetos despreciables, sí, pero nunca escondieron su pretensión de acabar con España y con la Carta Magna. Los más de los traidores pasan junto al finado como si no estuviera ahí, como si todo siguiera igual, como si no hubieran hecho lo que han hecho. Son mecanismos de autoprotección, sedantes que su propio organismo segrega para evitarles el trauma de pararse a mirar el producto de su cobardía, de su pequeñez, de su falta de valores, de su inviabilidad profesional fuera de la política, de su indignidad. De todo aquello, en fin, capaz de conducir a un legítimo representante del pueblo a dejar de serlo para mantener un escaño de atrezo. El Congreso ha renunciado a su esencia por mayoría absoluta y el investido es un presidente ilegítimo. El equipo de urgencias realiza las maniobras de reanimación; las caras no invitan al optimismo.
La amnistía sobre la que se levanta la investidura desautoriza plenamente al Rey, símbolo de la unidad y permanencia de España. Si lo que Felipe VI dijo el 3 de octubre de 2017 es cierto, entonces esto es un golpe de Estado donde ganan el autócrata y los enemigos de la nación y de la libertad. Reanimación cardiopulmonar en la acera de la Carrera de San Jerónimo. El pueblo, echado a la calle, seguirá ahí, crecido, por muchos infiltrados que envíe Marlaska y por mucho gas lacrimógeno que lance a los ancianos. Ojalá se opere el milagro en el Senado, en el Supremo, en un TC con Pumpido recusado, en el TJUE. Ojalá. Pero hagámonos a la idea: estamos solos. Y aun solos somos libres. Ni el gran traidor, ni sus amigos terroristas, ni sus juristas mercenarios cambiarán eso. A las calles pues, que la historia nos llama.