Ignacio Camacho-ABC

  • Cuando los discursos populistas construyen realidades paralelas, la política ya no organiza la confianza sino la sospecha

Los pájaros que vemos no son reales. En algún momento, el Gobierno los sustituyó por drones con forma de aves que nos espían desde los árboles y de vez en cuando se posan a cargar sus baterías en los cables. Sí, es un disparate. Pero un disparate urdido por un guasón estadounidense que en poco tiempo se viralizó y reunió cientos de miles de seguidores en las redes sociales. Y aunque muchos lo eran para seguir el juego, otros tantos dieron por veraz una teoría conspirativa inventada con deliberado tono delirante para poner a prueba el mecanismo psicológico que a través de los algoritmos de afinidades agrupa tribus dispuestas a dar crédito a cualquier desvarío que encuentren en los circuitos digitales.

El periodista italiano Mattia Ferraresi ha escrito un libro, tan divertido como breve, sobre la creciente tendencia a despreciar la verdad y creer al mismo tiempo en toda clase de explicaciones esotéricas. En Italia llaman ‘dietrología’ –de ‘dietro’, lo que hay detrás de algo– a este fenómeno que hizo estragos allí en los años setenta y ochenta, los de las logias masónicas, el terrorismo de extrema izquierda y extrema derecha, el paroxismo de la violencia mafiosa, las intrigas de la Iglesia y el desvarío popular por las sectas secretas. La obra se llama ‘Los demonios de la mente’, y trata de la obsesión posmoderna por las realidades paralelas con que el populismo está destruyendo la fe en el sistema.

Sucede en ambos hemisferios del espectro político. Cada uno con sus supersticiones y mitos. A un lado, el pensamiento ‘woke’, con sus credos identitarios, su ofuscación con los gigantes del neocapitalismo, sus profecías apocalípticas sobre el clima o sus calenturientas diatribas contra el heteropatriarcado opresivo. Al otro, las paranoias conservadoras: el gran remplazo migratorio, las vacunas como herramienta de control, el consenso científico, Soros y demás fetiches del globalismo. Narrativas similares con actores distintos. La tesis antipositivista de los ‘hechos alternativos’. Un marco mental y discursivo donde la política ya no organiza la confianza ni la convivencia sino la sospecha y la confrontación de enemigos.

El universo digital es el nuevo ‘Matrix’, el campo donde esos demonios mentales corren a sus anchas por la opinión pública contemporánea. Los intermediarios del conocimiento –universidad, intelectuales, expertos–han sido despojados de su simbólico capital de jerarquía; el periodismo sufre una impugnación sistemática y las instituciones convencionales son puestas en cuestión como trampantojos de unas élites desalmadas. En cambio, cualquier relato de conciliábulos misteriosos o tramas furtivas encuentra el eco de una inmediata complicidad iniciática. La gran paradoja de este desanclaje epistémico consiste en que la sociedad más (que no mejor) informada de la historia es la que está socavando las bases de la democracia.