Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
  • Por muchos problemas y defectos que tenga la democracia liberal, y bien sabemos que son innumerables y difíciles, las dictaduras son siempre peores a medio y largo plazo porque mandan quienes mienten por sistema

En febrero de 2022, Vladimir Putin visitó en Pekín a Xi Jinping. A los pocos días Putin invadió Ucrania para derrocar al Gobierno de Zelenski (acusado de drogadicto y judío), instaurar un gobierno títere y anexionar, al menos, la parte oriental del país. Por su parte, Xi estaba a punto de ungirse líder máximo único derogando el límite de dos mandatos presidenciales y el gobierno colegiado del partido único. Tanto Putin como Xi representan dos modalidades de dictadura con pasado comunista; sin embargo, ambos intentaron presentarse como campeones de la “verdadera democracia”.

El comunicado conjunto titulado “Entrando en una Nueva Era de Desarrollo Sostenible Global” (aquí, versión oficial en inglés), sostiene con galáctico descaro que “que la democracia es un valor humano universal, más que el privilegio de un número limitado de Estados, y que su promoción y protección es una responsabilidad común de toda la comunidad mundial. (…) No existe un único modelo que guíe a los países para establecer la democracia. Cada nación puede elegir las formas y métodos de implementar la democracia que mejor se adapten a su estado particular, en función de su sistema social y político, sus antecedentes históricos, tradiciones y características culturales únicas. Solo el pueblo de un país puede decidir si su Estado es democrático.” Enseguida se vio que esta lección teórica sobre la verdadera democracia era la maniobra ideológica del ataque contra Occidente vía Ucrania, y del acoso militar a Taiwan.

Puede parecer mera hipocresía, pero este burdo intento de engaño ideológico -que aquí comparten extremistas de izquierda y derecha unidos por el llamado antiglobalismo– representa un intento de apropiación del ideal democrático, perseguido en la práctica en ambas dictaduras. Es un reconocimiento de que, con todos sus endiablados problemas, la democracia es el estadio superior de la organización política, que no el socialismo, el comunismo o el nacionalismo imperialista, sea ruso o chino. Así pues, la creencia en que la democracia está en decadencia o es inferior a las dictaduras es más propia de la opinión occidental que de las dictaduras hostiles.

No es la decadencia, más bien es el populismo

Es cierto que las democracias dan muchas razones para transmitir sensaciones de decadencia y crisis irremediable. Y por otra parte, el de la decadencia es uno de los grandes mitos de la humanidad (por desgracia, no podemos abordarlo aquí), inclinada a creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. El auge del populismo y de sus ideologías extraviadas e iliberales abona esta sensación, unida a errores garrafales de geoestrategia. Señalemos dos: la alegre dependencia alemana del gas ruso, que convenció a Putin de que tenía atrapada la voluntad occidental por donde más duele, la dependencia energética, y el desastroso abandono de Afganistán de 2021, decidida por Estados Unidos (planeada por Trump y ejecutada por Biden). Ambos errores se basaban en ideas baratas: la dependencia alemana en la demonización de la energía nuclear (mientras se promovía el pánico climático a lo Thunberg); la desbandada de Afganistán, en el cómodo autoengaño del pacto con los talibanes, esos caballeros yihadistas.

Rusia y China han intentado crear, y con bastante éxito, una intelligentsia favorable a sus intereses, como el Grupo de Puebla o el Foro de Sao Paulo

Rusos y chinos no solo conocen muy bien la importancia de las falsas creencias en la opinión occidental, sino que, y como cada día está mejor documentado, las cultivaron subvencionando a medios, grupos y políticos populistas que las cultivan. No son los únicos, claro está: Irán o Venezuela han regado generosamente a los grupos iliberales en una nueva versión de Guerra Fría ideológica digitalizada. Todas las dictaduras están muy interesadas en desestabilizar democracias, por ejemplo a España (y Europa de paso) con el separatismo catalán. Rusia y China han intentado crear, y con bastante éxito, una intelligentsia favorable a sus intereses, como el Grupo de Puebla o el Foro de Sao Paulo. Internet da grandes oportunidades a la intoxicación paulatina y masiva, al estilo del polonio asesino de Putin. No es ninguna novedad que los enemigos de la democracia exploten a fondo las oportunidades que brindan las imprescindibles libertades de expresión, prensa y asociación. ¿Pero significa esto que la democracia está en irremediable declive y decadencia? Nada más incierto.

Cuando las tropas rusas asaltaron Ucrania en febrero pasado, Putin y su camarilla estaban convencidos del colapso del Estado ucraniano, porque Occidente -una sociedad reblandecida por la riqueza, el pacifismo hedonista y el libertinaje sexual- rechazaría ayudar de verdad a Zelenski y los suyos por miedo a las represalias rusas, que contaba con el apoyo chino, y a la extensión de la guerra. Pero no fue así. Al contrario: en una reacción sorprendentemente rápida, Estados Unidos y la Unión Europea acordaron proporcionar masiva ayuda militar y financiera a Ucrania; unida a la voluntad de resistencia del joven país, convirtió el paseo militar ruso en una pesadilla rusa.

Engañarte con tus propias mentiras

Parece evidente que Putin se autoengañó con sus propias filípicas sobre la decadencia moral y política de Occidente. Como un tuitero panoli convencido de que su sesgo de confirmación es verdad universal pura y cristalina, dio por hecho que la demostración de fuerza bastaría para hundir la voluntad de resistencia. No es muy distinto de lo que pensaron en su día Hitler Mussolini, por cierto. También convenció a Xi, aunque el fracaso ruso parece haber llevado a China a un realismo prudente: resulta que la decadencia de Occidente, con su democracia homosexual y drogadicta, no está nada clara. Por si fuera poco, ha logrado afrontar la pandemia de covid19 mucho mejor que China con su quimérica estrategia del “covid cero”, que encubre una sanidad muy deficiente y una brutal dictadura tecno-policial.

Por muchos problemas y defectos que tenga la democracia liberal, y bien sabemos que son innumerables y difíciles, las dictaduras son siempre peores a medio y largo plazo porque mandan quienes mienten por sistema, incluso a sí mismos, y la mentira acaba arruinando al mentiroso. Es aquella observación lúcida y algo cínica de Winston Churchill: la democracia es el peor sistema político… una vez excluidos todos los demás.

Lo que está en decadencia es, en realidad, la dictadura: Putin fracasa en Ucrania y pone a su país en la tesitura más difícil posible; Xi renuncia al “covid19 cero” por el coste económico y político y, aún más relevante, por temor a la desobediencia civil general. No muy lejos, la ciudadanía de Irán da un ejemplo al mundo con la rebelión cien por cien democrática contra la hierocracia de los ayatolás, y la dictadura cubana se hunde en las miserias que ha impuesto. El verdadero problema de la democracia no es la decadencia, sino la falta de exigencia consigo misma y de confianza crítica en su superioridad política.