- No es fácil que este proceso, aunque bien les gustaría a sus promotores, conduzca a Venezuela
Son tristes tiempos aquellos, como el nuestro, en los que hay que ocuparse tanto de política. Suceden muchas cosas, pero muy pocas son las verdaderamente importantes. Y las otras desvían con frecuencia la atención. Son cosas que pasan, pero no son lo que pasa.
Para muchos españoles, acaso la mayoría, padecemos un Gobierno pésimo. Omitiré la relación de los desmanes que podrían justificar semejante dictamen. La lista sería necesariamente incompleta y el lector la conocerá con seguridad. El Ejecutivo vive sumido en la corrupción, partido en dos y sometido al despotismo parlamentario de sus aliados. Creo que esto sucede, pero no es todo lo que sucede. Se trata de un proyecto acordado y decidido en tiempos de Rodríguez Zapatero. Lo repetimos algunos, pero es necesario insistir. Este proyecto consiste en la introducción de la ETA y el separatismo catalán en las instituciones del Estado y en la exclusión de la derecha. Naturalmente, esto sería la liquidación del espíritu de la Transición y del régimen de 1978. En esto la extrema izquierda ha sido coherente. El PCE de Santiago Carrillo fue uno de los protagonistas de este proceso constituyente, pero, al hacerlo, dejó de ser la extrema izquierda, si es que lo era antes. Los más a la siniestra denunciaron el proceso como una trampa de la derecha y del franquismo siempre han impugnado la Transición. Lo sorprendente es que ese designio se impone ahora bajo la dirección del PSOE. Creo que bien puede hablarse de una traición a la reconciliación, a la Constitución y a la democracia. Este es el proyecto y esto lo que nos pasa. Se puede ver, no ver o no querer verlo.
Una de dos: o España es una democracia o no lo es. Y si lo es, una nueva transición y un cambio de régimen conducirían necesariamente a algo que no sería una verdadera democracia, a una democracia nominal, pero no real, falsificada, «vaciada». No es fácil que este proceso, aunque bien les gustaría a sus promotores, conduzca a Venezuela. Lo dificultan, al menos, la pertenencia de España a la Unión Europea y, confío, en la negativa de la mayoría de los españoles. Pero sí puede conducir a un sucedáneo de democracia vacía de contenido real. Aparentemente, todo seguiría igual, pero nada seguiría verdaderamente igual. El Frente Popular se apropiaría del poder convirtiéndose en el nuevo régimen. Y no habría más oposición que la interna a él, como ahora sucede más o menos en el seno del Gobierno. La oposición de derechas quedaría ilegalizada de hecho o de derecho. En cualquier caso, sería tildada de anticonstitucional, hostil al régimen y, por tanto, antidemocrática. Quedarían reducidos a mera apariencia la oposición, el control jurídico del Gobierno, la división de poderes y se limitaría muy estrictamente la libertad de expresión. Y los derechos humanos serían los que el Gobierno decida que sean. En lugar de límites al poder, concesiones del Estado.
Todo esto no son atormentadas conjeturas o alucinaciones paranoicas. Es lo que está pasando y lo que en su día se pactó. Menos mal que este proceso indecente se encuentra todavía en su camino ante un terreno minado de justicia y legalidad. Pero solo todavía. En primer lugar, se encuentra frente a su propia incompetencia y corrupción. La miseria en España avanza día a día. Los datos no son discutibles. Pueden, y deben leerse, los informes de Cáritas sobre la pobreza en España, aunque al Gobierno todo eso le quede muy lejos. El Tribunal Constitucional ya ha caído en sus manos. Ahora los siguientes objetivos son la Justicia en general y el Tribunal Supremo en particular, deslegitimar a toda la derecha, apretar el control a los medios de comunicación, marginar a lo que queda de la izquierda decente y, al final, acabar con la Monarquía. Todo esto no es fácil, pero tampoco imposible.
Nada de eso sería ni siquiera posible si no existiera una grave crisis intelectual y moral en buena parte de la sociedad española. Lo malo es que esta regeneración necesaria, en el caso de que se llegue a producir, llevará algún tiempo. Pero la condición fundamental para derrotar al proceso es el reconocimiento de que no estamos solo ante un Gobierno braceando entre la corrupción y la incompetencia, que hace todo lo que puede para mantenerse en el poder, sino frente a un proyecto de cambio de régimen.