La demostración

IGNACIO CAMACHO – ABC – 30/09/15

· El subconsciente de Junqueras ha desnudado la verdad: el soberanismo no trata tanto de huir de España como de su justicia.

Son de pensamiento simple. El nacionalismo, que no es una ideología sino una creencia, funciona con esquemas mentales pueriles, asociados a sentimientos primarios. El más elemental es el de nosotros/ellos, la dualidad esencial de la tribu que permite identificar a buenos y malos con un sencillo mecanismo de pertenencia. Ellos, o sea, los otros, son los malos, claro. Los que les roban, los desprecian, los odian, los oprimen. O los juzgan, cómo se atreven: los someten a su arbitraria justicia de seres ajenos y de leyes ajenas y, por ello, ilegítimas y perversas. Se llama xenofobia pero no lo saben.

En la última Diada, los independentistas dejaron una huella nítida de esa mentalidad intelectualmente básica. Aquel vídeo de instrucciones para acudir a la manifestación que, como señaló con crueldad vitriólica Arcadi Espada, parecía elaborado para personas con cierta inmadurez cognitiva. Fue un éxito: salieron cientos de miles de ciudadanos a la calle y cumplieron con escrupulosa disciplina aquellas consignas prescritas en lenguaje de Barrio Sésamo. Todos ellos creen con toda confianza que la independencia les hará seres más libres, más ricos, más honestos y hasta más sanos. (Y a algunos, más impunes). Con la misma intensidad narcisista rechazan cualquier razonamiento que cuestione los cimientos su fe, simplemente porque viene de los otros, de los españoles, de los malos. Esos mismos que ahora pretenden enjuiciar a Artur Mas en sus espurios tribunales para vengarse de su irreductible determinación emancipadora.

Todos los argumentos exculpatorios esgrimidos ayer por los portavoces nacionalistas en defensa de su líder eran de una simpleza tan alarmante como eficaz. Una paranoia victimista, sesgada y antijurídica que por su intrínseca majadería compromete mucho más a quien la acepta que a quien la enuncia. Los que formulan ese pedestre maniqueísmo son unos cínicos, porque se trata de gente tan consciente de la torpe inconsistencia de su cháchara como de que ésta va a tener crédito entre unos correligionarios previamente adoctrinados en una irracionalidad desvariada. Pero su cinismo tiene una justificación pragmática: esa mema elementalidad propagandística, ese discurso de guardería, les ha bastado para lograr que la mitad de sus conciudadanos respalde su proyecto con la ciega cohesión emocional de un grupo de hooligans.

De entre todos los dirigentes secesionistas ha habido, sin embargo, uno que acaso traicionado por el subconsciente ha dicho la desnuda verdad. Ha sido Oriol Junqueras, esa especie de sanchopanza que escolta con utilitario ventajismo la solemne mística aventurerista de Mas el mártir. «La imputación es la demostración de por qué Cataluña debe ser independiente». Al fin un arrebato de sinceridad transparente, de franqueza prístina. Acabáramos: el corrupto régimen soberanista no está huyendo de España sino de su justicia.