Guillermo Gortázar-El Español
  • La derecha debe abandonar el desconcierto y abrazar el reformismo. Toca diseñar un liderazgo y una propuesta de país capaz de adaptarse al Nuevo Orden Mundial.

La reelección de Donald Trump y la guerra de Ucrania (las guerras son reveladoras para entender, interpretar y aprender de la Historia) han descolocado a la Unión Europea y particularmente a España.

En la derecha política hay episodios ridículos, casi surrealistas, como el de un dirigente conservador que recomendaba al obispo de Roma que nombrara obispesas.

Otros episodios son de más enjundia y sorprendentes, como el del presidente José María Aznar, que prefería el triunfo electoral de Kamala Harris al de Trump.

Es interesante observar cómo los cambios políticos de los últimos dos meses han desconcertado a los políticos conservadores, pero también a la opinión pública.

Esto se debe a la ausencia de un liderazgo político clarificador. Si los profesionales de la política están en Babia, es lógico que la sociedad esté también confundida.

Desconcertada.

Los conservadores españoles han pasado en estos últimos cincuenta años por varias etapas.

En 1975, la derecha fue reformista y triunfó.

En 1982, Alianza Popular tardó ocho años en encontrar una propuesta de alternativa política con reformas liberales en el Congreso del PP de Sevilla de 1990 y triunfó en 1996.

En 2004, los dirigentes de la derecha política cayeron en la perplejidad, que superaron gracias al desastre de José Luis Rodríguez Zapatero en 2011.

En 2017, Soraya Sáenz de Santa María decidió dónde poner el bolso en el Congreso después de que Mariano Rajoy destruyera el mayor éxito de Aznar: unir al centroderecha.

Desde 2017, la derecha en España no ha levantado cabeza.

Después del sorprendente episodio de Pablo Casado, enfrentado a la presidenta Isabel Díaz Ayuso en Madrid, uno de sus mayores graneros de votos, el PP no consigue el gobierno de la nación ni siquiera cuando gana las elecciones.

En 1990, el PP tuvo un claro proyecto reformista y atlantista. Hoy, a pesar de que la crisis de la izquierda y del régimen de 1978 es mucho mayor, no se aprecia una voluntad reformista clara.

Más bien se aprecia un desconcierto contagioso.

Tal parece que la ensoñación europeísta (aquello de los Estados Unidos de Europa y la Constitución Europea) sigue cegando a los responsables conservadores.

Se impone un amplio y serio debate sobre qué se ha hecho mal en el seguidismo de los verdes y los socialdemócratas europeos.

Ha tenido que ser un vicepresidente de los Estados Unidos el que llame la atención sobre una evidencia: hay una amplia parte de la sociedad europea que clama por cambios razonables en las políticas de inmigración, energía y gobernanza.

Que pide menos impuestos, menos regulación y menos intervencionismo.

«Hay una crisis de la democracia liberal en Occidente. Pero a los españoles nos toca resolver nuestros problemas y mejorar la calidad de nuestra democracia»

En España, un desinhibido y podemizado Pedro Sánchez ha permitido visualizar, poniendo de relieve, un defecto de nuestra democracia que arrastramos desde 1977: un caudillismo presidencial, contrario a la división de poderes que consagra la Constitución. Un presidencialismo invasor de todas las instituciones, del Parlamento y de los órganos regidores de la justicia.

Y todo ello agravado por la dependencia política de partidos nacionalistas periféricos.

Hay una crisis de la democracia liberal en Occidente. Pero a los españoles nos toca resolver nuestros problemas y mejorar la calidad de nuestra democracia.

El primer paso se ha dado gracias a que se ha instalado en la opinión pública el debate sobre la concentración de poder y la colonización de las instituciones.

Cuando un régimen político da señales de agotamiento, de serias deficiencias, se alumbran tres salidas posibles: el continuismo, la ruptura o la reforma.

La opción rupturista es la menos probable. La Constitución es resistente y la Corona es una garantía de estabilidad y unidad nacional. Por si fuera poco, la opción rupturista se vincula a la República, y es evidente que sus promotores son poco relevantes en lo que se refiere a influencia social. Nótese que en 1931, la República era demanda por líderes muy influyentes de la intelectualidad y la burguesía: Ortega y GassetAzañaAlcalá Zamora y Miguel Maura.

Nada de eso existe hoy en España, lo que indica que nuestra actual crisis es muy inferior a la de 1931.

El continuismo del caudillismo presidencial es una opción atractiva para los líderes políticos y su cohorte de seguidores. El líder del cambio de una nueva mayoría parlamentaria, cuando accede al complejo de la Moncloa, casi como si fuera un milagro, queda fascinado por el despliegue de poder: director de un periódico decisivo (el BOE), gran elector de todos los cargos del Estado y administrador de un presupuesto de 695.000 millones de euros.

Queda por último la reforma. La experiencia demuestra que la revolución y la ruptura conducen al desastre, como padecimos en la Primera y Segunda República. Las experiencias reformistas de 1834, de 1876 y de 1977 fueron lo mejor que los políticos españoles han alumbrado en la España contemporánea.

La derecha debe abandonar el desconcierto y abrazar el reformismo. Es el momento del diseño de un liderazgo y de una propuesta reformista sobre la base de la experiencia de lo que ha funcionado bien y lo que precisa cambios: democratizar los partidos, retornar a un sistema de centro, evitar la polarización y someter al Ejecutivo a los controles propios de una monarquía parlamentaria.

En los próximos años, un Nuevo Orden Mundial requerirá una definición clara de nuestras alianzas y posición internacional.

Nuestra democracia tiene el reto de la mejora de la convivencia de una sociedad compleja en el marco de la competencia global de los Estados nación.

El prestigio institucional y una educación de calidad serán las claves del progreso y de nuestra reputación internacional.

*** Guillermo Gortázar es historiador. Su último libro es ‘Un veraneo de muerte. San Sebastián 1936’.