Lo más sensato sería que nadie intentara jugar con la radicalización de la derecha. Tanto el PP como el PSOE tienen mucho que perder. Unos deben contener la tentación de alentarlo secretamente, y otros hacer un desmarque nítido de los inaceptables comportamientos registrados en Madrid, que crean tensiones innecesarias para la convivencia.
Los graves incidentes registrados durante la manifestación convocada en Madrid por la Asociación Víctimas del Terrorismo han generado una polémica acerca de las causas que los motivaron. No fueron pocos -en el País Vasco más que en otras partes- los analistas, tertulianos y políticos que hablaron de inmediato de renacimiento de la extrema derecha o de la reaparición de un franquismo sociológico que se supone subyacente a la espera de salir a la superficie a dar dentelladas.
Tres décadas después de la muerte de Franco, los fantasmas del extremismo de la transición parecían haberse materializado de nuevo en las calles de Madrid, aunque a medida que pasan los días abundan, en cambio, las interpretaciones que consideran que los incidentes respondieron a una expresión de malestar de sectores de la derecha, sin que ello los haga menos reprobables.
A algunos de los que defendían que se trataba de la reaparición de una extrema derecha violenta, la idea parecía complacerles más que preocuparles. Es posible que haya quien haga cálculos políticos basados en un PP radicalizado hacia la derecha y abandonando el centro político moderado de donde salen los votos que dan o quitan el poder. En la medida en que el PP se deje arrastrar por esa corriente, sus posibilidades de competir eficazmente con los socialistas se hacen menores.
Por eso no es descartable que algunos despachos de estrategia acaricien la idea de crear las condiciones que empujen al PP en esa radicalización como forma más segura de mantener a este partido lejos de cualquier expectativa razonable de volver al Gobierno.
En política hay pocas cosas nuevas y esta estrategia tampoco lo es. Mitterrand jugó en su día a darle aire al extremista Le Pen para dividir los votos de la derecha francesa. Fue un juego a corto cuyo coste han pagado los propios socialistas franceses que, en las últimas presidenciales, fueron derrotados por el líder del Frente Nacional y se vieron obligados a apoyar con sus votos al candidato de la derecha, Jacques Chirac. La extrema derecha francesa se nutre en buena parte de votantes tradicionales de la izquierda que viven conflictos sociales con los colectivos emigrantes. Si, por desgracia, apareciera en España un movimiento de este tipo su composición sociológica no sería muy distinta a la francesa y arrastraría sin duda a votantes de izquierda.
Todos tienen mucho que perder, tanto el PP como el PSOE. Así pues, lo más sensato sería que nadie intentara jugar con este fuego que puede terminar quemando a unos y otros. Unos deben contener la tentación de alentarlo secretamente y otros hacer un desmarque nítido de los inaceptables comportamientos registrados en Madrid que, además de crear tensiones innecesarias para la convivencia democrática, se convierten en un bumerán que perjudica al propio PP.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 31/1/2005