Ignacio Camacho-ABC
- Hay un aire de fin de ciclo, de desastre en este aquelarre de un partido abierto en canal ante el estupor de sus votantes
Pues sí, podían hacerlo peor que en Castilla y León, bastante peor. Podían reducir la colección de chapuzas y errores de estas semanas a gazapos insignificantes. No parecía fácil pero nunca es conveniente minimizar las facultades de estos virtuosos del desastre que en menos de veinticuatro horas se han demostrado capaces de organizar un suicidio colectivo en directo, una catarsis de guerra sucia y chantajes propia de famosetes cornudos en ‘Sálvame’. Un espectáculo de política ‘gore’, un aquelarre donde la reputación de un partido de apariencia respetable ha saltado por los aires bajo la mirada regocijada de los adversarios y la estupefacción de unos votantes horrorizados ante el certificado de continuidad que el PP acaba de extender a Sánchez.
Y hay responsables. Y han estado sembrando cizaña, divulgando presuntas corrupciones por todo Madrid durante semanas. Y no han logrado encontrar, ni con pesquisas de apariencia irregular, el modo de demostrarlas. Y si no las demuestran tienen que irse aunque a estas alturas su marcha sirva de poco o nada. La hecatombe es de tal dimensión que no se soluciona con dimisiones secundarias. Afecta a Casado, a García Egea y a su cinturón de confianza, sospechosos de haber intrigado contra su dirigente mejor valorada.
El problema es que tras la salida en tromba de Ayuso nadie va a resultar indemne. Tal vez haya pecado de sobreactuación victimista -ese toque a lo Lady Di-, una estrategia de bombardero kamikaze estrellado contra su jefe, pero mientras no existan pruebas concluyentes tiene derecho a defenderse. El caso es que ya todo el partido, desde el líder al conserje, sale salpicado de arriba abajo por este ventilador de heces.
El despliegue de torpeza y/o mala fe ha superado todos los tópicos sobre los enemigos internos pero reduciéndolos a un chapucero esperpento de ‘carromeros’, chiquichancas y aprendices de mortadelo. Alguien ha preferido derribar el templo de los filisteos antes que ceder en el forcejeo por un miserable congreso. Se equivoca el que haya pensado que va a sobrevivir al destrozo; quizá no lo logre siquiera el que herede el barbecho de un partido fracturado sin remedio. Hay daño para mucho tiempo.
Porque el escándalo amenaza con condenar al fracaso la esperanza de millones de ciudadanos al averiar la alternativa a un Gobierno incompetente, mentiroso y sectario. Y no es complicado imaginar quiénes serán los beneficiarios, a uno y otro lado del espectro ideológico, de los estragos que esta reyerta navajera causará en el segmento social moderado. Es un capítulo de final de época. El verdadero fin de ciclo de una cierta derecha incapaz de superar la maldición de la calle Génova. Y antes de que el voto huérfano -también el de Cs- se refugie en el populismo urge una refundación que ofrezca a los liberales españoles un espacio político equilibrado, serio, y, sobre todo, limpio.