José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El futuro de la derecha es unificarse por el procedimiento ‘aznariano’ y adoptar un discurso y una estrategia ‘macronista’
Miguel Ángel Quintanilla Navarro es un excelente politólogo que define así lo que le ocurre a la derecha española: “Evidencia a lo que en medicina se conoce como el ‘síndrome de Popeye‘, por el famoso dibujo animado. Es una afección grave que afecta al músculo, al tendón y a las articulaciones desde el hombro hasta el codo. La apariencia es de un gran desarrollo del bíceps, pero la realidad es que se ha producido un desgarramiento de un tendón que une el músculo con el hombro y el codo. El músculo se retrae mecánicamente, carece ya de flexibilidad y fuerza, por mucho que su aspecto primario parezca indicar justo lo contrario: ha quedado sin flexión, sin extensión y sin fuerza. Una derecha que supo fusionarse y ganar fue llevada a la confusión y a la pérdida del Gobierno, y ahora al desgarro y la parálisis. Aunque a una mirada superficial pueda parecerle una derecha que enseña músculo, lo que enseña es una desgarro traumático y severo”.
El diagnostico de Quintanilla, director del Instituto Atlántico, es acertado. Ocurre que ya no hay una derecha sino tres y todas ellas juntas representan, mal unidas y desafectas entre sí, un brazo musculoso pero roto como el de Popeye. El PP, que fue el paraguas de la derecha democrática española, y seguramente por las consecuencias de un proceso de deterioro que arrancó incluso antes de las peores épocas de Rajoy pero que con la mala gestión de la corrupción interna, la crisis de Cataluña y la desastrosa forma de su expulsión del poder ha estado a punto de entrar en implosión, presenta la peor patología de todas. De sus entrañas ha salido Vox, un partido de señoritos de Madrid y Sevilla, reactivo, apelativo de la España eterna y con ribetes confesionales a la polaca, a la que los populares deberían reabsorber en los próximos años porque es una formación sin pies ni cabeza que carece de puntos de coincidencia con el lepenismo, con Salvini, con los ultras flamencos o británicos y solo encuentra conexiones con el conservadurismo extremo de Varsovia y Budapest.
Ya no hay una derecha sino tres y todas ellas juntas representan, mal unidas y desafectas entre sí, un brazo musculoso pero roto como el de Popeye
Vox se entiende a la perfección con el PP y sus pactos van a ir viento en popa, sin problemas, porque la hermandad que le reconoce Casado a Abascal es un rasgo de pragmática sinceridad y el primero necesario para la reunificación que se producirá, precisamente, por vía de acuerdos para compartir el poder municipal y autonómico. El centrismo revivido del PP es compatible con el reconocimiento del ADN similar en Vox. Ambos se necesitan, y llegarán a entendimientos sin más dificultades que las que plantee Cs, donde sea necesario. En definitiva, Casado es consciente del diagnóstico Popeye que afecta a la derecha que representa su partido y va a tratar de que la extensión y funcionalidad de esa derecha que hace masa con Vox tienda a la unificación. Esta semana de pactos va a demostrar que los dos partidos se sienten solidarios en una ascendencia común. Abascal es tan del PP como cualquiera y los ‘centristas’ populares que le hacen ascos (Feijóo, Alonso, Moreno Bonilla ‘et alii’) sería mejor que miren a su propio patio trasero en vez de ponerse estupendos ante un Casado que ha salvado los muebles después del ominoso bolso de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría ocupando el escaño azul del censurado Mariano Rajoy.
Ciudadanos y Rivera forman parte del brazo hipertrofiado de Popeye. Su electorado es mixto, procede del PP, del socialismo y de despistados de la política que creyeron ver en la formación naranja algo nuevo que se ha hecho convencional y en cierto modo ya muy viejo. El propósito del presidente de este partido es desbancar a Casado y hacerse con el liderazgo de la derecha. Tal propósito no es compatible con nada de lo que hace. Y especialmente con sus melindres —un tanto hipócritas— con Vox, de cuantas ayudas se beneficia y se beneficiará. En todo caso, liderar la derecha en este país implica absorber a la extrema derecha de Vox y eso se hace o alejándola del ámbito de los pactos de gobierno, sean del nivel que sean, o imitando a Casado que no los expulsa sino que hace comandita con Abascal, Espinosa de los Monteros y Javier Ortega. Si su radio político es el brazo tonto de Popeye, Ciudadanos será subalterno, aunque obtenga recompensas como el Ayuntamiento de Madrid o flirtee con el PSOE en algunas comunidades autónomas.
Es verdad que la izquierda también presenta una apariencia de solidez que no se corresponde con la realidad (Unidas Podemos está en crisis abierta y el PSOE ha ganado las elecciones generales insuficientemente y las autonómicas de manera discreta), pero la articulación de la derecha, aunque obtenga difíciles combinaciones de poder en estos días insomnes de pactos, está bajo una evidente precariedad operativa (equilibrios inestables para acordar estrategias conjuntas), con un discurso indeciso y contradictorio y partida en tres cuando su mejor historia fue aquella en la que superó su fragmentación. Falta por saber si Ciudadanos es una pieza separada del brazo de Popeye o entra definitivamente en la ecuación de la derecha cuyo único futuro posible es unificarse ‘aznariamente’, en el procedimiento, y al modo ‘macronista’, en lo ideológico y estratégico.