IGNACIO CAMACHO-ABC
- Ni la moderación liberal es compatible con el pataleo pancartero ni un incendio se ha apagado nunca con más fuego
Una derecha democrática no organiza escraches. Una derecha democrática protesta cuando sea necesario en las calles, pero no intenta rodear el Congreso ni acosa las sedes de los partidos rivales aunque a ella se lo hayan hecho antes. Una derecha democrática sabe defender sus ideas y lo demuestra sin explayarse en ofensas groseras o improperios de taberna. Una derecha democrática se cabrea como cualquiera pero lo manifiesta con respeto e inteligencia. Una derecha democrática enarbola siempre la bandera de la educación, la civilidad y la convivencia. Una derecha democrática es lo bastante perspicaz y experta para impedir que se le adhieran ultras camorristas y demás bandas violentas que sirvan de pretexto a la agitación propagandística de la izquierda. Una derecha democrática, en fin, controla sus desahogos para que no creen problemas y condena con firmeza las algaradas que han desvirtuado la legitimidad de sus recientes concentraciones madrileñas.
Porque ésa es exactamente la clase de episodios que Sánchez necesita para desviar el foco de sus indignas negociaciones con los delincuentes separatistas. Nada le viene mejor que hacerse la víctima en una situación que se le empieza a volver crítica ante la crecida del rechazo social a la amnistía. Su estrategia consiste en sembrar la discordia entre la ciudadanía sometiéndola a una polarización paroxística y presentando a la oposición como una indeseable coalición de radicales, reaccionarios y extremistas. Ya ha dinamitado todos los espacios de acuerdo propios de un orden político civilizado, y ahora pretende reforzar el enfrentamiento concediendo la impunidad a los autores de una insurrección contra el Estado a cambio de que lo ayuden a renovar su mandato. Ha convertido el país en un campo de trincheras ideológicas y sociales, un baldío minado por el enfrentamiento binario, y está dispuesto a ahondar en esa suicida dialéctica de bandos. A él no le importa, incluso le va bien, pero si alguien no pone algo de cordura existe riesgo de que el clima de antagonismo cismático se nos acabe yendo a todos de las manos.
Y una vez más corresponde a la derecha democrática constituirse en cauce racional del descontento. A nadie se le escapa la dificultad del empeño; sin embargo esa tarea no se puede llevar a cabo con los mismos métodos que utiliza el sanchismo en su ánimo de desencuentro. La presión callejera pierde su efecto cuando se convierte en una mera canalización del derecho al pataleo. Si se recurre a ella ha de ser con un sentido estratégico articulado como respaldo de un discurso responsable, institucional y sereno, con modos y formas correctos, a la altura de la delicadeza del momento. Se trata de desenmascarar a Sánchez, no de fortalecer la impostura de su doble rasero. Ni la moderación liberal es compatible con el revuelo pancartero ni un incendio se ha apagado nunca con más fuego.