Antonio Burgos, ABC 07/11/12
Parece que si decimos «deriva soberanista», los separatistas catalanes se quieren separar… pero poquito.
QUÉ éxito está teniendo el idioma tertulianés… Claro, tantos en tantos micrófonos repitiendo las mismas chorradas, muletillas y tópicos, que si «dicho lo cual», que si «poner negro sobre blanco», que si «la envergadura», el «hondo calado» o el «largo recorrido» acaban contaminando la lengua española. Idioma tertulianés que, además, le viene como el azúcar a los calentitos a la cobardía ambiente que hocica ante el obligatorio lenguaje oficial de la dictadura de lo políticamente correcto. Digo todo esto por la expresión «la deriva soberanista». Madre mía morena de Montserrat, ¡qué éxito tiene en Madrid la palabra «deriva» para dorar la píldora a la crema catalana del separatismo! Si algo me da miedo del separatismo catalán no es tal sentimiento, sino el pánico que tienen los españoles del resto del Reino a llamarlo por su viejo nombre. Aquí es donde ha venido providencialmente la voz tertulianesa de «la deriva».
Todos dale que te pego con «la deriva soberanista» y la «deriva independentista» y ya vamos por «la internacionalización del conflicto». Que me suena a cuando la ETA le decía «el conflicto vasco» a querer quitarnos del tabaco a algunos, mandándonos a los pistoleros del Comando Andalucía a domicilio y a portes pagados. Como dicen amor cuando quieren decir sexo, usan «deriva soberanista» porque le tienen miedo a llamar a las cosas por su nombre y decir algo tan antiguo, tan manoseado y fracasado como «separatismo catalán».
Yo no sé tanto de lenguaje como García Calvo, alias Don Agustín, que fue mi genial y estrafalario profesor de Latín y Griego en la Facultad de Letras de Sevilla. Pero con lo que me enseñó Don Agustín, que por cierto me dio matrícula en ambas asignaturas, pienso que estamos ante otra derrota colectiva en la habitual batalla del lenguaje. Perdimos la batalla del lenguaje ante la ETA, y España entera, la España que ponía la nunca a las pistolas, rompió a hablar como los asesinos, que si «cúpula militar», que si «comando», que si «impuesto revolucionario». Ahora estamos perdiendo la batalla del lenguaje ante el separatismo catalán. Nos estamos poniendo, como ellos, al otro lado de la segunda raya de picadores de la Constitución.
Aceptar como animal de compañía (e incluso de batallón, general Mena) las voces «independentismo» y «soberanismo» es ponerse al otro lado del Ebro y de la trinchera rompepatrias. No, miren ustedes, señores de la monserga del tertulianés: en el resto de España, al «independentismo» y al «soberanismo» de Cataluña debemos llamarlo por su nombre de toda la vida: «separatismo». Derribemos dictadura de lo políticamente correcto. Parece que si decimos «deriva independentista» y «deriva soberanista», los separatistas catalanes se quieren separar… pero poquito, como el caso de la mujer asesinadita . En cambio si decimos «separatismo», es que estamos viendo cómo se rompe el mapa de España, sin que nadie cante: «Jalisco, no te rajes».
Aunque las palabras las carga el diablo. Esta «deriva» suena más a locución adverbial: «A la deriva». Que es «sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias». España va a la deriva con la deriva. Como que estoy por poner en boca de Cataluña el final rotundo del perfecto soneto de amor oscuro de Rafael de León, y que le diga al miedo de la acobardada España: «Lo nuestro es navegar sin encontrarnos,/ a la deriva, amor, a la deriva».