La deriva totalitaria del nacionalismo catalán

JOSÉ ANTONIO SENTÍS, EL IMPARCIAL 28/11/13

· Me enseñaron hace tiempo que los periodistas no eran noticia, lo que es gran verdad en una democracia con libertad de expresión. Desgraciadamente, los periodistas sí son noticia en las guerras donde mueren y en los Estados totalitarios, como objeto de represión. Y, mire usted por dónde, algunos periodistas han sido noticia aquí, entre nosotros, en la España constitucional subdivisión Comunidad Catalana, por obra y gracia de un comité censor autotitulado Consejo Audiovisual Catalán, CAC en sus siglas.

El tal Consejo emanado de la legislación local catalana ha decidido elaborar y exponer públicamente con gran ruido un informe contra algunos destacados comunicadores españoles, afincados en Madrid, y contra otros no tan relevantes, puesto que a mí me incluye. Los otros y más importantes sujetos pacientes de su diatriba son Federico Jiménez Losantos, Alfonso Merlos, Xavier Horcajo, Melchor Miralles, Gabriel Albiac, Hermann Terstch y una diputada de Ciudadanos, Inés Arrimadas.

Según parece, la gran acusación del informe es la incitación al odio y la banalización del totalitarismo. Para que nos entendamos, el tal CAC se cuida mucho en reprochar que haya críticas al nacionalismo catalán, como, por ejemplo, a sus reflejos totalitarios, sino se queja de que se banalice el totalitarismo al hablar de los nacionalistas.

La realidad es justo al revés, pero el órgano censor constituido en el oasis catalán no puede entenderla o se cuida de revelarla, porque vive en la realidad virtual de Matrix. No se banaliza el totalitarismo cuando se habla del nacionalismo catalán. Se le da la máxima importancia. Por eso es tan preocupante la deriva totalitaria del Gobierno de Artur Mas.

Lo más interesante del CAC es justamente que aporta con su informe contra los periodistas la prueba del algodón de eso mismo, del totalitarismo progresivo que se está instalando en Cataluña. Porque esas listas negras, esa persecución a la opinión crítica, esa amenaza (con tribunales y multas) a la libertad de expresión es exactamente el primer síntoma del totalitarismo.

Lo de menos es el contenido concreto de las acusaciones del CAC, pues su airada expresión de escándalo tropieza con la evidencia, ya que los fragmentos que analiza, más o menos acertados, son opiniones fundadas. Y normalmente son respuestas a provocaciones separatistas del nacionalismo, a desafíos contra la Constitución, o a simples estupideces de los políticos nacionalistas. Lo que produce inquina al CAC y a los nacionalistas no es la incitación al odio, como dicen, sino la crítica a la gestión de su sociedad, el rechazo al adoctrinamiento, la repulsa a la simbología de antorchas y banderas que acompaña a los independentistas… En suma, la terrible semejanza entre el moderno nacionalismo catalán y el antiguo nacionalismo de la mitad del siglo pasado en Europa.

Al parecer, la Generalitat de Artur Mas ha decidido perseguir a los desafectos, y los busca más allá de Cataluña. Incluso los busca en emisoras que no pueden emitir en Cataluña, porque ahí están vetadas. Y los busca, nos busca, en tertulias y programas, exactamente igual que lo hacían durante el franquismo los censores, y exactamente igual que lo hacen los regímenes autoritarios cuya expresión permanece todavía en algunos países comunistas.

No es tampoco importante que persigan a unos por hacer analogías entre el nacionalismo independentista catalán y el totalitarismo mientras, a la vez, los propios altos representantes del soberanismo no se callen sus acusaciones de “fascistas” a sus adversarios ideológicos como, sin ir más lejos, ayer mismo hizo Joan Tardá, de ERC, a la periodista Carmen Tomás. Ni que esos mismos independentistas se repriman jamás de llamar franquista al PP, o sus simpatizantes quemen banderas españolas o retratos del Rey. Eso, al parecer, no es incitar al odio. Pero denunciar esa actitud sí lo es, según esta versión mejorada de la ley del embudo.

Nada más lejos de mí intención que poner medallas a periodistas. A veces acertamos y a veces no, pero no va por ahí la cosa. El nacionalismo catalán no va contra los periodistas desafectos por capricho, sino por táctica. De hecho, amedrentar a la Prensa siempre ha sido la debilidad de las autocracias. Lo que sucede ahora es que el independentismo catalán se está empezando a dar cuenta de que sus esperanzas se debilitan, y tiene que dar una vuelta de tuerca.

En primer lugar, para conseguir una reacción “española” contra ellos, porque necesitan otra ración de victimismo. Pero es difícil verles como víctimas, cuando realmente actúan como verdugos de la libertad. De lo que no se dan cuenta, por cierto, porque viven en un universo lógico paralelo. Insisto, en Matrix.

Pero en segundo lugar, y fundamentalmente, el acoso y denuncia a los periodistas críticos que trabajan en Madrid es un aviso para los periodistas que al independentismo preocupan: los que trabajan en Cataluña. Por eso, lo primero que hizo la Generalidad al elaborar su panfleto denuncia fue enviarla a los periodistas catalanes, para que vean lo que vale un peine. Para que no se descarríen, para que no se les ocurra dudar de la verdad oficial, y si se les ocurre, para que sepan lo que puede pasar si se convierten en disidentes. Y vale para los periodistas individuales y para los medios, porque ya sabían lo que era la zanahoria de la subvención y ahora saben también lo que es el palo.

La libertad de expresión no es, quizá, la principal de las libertades sometidas por el totalitarismo, pero suele ser la primera, el aviso para lo que viene después. Pues ya estamos en ello. Poco a poco y con sutileza se elaboran las listas de desafectos y, a la vez, la de los afectos al separatismo (como sin vergüenza alguna ha previsto ya el Gobierno catalán). Pero, al parecer, eso no es incitar al odio, eso es lo normal: la persecución de la disidencia. Lo normal en Cuba, o en la antigua Unión Soviética, o en el franquismo. ¿Pero ahora, en la España democrática del siglo XXI? Asombrosamente sí.

Pero los poderes públicos pueden quedarse tranquilos. A fin de cuentas, sólo se trata de periodistas que, por añadidura, no son sólo críticos con el nacionalismo. También con otros. Quizá no vaya con ellos y, de hecho, no deja de ser sorprendente que partidos como el PP, con presencia en el CAC, no haya decidido abandonar ese organismo, aunque votó en contra del proceso inquisitorial abierto contra los periodistas. Nos quedará el consuelo de que Alicia Sánchez Camacho ha pedido la desaparición del CAC lo que, si se me perdona, es un brindis al sol.

En fin, si el problema fuera el de media docena de informadores u opinadores, quizá podría relativizarse el asunto, sólo quizá. Pero aquí hay cosas más importantes en juego. La libertad y los derechos fundamentales. De los españoles pero, fundamentalmente, de los catalanes, que son quienes tienen que sufrir el arbitrismo de una autoridades dispuestas a lo que sea (siempre que no sea demasiado incómodo para ellos, claro) para conseguir sus objetivos.

Terminaré, por justicia con mis amables lectores, explicando la acusación que a mí me ha tocado, para que sean otros los que juzguen. Preguntado en un programa de Intereconomía TV, El Gato al Agua, mi opinión sobre la comparación que se hizo Artur Mas con Martin Luther King, equiparando la lucha independentista con la lucha contra la segregación racial, continué su metáfora diciendo que “en Cataluña los negros son los no nacionalistas”. Y como cualquiera sabe que los no nacionalistas en Cataluña no son de raza negra, puede deducirse con bastante sencillez que la referencia era a su situación de víctimas de segregación. El CAC me acusa de banalizar el racismo. A mí, no a Artur Mas-Luther King, el que apela a los negros para agitar a los catalanes.

Me reafirmo. Y diría otro tanto después de las sucesivas banalizaciones de Mas (en Israel, con el Holocausto; en India, con Gandhi). Y añado que, probablemente, después de la segregación vendrá la persecución. Al menos, con los periodistas, ya ha comenzado.

JOSÉ ANTONIO SENTÍS, EL IMPARCIAL 28/11/13