CAYETANA Á. DE TOLEDO – EL MUNDO – 09/07/17
· Cuatro de la madrugada. La calle, estrecha y frondosa, está en silencio. La casa, blanca y acristalada, también. Lilian Tintori y sus dos hijos pequeños duermen. De pronto: luces, estruendo, gran alboroto entre los escoltas del turno de noche. Vehículos sinuosos como tiburones han aparcado junto a la verja.
De ellos han bajado varios hombres. La mayoría van armados. Son agentes del Sebin, la siniestra policía política chavista. Pero otro lleva un brazalete electrónico y los ojos iluminados: es Leopoldo López, el hombre que el 18 de febrero de 2014 decidió entregarse a la dictadura y que, con una combinación excepcional de inteligencia y valentía, se ha convertido en el símbolo de la resistencia democrática en Venezuela. En la primera autoridad moral –y por extensión política– del país.
Leopoldo López podría haber muerto, como otros compañeros y compatriotas suyos. Hace unos días, y por primera vez desde su encierro en una cárcel militar, denunció torturas a gritos desde la ventana de su celda. El vídeo, escalofriante, se hizo viral. Y la comunidad internacional pegó el enésimo respingo antes de tumbarse otra vez en el sofá. Su traslado a casa es, pues, una noticia feliz y formidable. La materialización de tantos sueños en un hogar que llevaba 1.236 días huérfano. Manuela y Leopoldo Santiago, todavía en pijama, abrazan por fin a su padre a los pies de la escalera que sube a sus dormitorios.
Leopoldo no ha sido «liberado», como se apresuraron a titular ayer algunos medios. Al igual que el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, está bajo arresto domiciliario. Sigue siendo un preso político. Un líder al que Nicolás Maduro y su corte narcoterrorista han intentado –y seguirán intentando– silenciar y anular. Pero su salida de Ramo Verde es un punto de inflexión radical: una victoria conmovedora de la resistencia cívica y una derrota indisimulable de la dictadura. El principio del fin.
Muchos intentarán apuntarse el tanto de la excarcelación de nuestro moderno Mandela iberoamericano. Alguno ya lo ha hecho. Ayer, los amigos del ex presidente Zapatero corrían a elogiar su gesta personal en Twitter. Natural, pero qué mezquino. No se dan cuenta de que los méritos que regalan a los emisarios de Maduro son los que niegan a sus víctimas. Y a la propia familia de Leopoldo, insobornable y heroica en tantos momentos de soledad.
Más de 90 venezolanos han sido asesinados desde el inicio de las protestas callejeras, hace hoy cien días. Decenas de miles han muerto desde que Hugo Chávez y Fidel Castro impusieron en Venezuela su desquiciado modelo neocomunista, manantial de miseria, violencia y represión. Si no hubiera sido por Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma y dirigentes de la nueva generación como Freddy Guevara o Yon Goicoechea, que se la jugaron por «la salida», las perspectivas de una Venezuela democrática serían hoy nulas. A Leopoldo no lo ha salvado el diálogo con la dictadura, sino la determinación de un pueblo dispuesto a morir en la calle para recuperar su libertad. Y esa misma determinación es la que conseguirá la liberación definitiva de Venezuela.
Empieza una nueva etapa, quizá una transición. Leopoldo López no ha sido nunca carne de chantaje ni pieza de negociación. En este sórdido tiempo perdido, ha tenido infinidad de ocasiones para transigir, para sucumbir a la tentación de un acuerdo en nombre de una paz sin libertad. Es seguro que el régimen intentará que su «casa por cárcel» tenga un precio. El fin de las protestas. La deslegitimación de la Asamblea Nacional, hasta físicamente violentada la semana pasada. El apoyo a la Asamblea Constituyente, fase terminal de la involución totalitaria.
Es decir, lo que siempre ha buscado Maduro: tiempo para su perpetuación. Pero la transición no puede asentarse sobre bases corruptas, como las del falso deshielo cubano. Y Leopoldo López lo sabe. Por eso ayer, en sus primeras declaraciones desde casa, se reafirmó en dos mensajes: «No estoy dispuesto a claudicar en mi lucha por la libertad de Venezuela y si ello implica que deba volver a una celda en Ramo Verde, lo haré». Y «convocamos a todo el pueblo a salir nuevamente a la calle». Hoy habrá nuevas marchas. Y con ellas, una nueva esperanza.
La mera imagen de Leopoldo López, otra vez puño y bandera en alto, ya sin los barrotes de por medio, es un revulsivo. Y un acelerador hacia una transición que no admite comparaciones fáciles. En España no hubo cambio de régimen hasta la defunción del dictador. Y la reforma fue posible gracias al haraquiri político de sus representantes. Incluso a su aceptación previa y profunda del pluralismo y la sociedad abierta. En Venezuela, en cambio, el ahogado sigue dando manotazos. Una decrepitud desafiante. Y ya que estamos en este punto, digámoslo. Es curioso: los mismos que impugnan la transición española por su presunto tufo militarote exigen a los venezolanos que negocien sus derechos cívicos y democráticos con un caudillo irredento.
La democracia es ley y urnas. La ley que Maduro atropella para mantener a cientos de presos políticos, también en sus domicilios. Y las urnas que los venezolanos seguirán exigiendo en la calle. Ese será el momento de la verdadera liberación de Venezuela: cuando Leopoldo López, ya sin brazalete, pueda presentarse de candidato a presidente.
CAYETANA Á. DE TOLEDO – EL MUNDO – 09/07/17