EL CONFIDENCIAL 07/05/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Incurriendo en lo mismo que denuncia, Ignacio Sánchez-Cuenca tacha a escritores e intelectuales de ignorantes, cavernarios y frívolos. También de autistas por su desconexión con la realidad social
Ignacio Sánchez-Cuenca ha escrito un libro, con aparente sosiego en la prosa pero vindicativo, que ha titulado ‘La desfachatez intelectual’, con un subtítulo que aclara a qué se refiere: “Escritores e intelectuales ante la política”. El autor es un conocido profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid, director académico de la Fundación March y articulista, otrora de ‘El País’, y en la actualidad de medios digitales. En los tiempos de gestión de Rodríguez Zapatero, Sánchez-Cuenca pasó por ser uno de los intelectuales orgánicos del momento y a él se le atribuyen inspiraciones presidenciales que se materializaron en iniciativas legislativas muy polémicas como la de la memoria histórica. Estos datos someros resultan de relevancia para entender la tesis de fondo que el autor sostiene en su obra que está siendo un éxito editorial.
El problema de este libro es que resulta incoherente. Promete una cosa y nos depara otra diferente. Se trata de un texto de aparente denuncia de determinados escritores e intelectuales a los que el autor descalifica, no tanto como profesionales de sus diversas materias, cuanto como analistas de la realidad política y social de España. El elenco de criticados por Sánchez-Cuenca es hemipléjico. La lista de autores zarandeados no es demasiado extensa pero sí homogénea. Fernando Savater, al que se trata de destrozar en su coherencia moral, y Antonio Muñoz Molina, al que se intenta desmontar en su calidad analítica, son los que se alzan como las dos bestias negras de Sánchez-Cuenca. Aunque no las únicas: Jon Juaristi o Félix de Azúa no gozan del aprecio del autor, lo mismo que Javier Cercas y, en menor medida, otros escritores como Mario Vargas Llosa o Arturo Pérez Reverte. César Molinas y Luis Garicano tampoco se libran.
Incurriendo en lo mismo que denuncia, Sánchez-Cuenca tacha a estos escritores e intelectuales de ignorantes, cavernarios, frívolos y superficiales. También de autistas por su desconexión con la realidad social que al autor le parece la más relevante. Respeta -sin citar- la obra profesional, sea literaria o científica, pero deplora el “machismo intelectual” en el que militan, su estilo “sobrado” y las excrecencias varias en las que incurren, toda una retahíla de imputaciones que deja a los mencionados en el listado como chupa de dómine. O sea, que nuestro profesor hace lo que atribuye a sus despanzurrados protagonistas del relato. Sin embargo, la tesis crítica de Sánchez-Cuenca no solo es contradictoria porque incurre en lo mismo que denuesta, sino también porque su objetivo consiste en la reivindicación del zapaterismo a través de la trituración de la reputación analítica de los que de una forma u otra fueron críticos con la gestión del presidente socialista.
El autor, a través de un aparente rigor, lo que hace es reivindicar la política de Zapatero sobre la banda terrorista ETA cuyo fracaso atribuye a las habilidades del expresidente mientras zahiere las tesis -algunas legítimamente evolucionadas- de sus criticados escritores e intelectuales. Sánchez-Cuenca, en ejercicio del autoritarismo discursivo, no concibe que puedan criticarse los servicios que Rodríguez Zapatero prestó al país, del modo en que se hizo, por los que él zahiere. Con irritación contenida pero que se percibe, el autor elabora digresiones -con errores- sobre ETA y el nacionalismo que, al parecer injustamente, han sido víctimas atropelladas por las tesis de los escritores e intelectuales a los que zarandea. Le irrita también a Sánchez-Cuenca lo que denomina “la obsesión nacional” que muestran sus analizados autores -es decir, su preocupación “noventayochista” sobre España-, un rasgo que los situaría en una posición intelectual anacrónica y superada por lo que anuncia “el ocaso de los figurones” que son todos aquellos seriamente recriminados en su obra.