Ignacio Camacho-ABC
- El currículo de la ESO consagra una aculturación doctrinaria que apaga las últimas luces de la razónen la enseñanza
Bajo el ruido del plan anticrisis y su controversia política y mediática, el Consejo de Ministros expidió ayer el decreto que apaga las últimas luces de la razón en la enseñanza. El currículum de la ESO, con su hilarante neolenguaje de pedantería tecnocrática, remata el trabajo de desilustración comenzado en la Primaria y garantiza que los alumnos lleguen a los dieciséis años sin la formación adecuada pero catequizados en los principales ‘mantras’ identitarios de la izquierda contemporánea. Consolida la supresión de las notas numéricas y la obtención del título sin límite de suspensos, suprime la Filosofía, los logaritmos o la cronología histórica e introduce en todas las materias una obligatoria «perspectiva emocional y de género». El grueso de la instrucción pública queda así colonizado por los principales sesgos del Gobierno -ecofeminismo, memoria democrática, sostenibilidad, etc.- con el pretexto de aligerar el aprendizaje de un exceso de detallismo académico. Se cierra el círculo. Tendremos una generación de jóvenes semianalfabetos perfectamente instruidos en los dogmas de fe posmodernos.
Porque el verdadero problema no está tanto en el enfoque doctrinario, al fin y al cabo habitual en todas nuestras leyes educativas, como en la aculturación que predica la nueva pedagogía. En teoría no debería existir inconveniente para que la inmersión ideológica respetase una cierta estructura intelectual rigurosa en el estudio de las matemáticas, la lengua, la biología o la historia: bastaría con aplicarles una interpretación de parte, incluso tendenciosa, sin perder la formalidad metódica. Pero lo que da a entender ese terco empeño en adelgazar los contenidos es que los propios promotores de esta nueva cultura del esfuerzo mínimo consideran que el conocimiento es incompatible con el progresismo. Que la mentalidad facilista y dúctil que aspiran a forjar sólo puede inculcarse a través de la mediocridad, la flojera de espíritu, la trivialidad didáctica o el vacío científico. La ignorancia como principio de un orden basado en la asimilación de prejuicios necesita erradicar la cultura general, el protocolo lingüístico o el razonamiento deductivo.
La abolición del mérito completa el designio igualitario. Los conceptos de suspenso o aprobado forman parte de un sistema obsoleto, primitivo, arcaico. Las calificaciones aritméticas son el sustrato de un código de valores competitivos cuyo impacto causa en el estudiante un efecto traumático. Como la Filosofía, ese vestigio de un pensamiento rancio felizmente superado. En un primer momento, el currículo distinguía entre saberes deseables -es decir, prescindibles- y saberes básicos. Los primeros han sido directamente orillados para igualar el rasero de la capacitación por el nivel más bajo. ‘Consumatum est’, apaga y vámonos. Directos por el camino más corto y más rápido hacia el fracaso.