Andrés Montero Gómez-El Correo

Expresidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia

  • El intercambio de misiles entre Biden y Putin, como el bloqueo de los populares europeos a Teresa Ribera, es puro teatro

Nos han venido mareando con que el Partido Popular Europeo (PPE) iba a bloquear la designación de Teresa Ribera como comisaria europea. Decían que votarían en su contra aduciendo un reproche total a su gestión, en calidad de ministra de medio ambiente del Gobierno de España, de la dana que ha asolado Valencia. Apelándose a nobles razones, del tipo «Ribera no es apta para Europa porque ha sido nefasta para España», se nos inducía a creer que se iba a paralizar el nuevo Ejecutivo comunitario de Von der Leyen.

Al final, todo era mentira, un bulo, desinformación al más puro estilo de la que se suele imputar a Rusia. Lo que se jugaba era un mero intercambio de cromos. El PPE quería que el grupo socialista europeo respaldara a los candidatos a comisario propuestos por Meloni (Italia) y Orbán (Hungría). Legítimo desde el principio que cada cual pretenda colocar a los suyos, pero indecente si se disfraza ante la opinión pública de honroso. Ahora no importa que Ribera dejara de hacer o malficiera en España, porque el PPE ya la vota en Europa. Y, para más recochineo, se acaba afeando a los socialistas pactar ‘con la ultraderecha’ para lograr el nombramiento de Ribera.

Algo similar les puede estar sucediendo a los países del Consejo Nórdico, que se están dejando llevar por una milonga o tomando parte consciente en ella. Allí, sin el rubor que antes nos producían las bromas macabras, los gobiernos nórdicos distribuyen entre sus ciudadanos un manual de supervivencia ante un ataque nuclear ruso. En el entretanto, Putin aprobaba la nueva doctrina de defensa militar rusa que incluye armas nucleares contra atacantes en circunstancias que no impliquen que ese adversario esté recurriendo al mismo tipo de bombas letales.

Entre los escenarios que habilitarían a Putin a apretar el botón nuclear contra un enemigo estarían que Rusia o Bielorrusia fueran atacadas por un país coligado en alianza con otros (referencia a la OTAN), aunque el armamento de la agresión fueran misiles convencionales o drones no nucleares. Si peligrara la soberanía rusa o bielorrusa por acción de un antagonista armado, el presidente también podría recurrir a una bomba nuclear.

Aunque la doctrina militar rusa lleva tiempo revisarla, su publicación final ha querido la casualidad que coincidiera con la autorización a Ucrania por parte de Biden, y al menos tácita por Reino Unido y Francia, de utilizar misiles de largo alcance (sin cabezas nucleares pues Ucrania no las tiene) contra Rusia. Los ucranianos ya se han apresurado a lanzar un par de ellos contra territorio ruso. Evidentemente, Moscú ha respondido de inmediato disparando un misil balístico hipersónico intercontinental contra Ucrania. Sin daños excesivos ni por un lado ni por otro.

Y la pregunta que asalta a cualquier ser racional es: ¿qué hace el saliente Biden adoptando una decisión de tal calado estratégico ahora, cuando Ucrania lleva más de dos años en guerra racaneándosele por EE UU el uso tanto de armamentos como de tácticas de combate sobre Rusia? Trump no ha protestado airadamente como le caracteriza cuando algo le perturba, y tal maniobra en el frente ucraniano está claro que debería afectar a la política exterior de su presidencia. Sí han salido portavoces autorizados del presidente entrante, como su hijo Donald Jr., a pronosticar una «tercera guerra mundial» por la escalada de Biden. No obstante, dista de ser descabellado atribuirle al equipo de transición de Trump al menos un consenso, si no una coparticipación, en la decisión de Biden, que en realidad sería una decisión de Trump. ¿Cómo podemos leer, en clave geopolítica, este intercambio de misiles? Pues un poco como el PPE con Ribera, un tocomocho, un teatro.

Una hipótesis pasaría por tomarse en serio dos advertencias que Trump lleva tiempo repitiendo: que acabará con la guerra en Ucrania en cuanto tome posesión, y que hará pagar a los socios europeos de la OTAN por su propia defensa. Por más que rechine a paradoja, los dos parámetros de Trump encajan en el sinsentido de un Biden saliente haciendo algo que lleva toda la guerra sin hacer. Respecto de acabar con la guerra, la autorización a Ucrania de usar misiles sirve simbólicamente para instaurar una percepción de fuerza en una eventual mesa de alto el fuego. Kiev iría a esa negociación con la que Trump suponemos que pretendería finalizar la guerra poniendo sobre la mesa su capacidad de misiles. Rusia sabe que es un envite más bien impotente, el de Ucrania, pero sirve a Zelenski de cara a la galería.

Por otro lado, la amenaza nuclear rusa y su histriónica correlación en los nórdicos sirve al propósito de Trump de que los europeos inviertan más en armamento, incremento que redundaría en beneficio de empresas estadounidenses. Si no fuera porque sabemos que son enemigos, parecería que Trump y Putin se están coordinando para poner fin al escenario ucraniano.