Es una anomalía que el símbolo festivo de Bilbao (gure Marijaia) sea utilizado políticamente por algunos grupos. También es una anomalía que los elegidos como pregoneros y txupineros no pertenezcan a organizaciones democráticas.
Era difícil. Pero el pulso mantenido durante todas las fiestas entre el Gobierno vasco y los propagandistas de ETA lo ha ganado la consejería de Interior. Y los principales beneficiados no han sido otros que los ciudadanos vascos que han podido disfrutar en la calle sin que ésta haya sido utilizada de mural de la vergüenza, como venía ocurriendo en ediciones anteriores. Es la hora del balance y el resultado es contradictorio. El comercial, por encima de la media, a pesar de la crisis. El político, agridulce. A pesar del vandalismo de un día de los nueve festivos, la calle se ha recuperado para la ciudadanía. Cierto.
Pero a nadie se le escapa que hay que llegar hasta el corazón de la fiesta porque todavía hay muchas resistencias. Apagadas ya las luces de la Semana Grande en Bilbao, hay que reconocer que, a pesar de las escenas vandálicas del pasado viernes y de que la propaganda de ETA ha intentado responder con doble ración a cada prohibición, la banda terrorista no ha recibido los homenajes de cada año porque las manifestaciones, simplemente, han resultado prohibidas.
Tampoco hay que dejar pasar por alto la novedad de la colocación de la bandera española, junto a la ikurriña y la europea, en el Palacio de Ajuria Enea. La compensación de la anomalía de que en el palacio gubernamental no ondeara bandera alguna durante todos estos años ha logrado desplazar, por primera vez, la atención sobre la cansina ‘guerra de las banderas’ hacia la residencia del lehendakari en Vitoria. Una novedad que no significa otra cosa que el nuevo Gobierno cumple las órdenes judiciales.
El cambio, pues, va llegando también a los espacios festivos del País Vasco, en donde la publicidad de ETA, a base de carteles, manifestaciones, elecciones de pregoneras y txupineros cercanos al entramado terrorista, han campado por sus respetos durante los últimos treinta años. Pero el cambio en este campo no ha hecho más que comenzar.
El mero hecho de la retirada de la publicidad terrorista, que tanto ha incomodado al PNV al dejar en evidencia la pasividad de gobiernos anteriores, ha dado un vuelco en la rutina festiva. Se han prohibido manifestaciones de exaltación del terrorismo, que nada tenían que ver con la libertad de expresión, y no ha estallado la Tercera Guerra Mundial. No ha pasado nada. De la misma forma que el pueblo llano no se lanzó a la calle cuando detuvieron a la primera mesa nacional de Herri Batasuna, ni se rasgó las vestiduras cuando el entorno político de ETA se quedó recientemente al otro lado de las urnas, ahora tampoco, a pesar de las críticas de las formaciones nacionalistas.
Tras el ‘cuerpo a cuerpo’ librado entre la consejería de Rodolfo Ares y los que pretendían imponer la simbología etarra, con la impunidad acostumbrada que tanto indigna, lógicamente, al hermano del asesinado Eduardo Puelles, la gente respira aliviada aunque no se siente liberada. Todavía ésa es la cuestión. Persiste cierto temor a que esta noria de la reacción a la prohibición no haya quien la pare. Y esa sensación es fruto del caldo de cultivo de tantos años sometidos al miedo provocado por el terrorismo. Ahora ya no se incurre en las preguntas tan retóricas como paralizantes en torno a la influencia, o no, de la aplicación de la ley «para el proceso de pacificación», pero se dan ciertos prejuicios sobre la eficacia de la política de firmeza con el entorno de ETA.
Todo depende, claro está, de la capa de la corteza a la que se quiera llegar. Hasta ahora se ha demostrado que, si no se persigue el delito hasta sus raíces, la hidra sigue reproduciéndose. Decía el concejal socialista Txema Oleaga que habrá que hablar con la coordinadora de comparsas después de los hechos vandálicos del pasado viernes. Seguro. Tendrá que hacerlo. Pero quizás nuestros representantes democráticos tengan que atreverse a más. Con la retirada de carteles y la prohibición de las manifestaciones se está a medio camino de la necesaria liberación de las fiestas. Es una anomalía que el símbolo festivo de Bilbao (gure Marijaia) sea utilizado políticamente por algunos grupos. También es una anomalía que los elegidos como pregoneros y txupineros no pertenezcan a organizaciones democráticas.
El alcalde Iñaki Azkuna, tan contundente al contabilizar el desastre provocado por los vándalos, también deberá hacer balance. Él no pertenece a los partidos del cambio porque está afiliado al PNV. Pero su talante de librepensador le llevará a la conclusión de que quizá haya que cambiar el funcionamiento de las comisiones de fiestas. Mientras no se llegue al corazón de la organización de la fiesta no podremos llevar a Bilbao en nuestro corazón sin una mácula de indignación.
El balance comercial y turístico de la villa es muy positivo, a pesar de la crisis. La responsable de Turismo del Gobierno vasco, Isabel Muela, ha paseado orgullosa por el recinto festivo con los datos en la mano. El hostelero decano de la ciudad por excelencia, Agustín Martínez Bueno, tenía el Ercilla tan repleto que no podía satisfacer las necesidades de reserva de tanta gente que le suplicaba una mesa con tal de estar cerca de los toreros. Para que esa imagen tan lúdica y vital de Bilbao en fiestas no se vea empañada por la bronca callejera, los representantes municipales tendrán que empezar desde hoy, lunes, a trabajar por la Semana Grande de 2010. Es cuestión de modernidad. Y de libertad.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 24/8/2009