Carlos Sánchez-El Cponfidencial
Iglesias debería fijarse en tres sindicalistas que lucharon contra el franquismo. Tranquilino, Arcadio y Macario eran pura disciplina y lealtad. El único objetivo era liquidar la dictadura
A la inmensa mayoría de los españoles no les sonará de nada Tranquilino, Arcadio y Macario. Incluso, creerán que son nombres ficticios o pseudónimos de personajes de algún tebeo de la posguerra. Pero para algunos, desgraciadamente cada vez menos, Tranquilino Sánchez, Arcadio González y Macario Barjas representan lo mejor de la lucha contra el franquismo.
Todavía hoy se les recuerda recorriendo los tajos de la construcción de Madrid llamando a la huelga porque un compañero había muerto bajo el andamio o peleando con el capataz para mejorar la vida de albañiles mal pagados que se jugaban la vida ante la falta seguridad en el trabajo. Pedro Patiño, un camarada suyo, fue asesinado en 1971 en esas crueles circunstancias.
Lo que les unía era acabar con el franquismo para que la democracia mejorara las condiciones de vida y trabajo en los tajos y suburbios de Madrid
Con el tiempo, Tranquilino, Arcadio y Macario —carpintero y gran orador— se convirtieron en un mito y no había reivindicación obrera en la que los tres dirigentes de CCOO no estuviera en la vanguardia. El periodista Rodolfo Serrano llegó a escribir que la policía creía que eran hermanos. No lo eran. Lo que les unía era acabar con el franquismo para que la democracia mejorara las condiciones de vida y trabajo en los tajos y suburbios de Madrid.
Nunca cambiaron de estatus de vida ni de barrio (Macario tiene una calle en Vallecas), y siempre fueron fieles a sus ideas. Sin quiebros mágicos para ganar cuota de poder o dinero. Pero, sobre todo, tenían un sentido de la disciplina que solo conocen quienes han vivido en la clandestinidad: llegar a la hora en punto a la cita pactada, ni cinco minutos antes, ni cinco minutos de después de la quedada, o no llamar la atención de forma frívola e innecesaria para demostrar que tenían más arrojo que nadie.
Esa disciplina es la que los llevó a identificar con precisión cuál era el objetivo: acabar con la dictadura. De ahí vienen los célebres ‘compañeros de viaje’ de la Transición.
Acelerar el cambio
Había que leer bien el momento político en aras de lograr ese objetivo estratégico, lo que exigía nuevas alianzas más allá de las que surgieran en los tajos, incluso aquellas que se hacían contra natura. Se trataba, en definitiva, de acelerar el cambio político. Ese era el único objetivo, como hoy es la lucha contra el Covid-19.
Justo lo contrario de lo que está haciendo Pablo Iglesias desde que la crisis del coronavirus ha asaltado de forma feroz nuestras vidas. El líder de Unidas Podemos, parece buscar un perfil político propio dentro del Ejecutivo, lo cual sería razonable en un tiempo político ‘normal’, pero este no lo es. Y por eso es completamente incomprensible que quiera desmarcase del Ejecutivo cuando el Gobierno central, precisamente, ha asumido todos los poderes, incluidos los de las comunidades autónomas, y está obligado a transmitir la misma unidad que se reclama a los ciudadanos, que sufren una limitación muy seria de algunos de sus derechos fundamentales para hacer eficaz el combate contra la pandemia.
Una calamidad
Lo de menos es, incluso, la irresponsable e insolidaria decisión de saltarse la cuarentena. Allá Iglesias con su conciencia. Lo verdaderamente relevante es esa estrategia desleal de querer adelantarse a los acontecimientos marcando distancias con Sánchez y así evitar que le salpique la calamidad económica que se avecina.
Nadie obligó a Iglesias a pactar un Ejecutivo de coalición. Es como si pretendiera no mancharse en esta tragedia y pasado el tiempo decir: ya lo avisé
Es decir, ponerse a salvo cuando los primeros indicadores económicos, el dos de abril se conocerán los datos de afiliación a la Seguridad Social, empiecen a cuantificar los daños sociales y económicos del coronavirus, que serán devastadores.
Ese ‘sálvese quien pueda’ en unos momentos clave en la vida de España, es lo que realmente explica esa posición insolidaria con un Ejecutivo que ha cometido muchos y gravísimos errores (la manifestación del 8-M, el ninguneo de las cifras en los primeros días de la pandemia, la no implicación de las fuerzas armadas mucho antes…), pero que es su Gobierno.
Nadie obligó a Iglesias a pactar un Ejecutivo de coalición. Es como si pretendiera no mancharse en esta tragedia y pasado el tiempo decir: ya avisé yo de que ese no era el camino.