Andrés Montero Gómez-El Correo
- Se compara interesadamente la transición política de la España posfranquista con el recorrido posetarra de la izquierda abertzale
Un triunfo de la democracia. Eso sería si la refundación de Batasuna lograra la Lehendakaritza en algún momento. Sortu, coaligada en EH Bildu, ha presentado a su candidato, Pello Otxandiano, sin pasado conocido en la militancia etarra. Es lo que se pedía a la izquierda abertzale. Que se desligara de ETA, que defendiera sus ideas por medios políticos, enmarcados en las reglas de la democracia. ETA ha firmado su disolución y la izquierda abertzale quiere gobernar, democráticamente, a los vascos. Si hace cuarenta años alguien hubiera planteado ese escenario habría sido indistinguible de una novela; distópica para unos, los asesinados y amenazados por ETA; utópica para otros.
En tiempos en que la memoria democrática se reivindica como marco conceptual para un determinado encaje de la Guerra Civil española y de la dictadura franquista, la paradoja es que la democracia implica un ejercicio, intencionado, de desmemoria. A menudo se compara, interesadamente, la transición política de la España posfranquista con el recorrido posetarra de la izquierda abertzale. Que si en ambos casos dejar la violencia atrás requiere generosidad y capacidad de olvido, y de perdón, por parte de las víctimas en aras de un bien social mayor, de posibilitar una nueva época de esperanza y de paz. Que si, igual que se reciclaron cuadros franquistas de la Administración pública en el nuevo Estado, también debería aceptarse un porcentaje de antigua militancia etarra solapándose con una renovada y democráticamente comprometida izquierda abertzale…
Imaginemos por un momento que, del mismo modo que se intenta rehabilitar y reparar la memoria y la dignidad de las víctimas del franquismo en España, un preclaro futuro Gobierno vasco de la izquierda abertzale se afanara en un ejercicio de reconocimiento, y de desagravio, de las víctimas de ETA. A primera vista se nos antoja chocante, extraño, imposible. No vemos cómo. El discurso posetarra de la izquierda abertzale no está lo suficientemente maduro. Las generaciones etarras están disueltas, sí, pero vivas aún en la genética del independentismo vasco. El relato dominante, ahora, en la izquierda abertzale es que ETA fue dolorosa, pero necesaria para llevar al pueblo vasco a una estación base a partir de la cual la escalada ya fuera únicamente política. Como si el asesinato de Carrero Blanco fuera una transacción indispensable hacia una democracia que ETA tardaría otros 45 años en reconocer. ¿Acaso la disolución de ETA de 2018 no es sino un aval explícito a la democracia española por parte del movimiento de liberación nacional vasco?
Por más que pese, si se aceptan los paralelismos interesados, aunque sea como ejercicio reflexivo, lo más probable es que una izquierda abertzale con estatus de gobernabilidad no estaría en condiciones hipotéticas de proponer una ley de memoria vasca con satisfacción de la dignidad de las víctimas de ETA hasta dentro de medio siglo. La denominada Ley de Memoria Democrática española es de 2022, cuarenta y siete años después de la muerte de Franco. La desagradable realidad es que tal vez ningún gobierno vasco, del signo político que sea, llegue a plantear nada parecido antes de transcurrido ese intolerable período de tiempo.
Así, es inevitable verbalizar la pregunta insoportable: ¿Por qué, para qué, murieron los asesinados por ETA? ¿En qué balanza están siendo pesadas sus muertes? Y ahí la desmemoria. La gran mayoría prefiere soslayar la respuesta, porque no la tenemos. Confrontados con la realidad, es como si una poderosa, por más que irritante, repugnante e inmoral fuerza nos condujera tercamente hacia la misma palabra: «Nada», murieron para nada. Es terrorífico, tal que si el terrorismo hubiera dejado la secuela más perniciosa de todas, que no es la muerte, sino la indiferencia. Aunque hay una alternativa peor, que es la cínica, y sería pensar que las víctimas de ETA hayan servido para que ETA se disuelva allanando el camino para que gobierne la izquierda abertzale en el País Vasco y sea un «partido de Estado» en la gobernabilidad de España. Es una posibilidad que a muchas personas se les enquista.
Lo más impúdico, no obstante, es que el relato del paralelismo está basado en premisas de mentira. ETA asesinaba en democracia. ETA y el franquismo, sus posteriores transiciones, no son lo mismo, y las insinuaciones de similitud no son más que otra afrenta, otra revictimización, a quienes murieron asesinados por ETA y a sus familias, atravesadas por la pregunta intratable: ¿Para qué? ¿Ha sido en pos de la democracia? Entonces habría que tratar a las víctimas como héroes de la democracia. ¿Estamos siquiera cerca de ello o ya nos hemos preparado para olvidarlas hasta dentro de medio siglo? Para entonces ya no existirá memoria viva que las recuerde; habrá que construir una memoria inducida, que será únicamente consuelo nostálgico.
Andrés Montero ha sido presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia