La deuda autodeterminada

ABC 06/07/15
IGNACIO CAMACHO

· Según la lógica trilera del populismo, la verdadera democracia consiste en el derecho de autodeterminación… de la deuda

EN sólo una semana Alexis Tsipras, esa nueva luminaria de la política europea, minerva de la izquierda del siglo XXI, ha logrado llevar a su país a tres quiebras simultáneas. La financiera –el impago al FMI, los bancos cerrados, la deuda protestada–, la social –el corralito, el colapso de la economía cotidiana– y la política –la fractura nacional ante el referéndum de ayer–. Por alguna misteriosa razón, los partidos antisistema de la UE y los líderes de los populismos emergentes celebran esa triple catástrofe como una victoria, piedra angular de una supuesta refundación democrática de la UE. Porque como todo el mundo sabe –y sostienen Marine Le Pen, Beppe Grillo, Nigel Farage y Pablo Iglesias, lo mejorcito de cada país– los estados que han prestado 240.000 millones de euros a Grecia no son verdaderas democracias sino disfrazadas tiranías del mercado. La prueba de contraste de un régimen democrático radica en preguntarle a la gente de una nación si los ciudadanos de las demás deben prestarles dinero a fondo perdido, o sea, sin posibilidad remota de cobrarlo.

Gracias al espíritu indómito de Syriza y a su heroica resistencia contra el poder autoritario de la troika, los griegos no pueden disponer de su dinero –el de ellos, el de sus ahorros y cuentas corrientes– y el Estado no tiene un céntimo para pagarles nóminas, pensiones y facturas. Con la consulta exprés el Gobierno les ha hecho creer que en su hambre mandan ellos y les ha estimulado un sentimiento de soberanía rebelde que Tsipras y el glamouroso Varufakis piensan utilizar como capital moral en la negociación que a partir de hoy tendrán que reemprender en Bruselas. Nadie puede ignorar, dicen, la voluntad de un pueblo, aunque esa voluntad se haya materializado mediante la división de la muy maltratada ciudadanía helena. (Inciso: ante el falaz planteamiento reduccionista de someterse a cláusulas o no hacerlo, es casi milagroso que un 38,7 por 100 haya votado a favor). Lo que no queda demasiado claro es qué pasa ahora con la voluntad del resto de los pueblos involucrados en el tira y afloja, que casualmente son los que tienen que poner la plata para sacar a Grecia del atolladero.

Pero estos ciudadanos y contribuyentes europeos, convertidos peyorativamente en «acreedores» por el discurso demagógico, carecen de posibilidad de pronunciarse. En la lógica del embudo de los populistas tienen que apoquinar sin chistar porque se trata de «ricos» aunque hayan sufrido, como los españoles, ajustes de caballo para poder hacer frente a sus compromisos. Y si los alemanes, los holandeses o los bálticos se negasen a ceder al chantaje serían reos de una insoportable acusación de insolidaridad. La democracia real y verdadera consiste, según estos trileros, en que los prestatarios decidan las condiciones del préstamo que suscriben. Es decir, en el derecho de autodeterminación… de su deuda.