EL CORREO 17/10/14
· Las víctimas merecen más que una sociedad anestesiada y una izquierda abertzale anclada en la autojustificación
La memoria no debería ser para el PNV menos importante que la economía o la sanidad
El lunes se cumplen tres años del anuncio del adiós definitivo a las armas por parte de ETA. La organización terrorista no dio el paso movida por ninguna autocrítica ética o política. Tampoco a cambio de alguna de las numerosas contrapartidas que exigió durante décadas. La banda se vio forzada a parar para siempre al verse derrotada por la política, la Policía, la Justicia y la colaboración internacional. En definitiva, al perder la partida contra la democracia y para no arrastrar en su caída a la izquierda abertzale.
Treinta y seis meses después, la paz está plenamente consolidada, aunque ni ETA se ha desarmado ni menos aún disuelto. Y Euskadi se ha instalado en un modelo de convivencia cómodo para una inmensa mayoría, aunque ciertamente injusto para quienes más sufrieron en los larguísimos ‘años de plomo’: las víctimas. Todas las víctimas.
La vicepresidenta de la Fundación Buesa, Sara Buesa, hija del político socialista y exvicelehendakari asesinado por la banda en 2000, mostró ayer su desazón por la manera en que han evolucionado los acontecimientos en estos tres años en la presentación de un seminario sobre sociedad y terrorismo en Vitoria. Tristeza al comprobar cómo la sociedad vasca ha optado por la amnesia, por disfrutar por fin de la ausencia de violencia sin preocuparse de que se asiente un relato veraz y con memoria de lo ocurrido.
Y con razón. La sociedad tiene y tendrá siempre una deuda con los familiares de las víctimas. Víctimas que lo fueron por tratar de impedir o simplemente por oponerse a que una parte de los vascos impusiera su ideario al conjunto. Por enfrentarse a quienes buscaron a sangre y fuego la marginación, la exclusión o la expulsión de Euskadi de los discrepantes.
Una sociedad no puede ser, no es, culpable de querer olvidar cuanto antes una tragedia como la del terrorismo de ETA que se prolongó durante cuatro largas décadas. Humanamente resulta del todo comprensible semejante reacción. Es labor de la política, aunque no sólo, intentar evitar la amnesia y trabajar por la memoria. Seguir exigiendo a quien avaló políticamente a la banda que reconozca de una vez por todas que se equivocó, que ni antes ni ahora ni mañana estará justificado matar por razones políticas.
Revisar el pasado
Volver la vista atrás con espíritu crítico y bucear en lo peor de nuestro pasado, se llame ETA, ‘guerra sucia’ o GAL, puede ser bueno. Puede. Pero siempre que no sea para tergiversar los hechos, ni para presentar como verdad lo que no es. En otras palabras, siempre que el objetivo no sea transformar en héroes a villanos por horribles incluso que fueran, que lo fueron, las tropelías que les infligieron otros villanos.
Las víctimas no lo merecen. Pero tampoco las nuevas generaciones, que sólo podrán vivir un futuro justo desde el conocimiento riguroso del pasado, nunca desde la distorsión o la manipulación.
La izquierda abertzale trabaja intensamente en un triple frente. El políticoinstitucional, para conquistar el poder. El de los presos, a los que busca una salida con los menores costes políticos para ambos. Y el de la memoria, tratando de asentar un relato de parte de la tragedia que ha vivido este país.
Nada de ello se escapa al conocimiento de los restantes partidos, incluido este último punto. De su esfuerzo y pericia dependerá hacia qué lado se decantará la partida.
El PNV, como primera fuerza de este país, debe ser consciente de la importancia de su quehacer también en este terreno. Y los éxitos raramente llegan subcontratando a quienes igualan a los desiguales, sino jugando de frente y con los mejores hombres. La memoria no es menos importante que la economía o la sanidad. O no debería serlo.