- Esta ha sido una Diada en la que el separatismo ha aparecido más separado que nunca
Esquerra está empezando a probar la medicina que ellos y sus cómplices de Junts han administrado a sus adversarios. Les silban en la ofrenda floral a Casanova, se exhiben pancartas en las que se los tilda de traidores, se les acusa de ser unos vendidos a España, en fin, que ya pueden ser admitidos en el selecto club de los botiflers. El separatismo auspiciado por Junts, CUP y CDR ha puesto la proa en contra de Junqueras, Aragonés y todos los que buscan pactar con Sánchez. En Esquerra quieren ser la nueva Convergencia porque saben que contra España se vive mejor. Con no salirse de la ley y hacer muchos aspavientos están seguros de continuar con ese fabuloso negocio denominado generalidad. Digo negocio, aunque mejor sería denominarlo racket, es decir, extorsión. Tu me pagas a cambio de que a ti no te pase nada. El viejo asunto de la protección. Los de Pujol convirtieron el empeño de ser unos inmejorables racketeers, aventajando incluso al PNV que siempre tuvo el lastre de la ETA, y ahora los republicanos pretenden continuar con sus métodos en beneficio propio.
Lo que hemos visto en esta Diada, más pobre, escuchimizada, monótona y, eso sí, cargada del mismo odio supremacista de siempre, no es más que la guerra entre dos bandas que se disputan el control del negocio
Lo que hemos visto en esta Diada, más pobre, escuchimizada, monótona y, eso sí, cargada del mismo odio supremacista de siempre, no es más que la guerra entre dos bandas que se disputan el control del negocio. Los de ERC, herederos de aquel partido que disponía de checas en la República y con un presidente que ordenó la ejecución de miles de catalanes que no eran de su cuerda, reclaman para sí la herencia «histórica» del separatismo. Los neoconvergentes, además de reivindicar a Pujol y a Puigdemont, dos personas que han cometido sendos delitos, se proclaman herederos de los siniestros Hermanos Badía que torturaban a anarquistas y coqueteaban con el fascismo de Mussolini con aquellos Escamots de Estat Català, con sus camisas verdes y sus desfiles. Nada nuevo en una tierra que padece una terrible hemofilia histórica. Nadie quiere saber que Casanova era un patriota español, que murió de viejecito en su cama, que lo del 1714 fue una guerra de ámbito europeo entre dos dinastías, la de Habsburgo y la de Borbón, que la generalidad se reinstaura en la república porque Azaña envió a Marcelino Domingo a ver qué se inventaba para solucionar el embolado de Maciá, rescatando una institución medieval y obsoleta.
No les hace falta la verdad porque en una secta lo único que cuenta es lo que te dicen que has de creer. Por eso será dificilísimo solucionar el problema que han creado los del lazo amarillo. Están aquejados de un terrible virus, el del odio al otro, y ya empiezan a emplearlo entre ellos mismos. Mientras tanto, Cataluña se ha hundido en una España todavía más hundida, y nadie viene a invertir en un lugar en el que las empresas han huido para nunca más volver. Como todo el movimiento separatista vive de la subvención les da igual. Pero los presupuestos públicos se nutren de nuestros impuestos y donde no hay creación de riqueza poco habrá para regalar a los conmilitones.
Si la Diada de este año ha sido un fiasco -no puedes tener a la gente tensionada durante cinco años sin que se produzca un enorme desgaste- la del año que viene será todavía más irrelevante. Eso no significa que no sigan siendo un peligro para la convivencia, véase la declaración de la generalidad al anunciar que no piensa cumplir la sentencia del 25% de enseñanza en español en las escuelas. Seguirán haciendo todo el daño que puedan mientras esté Sánchez y la burguesía catalana sea tan cobarde como es. Pero a día de hoy tienen más empeño en clavarse la navaja entre ellos que otra cosa. Hay quien dice que ese es un signo inequívoco de que el asunto está en franca decadencia. Veremos.