Pedro Chacón-El Correo
Poco ha tardado Imanol Pradales en explotar lo que le da a su partido ventaja política real, cumplidos ya 130 años desde su fundación, sobre la izquierda abertzale. Es lo que ellos llaman la octava provincia (‘Zortziak bat’) o, dicho de otro modo, la diáspora vasca. Para ello se anuncia hasta una nueva ley de la diáspora y todo.
Los anteriores lehendakaris, en especial Iñigo Urkullu, se trabajaron a conciencia el tema, creando el día de la Diáspora los 8 de septiembre y dando fuerza a lo que venía siendo la celebración de los congresos de las colectividades vascas en el mundo.
Pero ha bastado que este año tocara –se celebra cada cinco años– el Jaialdi de Boise, en el estado de Idaho, para que todo el peneuvismo se desplace hasta allí, priorizando la celebración en tierras norteamericanas del día de San Ignacio.
Por su parte, toda la cultura política de la izquierda abertzale depende casi en su integridad de la creada por Sabino Arana. El Aberri Eguna, que ellos celebran efusivamente en Pamplona, lo creó el PNV en Bilbao en 1932; los símbolos del país son los de Sabino Arana; y el Gobierno vasco, con la Lehendakaritza y la Ertzaintza, los monta el PNV de José Antonio Aguirre en 1936.
Solo en Navarra han conseguido ser referente del nacionalismo, pero sin alcanzar por eso el Gobierno foral, creando un argumentario rancio como él solo, basado en un supuesto primer Estado vasco independiente bajo Sancho el Mayor, allá por el siglo XI, y una lectura de la conquista de Navarra en 1512 que solo huele a alcanfor.
Lo que nunca han conseguido vampirizarle al PNV, en cambio, es la diáspora, que permanece como exclusiva de este partido en una coyuntura política clave donde la izquierda abertzale muestra cierta indefinición, con su vuelta este verano a cuestionar el principio de autoridad. Y es que no encaja muy bien con su estrategia de paciencia franciscana y paz para todos en la fe independentista –con la que pretenden que Ajuria Enea caiga en sus manos como fruta madura– dudar de la Ertzaintza, como hizo el otro día la alcaldesa de Azpeitia, o de la Policía Municipal, más aún cuando EH Bildu controla más de cien municipios en toda Euskadi.
Mientras ETA existió, el principio de autoridad estaba clarísimo para la izquierda abertzale. Caída esa autoridad, solo quedan la ideología y la visión de país, que en su caso son de una precariedad pasmosa, en todo copiada del PNV. Lo único que les daba cierta ventaja sobre Sabin Etxea era que podían convertirnos a todos en vascos por la puerta de atrás del socialismo extremo. Ahora ya ese subterfugio tampoco cuenta porque Aitor Esteban e Imanol Pradales han abierto la puerta grande de la nación vasca a todo el que crea –con solo creer vale– que su única patria es Euskadi. El momento es clave, por tanto, para que el PNV con la diáspora vasca zanje de una vez su hegemonía.