Es razonable que cualquier persona que no haya perdido sus facultades cognitivas y mantenga cierto contacto con la realidad se encuentre estos días entre la indignación, la vergüenza y la preocupación por lo que está haciendo Pedro Sánchez. La táctica es clara, presentarse como víctima de un complot ultraderechista golpista a todo aquel que informe, pregunte o investigue sobre los negocios y el posible tráfico de influencias de su mujer Begoña Gómez y eliminar así cualquier vestigio de disidencia, convirtiéndose en un líder absolutista bajo apariencia de refrendo democrático. Todo orquestado y planificado a sangre fría. Espeluznante. Es necesario que nos detengamos en dos cuestiones importantes que representan el inicio de algo nuevo y siniestro.
En primer lugar, actualmente el poder que tiene el Estado sobre los ciudadanos es enorme y con la tecnología irá a más. No se ha conocido en otras épocas de la historia de España tanta concentración de poder y está en manos de la izquierda y los separatistas, la antiespaña. Este poder absolutista de nuestra “democracia constitucional” no se encuentra separado, sino concentrado en un Ejecutivo que es controlado por un partido político. Al configurar la Constitución Española una partitocracia, es el líder único que controla dicho partido el que controla todo el Estado. Por lo que es comprensible que Pedro Sánchez, el líder supremo del PSOE identifique a su persona con el Estado. El sistema lo permite y los medios lo alimentan al no existir sociedad civil fuera del presupuesto público controlado por dicho líder.
Resulta razonable que en cualquier parte del mundo, salvo en Corea del Norte, se pueda preguntar al Presidente, y que un juez pueda investigar que Begoña Gómez escribiese una carta para que dos empresas se llevasen contratos públicos del Estado por valor de 7 millones de euros. No es un comportamiento democrático, ni decente, ni estable calificar la rendición de cuentas de los dirigentes de desinformación, fango y golpismo ultraderechista. Y aceptar eso es aceptar un cambio de régimen.
Pedro Sánchez ha conseguido que sean las emociones del líder (miedo a perder el poder por casos de corrupción) las que se contagien al pueblo, a un país que ha de entregarse a la permanencia y al bienestar del líder
En segundo lugar, ese régimen al que se muta es una dictadura emocional, si se aceptan estos planteamientos de Sánchez. Supone la definitiva transformación en un sistema político personalista, que no presidencialista, donde los parámetros admisibles del delito y la verdad son decididos por el líder e impuestos a los ciudadanos. Pedro Sánchez ha conseguido que sean las emociones del líder (miedo a perder el poder por casos de corrupción) las que se contagien al pueblo, a un país que ha de entregarse a la permanencia y al bienestar del líder. No son las emociones del pueblo de una sociedad posmoderna infantilizada las que se trasladarían a la representación política, sino que el odio es dirigido desde arriba.
La guerra civil y el odio entre españoles como forma de mantener el poder político y mediático es algo insostenible de esta dictadura emocional. Un país inviable e irrespirable, que sólo beneficia a los sádicos psicópatas y los enemigos externos de España. Pedro Sánchez ha encargado a ese pueblo alterado, cebado con odio y mentiras de memoria histórica que se movilice, señale y acabe con todo el que lo cuestione. Esto sólo se consigue inoculando una cultura de odio atávico contra media España durante décadas. Esa agitación, ese odio exaltado no se va a ejercer por un Pedro Sánchez vestido de militar, sino por sus acólitos mediáticos que pedirán contundencia legal para exterminar a la disidencia bajo la excusa de proteger la democracia, ya plenamente identificada en nuestro país con los deseos y bienestar del líder del PSOE.
Normalmente un dictador llegaba al poder porque venía a salvar al pueblo de alguna amenaza, ahora es el pueblo español el que ha de salvar a Pedro Sánchez de sus emociones matrimoniales, de cualquier pequeño atisbo que le cuestione en el poder. Por eso en ese clima de excitación tiránica se presentará un artefacto legal para castigar y perseguir a los pocos que aún participamos en la conversación pública como disidentes a esta dictadura emocional personalista antiespañola. Somos objetivo de un enorme proyecto político de odio y de exterminio contra la libertad.
El primer paso para evitar esto depende de no aceptar nada de este discurso esquizoide y despótico que acabe en un consenso bipartidista “para evitar la polarización”. Algunos socialistas, como Jordi Sevilla, piden firmar un “pacto institucional ético” con el PP donde se comprometan a no hablar de corrupciones de familiares. No cabe mayor golferío democrático llamar pacto y consenso a la impunidad acordada entre ambos, cuando afecta al partido que tiene todo el poder en España, el PSOE.
Pedro Sánchez, el artífice del indulto a los golpistas y la posterior amnistía ha reinventado una forma de impunidad a priori. Exige que su familia y su persona sean no sólo inviolables como el Rey, con el que hace lo que quiere, sino incuestionables bajo pena de ser acusados de fango ultraderechista polarizador. Un régimen despótico y peligroso que inauguramos en España, donde no sólo se persigue al disidente, sino a la realidad. La obediencia ha de ser ciega y total.