La difícil memoria

EL CORREO 02/10/13
JOSEBA ARREGI

Están muy equivocados quienes creen que es posible complacer a todo el mundo, que es posible un trabajo de memoria sin sufrimiento, sin divisiones, sin problemas

Parece que en el plan estratégico que prepara la dirección de EITB para los próximos años no había sitio para la memoria de las víctimas, porque recordar a ETA, hablar de ETA divide a la sociedad vasca. Y aunque no lo he visto puesto en boca de Maite Iturbe, de sus palabras se deduce que, estando así las cosas, mejor no hablar de ETA, no recordar sus crímenes y asesinatos, no hacer sitio a la memoria de las víctimas.
Parece también que hasta el propio Gobierno vasco que la nombró se ha asustado por esta posición. Pero creo que es preciso reconocer que la postura y las palabras de la directora general de EITB tienen el valor de poner de manifiesto algo que es importante subrayar: la memoria de una historia de terror siempre es difícil, siempre es problemática, siempre causa divisiones. Lo malo del reconocimiento de esta realidad por parte de Maite Iturbe es la consecuencia que extrae: callar, obviar la historia, no hablar, no incluirla en un documento estratégico de un medio, además público, de comunicación.
Están muy equivocados quienes creen que la memoria es fácil. Están muy equivocados quienes pretenden que es cuestión de llevar a cabo el ejercicio de memoria con suficiente equilibrio, incluyendo todo lo posible, para quitar hierro a la dificultad de la memoria. Están muy equivocados quienes creen que es posible complacer a todo el mundo, que es posible un trabajo de memoria sin sufrimiento, sin divisiones, sin problemas. Si ello fuera posible, sería señal evidente de que nada hay de memoria en verdad, dignidad y justicia, como reclaman con razón las víctimas de ETA.
El historiador Tony Judt recuerda que durante siglos era el bautismo la puerta de entrada a Europa, creo que recordando una frase del poeta judío alemán Heinrich Heine, pero que tras la segunda guerra mundial la puerta de entrada a Europa es el holocausto, su reconocimiento, el reconocimiento de su significado. Esta aseveración del gran historiador no significa que a lo largo del siglo veinte no haya habido más sufrimiento y más terror que el causado por el nazismo. No significa que no haya habido terror estalinista, que no haya habido otros fascismos, que no hubiera alemanes expulsados de sus tierras tradicionales tras la segunda guerra mundial, con cientos de miles de muertos como consecuencia. No significa olvidar que la táctica estalinista de ver al enemigo principal en el socialfascismo del SPD alemán no cebó las filas del nazismo, no significa olvidar errores del armisticio de 1919.
Pero el actor principal de la historia de Europa en la primera mitad del siglo XX fue Alemania como incitadora e iniciadora de las dos guerras mundiales, fue el nazismo que ejecutó el mayor genocidio conocido en la historia hasta estos momentos, el intento de borrar de la faz de la tierra a todo el pueblo judío. Por eso han recordado tantos analistas la especial responsabilidad de la Alemania actual para con Europa y para con los países en dificultades. Y con razón.
Contar todos los muertos y asesinados, adscribirlos con claridad a un bando o a otro, catalogarlos por países: todo ello es necesario y lo hacen con acribia los historiadores, como Timothy Snyder en su ‘Bloodlands’. Pero esa labor contable no exonera, ni al historiador ni a los ciudadanos interesados, de un juicio de valor sobre lo ocurrido que responda a la pregunta de quién fue el actor principal. Y esto causa problemas. Sería deshonesto no reconocer que la sociedad alemana ha tenido, y no pocas veces sigue teniendo, problemas, con la aceptación de su papel de actor principal en los desastres de la primera mitad del siglo XX. Es conocido que siguen existiendo, en Alemania y fuera de ella, personas que se siguen resistiendo a reconocer esa realidad de actor principal que incluye de manera especial a Hitler y el nazismo.
Pero también sería deshonesto no darse cuenta de que ese reconocimiento, la aceptación de ese papel de actor principal en los desastres de la primera mitad del siglo XX, no percibir con claridad que la memoria difícil de una Alemania responsable de dos guerras mundiales, del nazismo, del genocidio judío es lo que ha permitido una Alemania democrática, es lo que ha permitido aprender de la historia, es lo que ha permitido que la memoria cumpla una función de purificación, una función crítica que abre la puerta a un mejor futuro, a un futuro más humano.
Ya sé que todo lo que ocurre en la historia vasca es distinto y especial. Pero nos equivocaríamos radicalmente si pensáramos, como creo que piensan algunos, que nosotros lo podremos hacer de forma distinta con nuestros propios desastres y con nuestro propio terror. Buscamos un concepto suficientemente general que sirva para, sin equiparaciones según se nos asegura, abarcar todos los desastres, pretendemos encontrar una neutralidad contable para quitar hierro a las dificultades de la memoria, queremos complacer a todos, especialmente a nosotros mismos y a esa gran mayoría que ha pretendido vivir como si el terror no sucediera entre nosotros, que ha pretendido mirar a otro lado, hacer como que no se entera o que toda esa historia infame no va con él.
Pero la memoria no deja en paz a nadie, exige enfrentarse a uno mismo, es una especie de conciencia convertida en espejo, y reclama posicionarse. Claro que la memoria es difícil, divide, hace sufrir, porque critica, purifica, aclara, y exige correcciones importantes en la manera de verse a sí mismos aquellos en cuyo seno se ha producido la historia de terror.
Si ETA no reniega de la historia de terror que ha producido, si Sortu homenajea a los luchadores de ETA, si las palabras de Maite Iturbe reflejan el sentir de una buena parte de la sociedad vasca que quiere seguir sin ver nada ni mirarse en el espejo, en lugar de un futuro en libertad tendremos la repetición de aquello que no queremos recordar porque divide.