Las experiencias recientes y las condiciones abocan al PNV, firme lo que firme en su próximo congreso, a devolvernos a los planes secesionistas y a la movilización social a favor de una dinámica desestabilizadora, en la que ETA volverá a tener cierta justificación, puesto que el Estado y los partidos españolistas no podrán asumir las pretensiones del PNV.
La retirada de una forma fulminante de Josu Jon Imaz de la política, y especialmente como candidato a presidente del PNV, puede descubrir una vez más la derrota en el seno del nacionalismo de la vía moderada y autonomista frente a la radical independentista, y presagia, por las características de la espantada, un futuro de desagradables sorpresas y radicalismos en el devenir político vasco. No parece, vistas las consecuencias, que el documento de síntesis pactado hubiera satisfecho al hasta hoy presidente del partido, quizás, incluso, descubriendo que lo escrito no iba a ser lo importante ante el tsunami de radicalismo que se avecinaba favorecido por múltiples circunstancias. Tendremos, pues, que considerar ya a Josu Jon, esperanza hasta el momento de la racionalidad en la política nacionalista en Euskadi, como un cadáver político más de los muchos que esta etapa reciente nos está dejando por el camino.
Sin duda alguna la recuperación por parte del PNV de las tres diputaciones, precisamente tras las elecciones que peor resultado les haya concedido pero carente de alternativa por el foso que rompe toda relación entre el PSE y el PP en Euskadi, contradictoriamente, no ha suavizado el debate entre las tesis “pactistas” y “soberanistas”en este partido ante la próxima renovación interna. El poder casi siempre modera, salvo en el caso del PNV- como me recordara el primo de Mario Onaindia que éste siempre decía-, que lo radicaliza aún más, puesto que inicia esta nueva etapa, tras el fracaso del proceso de negociación del Gobierno con ETA, que tuvo precisamente a Josu Jon como un leal partenaire, y que le dejara al PNV fuera de juego, con un propósito de enmienda hacia el soberanismo. Una especie de nunca más, o salvados por la campana, por la imposibilidad del PSE de asumir los gobiernos provinciales que por escaños les hubiera podido tocar, les remueve hacia el terreno donde no tienen igual ni competencia: el radicalismo político. Radicalismo al que se adhieren las masas por las buenas o por las malas (máxime cuando ETA está ahí amenazante compartiendo objetivo).
La consecución de una ponencia de síntesis, que hubiera podido suavizar el enfrentamiento entre las candidaturas a su presidencia, no iba resolver a muy reciente plazo la convivencia de dos posicionamientos tan contrapuestos, que a la postre, como ya se ha indicado por más de un comentarista, no es más que la yuxtaposición de las tesis autonomistas e independentista. En el pasado, cuando se iniciaba el proceso autonómico éste podía ser considerado por los independentistas, salvo los de ETA, para los que la independencia debe ser el resultado evidente de una ruptura traumática y a ser posible como secuela de la violencia, como un inteligente y pragmático camino para acabar en la meta deseada de la secesión. Pero, una vez empachados y ahítos de autonomía, posiblemente también deslumbrados por el disfrute de los suculentos privilegios que ha acompañado a ésta concedidos por el Estado, el cúmulo competencial tenga la necesidad imperiosa de ser revestido por la soberanía. Este hartazgo de autonomismo animado por corrientes hacia el soberanismo de otras comunidades autónomas, que hace unos años no existían, una cierta comprensión hacia las tendencias centrífugas en los últimos tiempos por los poderes centrales, y, sobre todo, la influencia que ETA ejercita en la dinámica política del nacionalismo, hubiera hecho que en la práctica real el PNV, a pesar de la ponencia de síntesis, derivara inmediatamente hacia el soberanismo. La retirada de Imaz lo confirma.
Sectores pragmáticos de este partido han acabado por asumir que el abandono del espacio dramático de nuestra política, como ha ocurrido cuando el proceso de paz con ETA ha sido protagonizado por el PSOE, recompensando a éste con un excelente resultado electoral, fue nefasto. No sólo arrinconó al PNV, le convirtió en innecesario, puesto que el señuelo de la paz arrebatado no funcionaba ya junto al Plan Ibarretxe quitándole atractivo ante la sociedad. Y tras esta reciente experiencia la política real va a ser impulsada por el sector más radical, capitaneado por un Ibarretxe, incuestionado en el Gobierno tripartito, y respaldado por Eguibar en el partido. Así se descubrirán de nuevo capitaneando no sólo a EA y a EB, sino también influyendo sobre la propia ETA. Las experiencias recientes y las condiciones abocan al PNV, firme lo que firme en su próximo congreso, a devolvernos de nuevo a los planes secesionistas y a la movilización social a favor de una dinámica realmente desestabilizadora, en la que ETA volverá a tener cierta justificación, puesto que el Estado y los partidos españolistas no van a poder asumir las pretensiones del PNV.
El pragmatismo que atienda el moderantismo del empresariado vasco sencillamente no cuenta. No es un problema exclusivo de aquí ni del PNV, la autonomía que la política partidista ha alcanzado respecto a colectivos sociales, no sólo con respecto al empresariado, es total, cuando no ocurre el hecho de que sea la política del partido la que impongan sumisión a esos agentes sociales. Es cierto que existe un cierto hartazgo ante las dinámicas tremendistas e inestables de la política por parte especialmente de este sector empresarial, pero la desdramatización de la política no remueve al electorado en su favor, según el PNV. Por lo que las aspiraciones de los empresarios, tímidas en todo caso tal como hoy se plantean las cuestiones políticas, esperarán a otra generación de políticos más sensata que surja tras algún disgusto serio. No en vano cuando la política llega a un determinado climax no hay quien influya en ella salvo las camarillas de los más oscuros pasillos de unos pocos partidos.
Es comparable esta situación a cuando la política desemboca en una situación bélica y, entonces, es un general el que acaba diciendo “esto es cosa de militares”. Lo que hiciera sentenciar a Churchill que la guerra era demasiado seria como para dejarla en sus manos. También podía haber dicho lo mismo de la política y los políticos, especialmente en ocasiones como la que padecemos.
Eduardo Uriarte, 12/9/2007