El ejemplo de la liquidación de ETApm y la reinserción de los ‘polimilis’ no contagió a ETA militar. Por el contrario, ésta se vacunó ejerciendo la campaña de terror más fuerte de su historia ante el miedo de ser subsumida por la democracia, para acabar muchos años después, cadáver tras cadáver, triunfando en sus tesis y atrayendo al PNV al acuerdo de Estella.
El semblante serio del recién fallecido presidente Leopoldo Calvo-Sotelo no pudo encubrir, de la misma manera que no la encubrió el rígido aspecto de su ministro del Interior, Rosón, su fuerte inquietud y sensibilidad por intentar resolver de la mejor manera los problemas personales que como consecuencia de la dictadura todavía se les presentaban. La búsqueda del procedimiento que permitiera traer a la vida normal a jóvenes vascos que seguían optando por la violencia fue algo que preocupó a ambos.
No se puede olvidar que la única negociación con ETA que ha tenido éxito, la de ETApm, se hizo bajo los auspicios de este presidente, que se ganó la calificación de la esfinge. Y si la confianza que le mereciera Rosón a Calvo-Sotelo significó mucho, fue más importante el buen clima que se creó entre éste y Juan Mari Bandrés, y especialmente con Mario Onaindia, en principio éste muy receloso, pues había oído que Juan José Rosón tenía en su pasado el haber sido auditor militar. Curiosamente, acabaron siendo amigos y realizando un servicio muy importante a la nación.
La liquidación de ETApm constituyó un éxito importante. Los que aceptaron la reinserción fueron viendo que los obstáculos iban apartándose poco a poco, gracias a la colaboración de los diferentes estamentos del Estado. Colaboración posible porque éste, que surgía de la transición, aún no había fraguado del todo. Descubierta esta realidad por el sagaz Onaindia, y planteándola como la última oportunidad digna para los que con dudas se mantenían en armas, uniéndolo a la coartada política de la reciente aprobación del Estatuto vasco, consiguió ir abriendo paso a su idea de liquidar ETA. Hoy las dificultades para hacerlo, por mucha voluntad política que exista, son mucho más imponentes, la judicatura no transigiría con aquella facilidad, casi con seguridad no transigiría, y las víctimas del terrorismo hoy se han convertido en un colectivo muy influyente. Entonces todo esto estaba por hacer o no existía.
El fin deseado se iba aproximando, además de por la complicidad de los interlocutores, bajo unos niveles de discreción muy serios, pues pocos sabían a ciencia cierta si se estaba negociando. Existía previamente la presión por parte de Euskadiko Ezkerra (EE), el partido hermano de los polimilis, para asumir exclusivamente la vía política, recién fortalecida por una convergencia con un sector importante de los comunistas vascos; presión que ejercía amable, pero continuamente, sobre una organización armada que había supeditado su protagonismo al del grupo político. Esto también suponía que ETApm era una organización armada con una cierta preocupación y sensibilidad política –frente al carácter exclusivamente militar y nacionalista de ETA militar–, sensible al enorme avance que había supuesto el reciente Estatuto de Autonomía, teniendo que aceptar que la política derribaba los obstáculos que ellos no sólo eran incapaces de derribar, sino que los recreaban, como lo demostró el golpe de Estado del 23-F.
A la sensibilidad política de ETApm se sumó su vergüenza por haber podido justificar con su actividad el 23-F, y el convencimiento de que la lucha armada, como declaró el IRA con anterioridad a los acuerdos de Stormont, no servía para nada. Parte de ello había sido el resultado de la labor paciente de líderes de EE, como Bandrés, Onaindia y alguno más, que supieron inteligentemente ejercer su liderazgo y hacer crecer el derrotismo entre los activistas.
El fallo consistió en que el ejemplo, como se esperaba, no prosperase, que no contagiase a ETA militar. Por el contrario, ésta se vacunó ejerciendo la campaña de terror más fuerte de su historia ante el miedo de ser subsumida por la democracia, para acabar, cadáver tras cadáver, muchos años después triunfando en sus tesis y atrayendo al PNV al acuerdo de Estella. A partir de ese momento cualquier aprendiz de negociador deberá contemplar el acicate político del que ETA disfruta, con un PNV que comparte el rechazo al Estatuto de Autonomía que ella nunca aceptó y que asume su independentismo. Otro obstáculo imponente a cualquier negociación que se suma a los observados con anterioridad.
La única negociación que tuvo éxito se realizó en unos momentos muy difíciles, ante unos políticos, Calvo-Sotelo y Rosón, que se estaban ganado la fama de duros –no hay más que recordar la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA)–, pero que eran sensibles, generosos y, sobre todo, inteligentes, pues las negociaciones políticas nunca existieron. Y es que la democracia española ha sido, incluso en sus peores momentos, sensible y generosa, virtudes absolutamente ajenas a la cerrazón rústica del nacionalismo.
Eduardo Uriarte, INTERVIÚ, 12/5/2008