Joseba Arregi, EL CORREO, 08/08/11
A los que se están distanciando de ETA es todavía muy largo el camino que les queda por hacer. Y no podemos permitirnos el lujo de quedarnos en los albores, no por obsesión, sino porque lo que está en juego es la libertad de todos.
Recientemente se han podido leer en la prensa algunas reflexiones de un antiguo miembro de ETA, Urrusolo, en las que éste afirmaba que era necesario que los miembros de ETA reconocieran el daño causado por sus acciones. El hecho mismo de publicar estas reflexiones indica la importancia que se les concede, algo normal porque difieren del discurso oficial de ETA y permiten albergar la esperanza de que las cosas puedan ir cambiando.
Daba a entender este ex miembro de ETA que el daño causado lo veía en relación a la situación de las víctimas familiares: es a éstas a las que los que fueron de ETA deben acercarse para pedirles perdón y buscar algún tipo de reconciliación.
No cabe duda de que esta manera de expresarse implica un cambio con el comportamiento de los miembros de ETA. Es conocido que algunos de ellos iniciaron hace algún tiempo un camino que les ha colocado fuera de la organización, y en posiciones que se pueden entender como de reconocer que, aunque su actividad de terroristas estuviera justificada, esa misma actividad causó daños a los que es preciso dar la cara. Es, como se acaba de apuntar, el inicio de un camino.
Más de uno, sin embargo, y quizá no pocos de los que han iniciado el camino, pueden tener la tentación de creer que es mucho y muy importante el camino andado ya, casi todo lo que son capaces y están dispuestos a caminar. Pero la terminología misma utilizada en las reflexiones de Urrusolo pone de manifiesto la distancia que aún les queda por recorrer. Una distancia cuantitativa y cualitativa. Y es necesario que la sociedad vasca, la ciudadanía vasca sea consciente de esa distancia, porque en ello nos va el futuro democrático de todos nosotros.
Hablar del camino que les queda por recorrer a quienes han tenido la fuerza para desligarse de la banda puede parecer a no pocos minusvalorar el esfuerzo que están haciendo algunos presos de ETA. Pero no se trata de ninguna minusvaloración. Se trata de no dejar de lado los principios fundamentales de la política democrática. No se trata ni de venganza, ni de pasar factura, ni de sacralizar lo que no merece: se trata de garantizar en el futuro, siendo honestos con respecto al pasado, la libertad y el derecho de los ciudadanos vascos.
La distancia a la que me refería viene marcada por los términos acciones y daño. El lenguaje nunca es inocente y gratuito. Lo que Urrusolo denomina ‘acciones’ se denomina en castellano simplemente asesinatos. Llamar ‘acción’ a un asesinato es enmarcarlo en una neutralidad que hurta al hecho todo su significación y toda su gravedad. Para poder reconocer un daño causado es preciso comenzar llamando a las cosas por su nombre. De lo contrario no reconocimiento del daño causado, sino ocultamiento del mismo. No se trata de un daño por robo. No es daño por mentir. No se trata de un daño causado por la irresponsabilidad. Tampoco es un daño debido a la ignorancia culpable, ni es un daño causado por la equivocación.
Se trata de un asesinato con intencionalidad política. Se trata de asesinatos dirigidos a quitar la vida a algunas personas, con lo que se les quitaba la base de todos los derechos de la persona, la vida. Se trata de asesinatos para amedrentar a determinados grupos sociales y someterlos al dictado del terror y del miedo. Se trata de asesinatos para tratar de debilitar al Estado de derecho, en quien recae la defensa y la garantía de los derechos y las libertades fundamentales de los ciudadanos. Y se trata de asesinatos para conseguir un fin político, una Euskadi homogénea en la que no caben los que no piensan y sienten igual de nacionalista y con la misma radicalidad que ETA.
Por todo ello, el daño causado por los terroristas de ETA es un daño moral y ontológico con intención de aterrorizar y con intención política. Se trata de crímenes políticos, y por ello públicos. No son crímenes privados que pueden quedar arreglados gracias a un par de conversaciones privadas y personales. Son crímenes políticos y por ello más graves que cualquier otro crimen.
Todo ello afecta a la naturaleza del daño causado. Es un daño en primer lugar irreparable. Los asesinados han perdido la vida porque alguien se la ha quitado violentamente, a la fuerza. Su muerte por asesinato no tiene vuelta atrás no se puede rehacer la historia. No puede escribirse la historia como si los asesinados no estuvieran muertos a la fuerza. Es irreparable el sufrimiento de las víctimas familiares por una ausencia que tampoco tiene vuelta atrás.
Es un daño moral social producido por las consecuencias del miedo y de terror en la sociedad, en los comportamientos individuales y sociales. Un daño que afecta a estructuras completas de comportamiento social de las personas. El miedo y el terror afectan de una forma profundamente negativa al comportamiento social de los individuos.
Y además, y no por ser citado el último es el menor daño, es un daño social por la destrucción del vínculo que constituye una sociedad: un mínimo de confianza mutua y de reconocimiento mutuo entre las personas diferentes. Y esto conduce al daño político, porque los asesinatos de ETA han atentado directamente contra la encarnación institucional pública de ese vínculo de confianza y reconocimiento mutuo que constituye la sociedad: el Estado de derecho.
Llamar a las cosas por su nombre, asesinato al servicio de un proyecto político, lleva a tomar adecuada conciencia del carácter y de la dimensión del daño causado. Por eso, la distancia a recorrer por aquellos que se están distanciando de ETA es todavía muy larga, mucho el camino que aún les queda por hacer. Y no podemos permitirnos el lujo de quedarnos en los albores, en el comienzo del camino, no por capricho de alguien o por obsesión con algo, sino porque lo que en definitiva está en juego es la libertad de todos los ciudadanos.
Joseba Arregi, EL CORREO, 08/08/11