Ignacio Camacho-ABC

  • Pocos errores mayores se pueden cometer en política que cambiar de apuesta o de cartas cuando la partida está en ventaja

La vida en la oposición es muy difícil, sobre todo para un partido de Estado que ha gobernado España durante un total de quince años. El líder del PP carece de territorio institucional sobre el que mandar; apenas ejerce su autoridad sobre el grupo parlamentario y seis de las siete plantas –la otra es la de la agrupación madrileña– del edificio donde trabaja su equipo orgánico. Los presidentes autonómicos están elegidos por los ciudadanos y manejan presupuestos milmillonarios: un poder real, tangible, que en situaciones delicadas, como la de Mazón, les permite atornillarse en el cargo. Feijóo, que disfrutó en Galicia de un virreinato plácido, está comprobando ahora la complejidad de un liderazgo al que todo el mundo se siente autorizado para poner reparos. Está emparedado entre la presión del Gobierno y los nervios de su propio electorado, que se desespera ante los desafueros sanchistas sin terminar de digerir el gatillazo de hace dos veranos.

Ayer acusó el malestar interno creado por su giro respecto al decreto de las pensiones. Ante la junta directiva vino a decir que nadie le da órdenes, aclaración innecesaria si no hubiese escuchado titubeos de desconcierto y un bisbiseo de rumores lo bastante significativo para empujarle a enseñar los galones. Por blindado que esté frente al espíritu conspirativo del interior de la M-30, sabe que mucha gente de dentro del partido y de fuera le reclama una actitud más enérgica, mientras otros sectores demandan posiciones flexibles que atraigan a votantes desencantados de la izquierda. La deriva autocrática de Sánchez ha generado en el espacio liberal-conservador una crisis de impaciencia traducida en el cada vez más patente debate sobre la claridad de ideas de la única fuerza en condiciones de proponer una alternativa estratégica. Y la derecha sociológica, vacunada de la flema marianista, se resiste a esperar que el vuelco llegue por inercia.

En ese clima resulta inevitable la tentación de pensar en otro candidato… o candidata. Ayuso y Juanma Moreno, símbolos de las dos almas de los populares, aparecen como recurrentes soluciones de emergencia en esas quinielas espontáneas. Y sin duda son figuras de solvencia probada. Pero pocos errores mayores se pueden cometer en política que cambiar de apuesta o de cartas cuando la partida está –como certifican todas las encuestas– en manifiesta ventaja. El mensaje que recibiría el cuerpo electoral es el de una confesa falta de autoconfianza, y el adversario vería abierta una salida que hoy tiene cerrada. Es fácil de imaginar lo que ocurriría en caso de que el presidente aprovechase la baza de una oposición a medio rearmar para convocar elecciones inmediatas. Guste poco, mucho o nada, Feijóo es la única bala disponible en las actuales circunstancias. Aunque la existencia de un proyecto y de un relato inteligibles sería de mucha ayuda para hacer diana.