La economía española vive momentos difíciles y eso del mal de muchos no sirve de consuelo ni siquiera a los tontos, porque en esto cada uno lleva su cruz. Se podrá discutir acerca de las características y de la intensidad de la crisis que atravesamos y se podrá debatir sobre su evolución previsible en los próximos meses. Incluso da para mucho la atribución de responsabilidades, repartida entre acontecimientos sanitarios, operaciones bélicas, distorsiones operativas y torpezas de gestión. Pero nadie puede negar y menos ignorar que lo tenemos crudo entre una inflación que no cesa, unos tipos de interés que han empezado su propia escalada y una energía que se ha tornado inesperadamente escasa y alocadamente cara. Vamos, que vivimos en un escenario idóneo para buscar un gran acuerdo nacional, basado en un pacto amplio, con un programa acordado entre unas amplias mayorías, dirigido a repartir los sacrificios y a potenciar todos los esfuerzos.
¿Hay alguna posibilidad de que suceda tal cosa? Lamentablemente, creo que no. Vea. Entre el principal partido del Gobierno y la oposición se ha levantado un muro que corta a la ciudadanía por la mitad. El muro tiene tal altura que no se ponen de acuerdo en nada que no sea en subir los sueldos de los diputados. El propio Gobierno está partido y sus dos componentes solo coinciden en su mutua afición por viajar en Falcon. Más. En la parte más zurda de este Gobierno de izquierdas se ha desatado un enfrentamiento plagado de ataques soterrados, dimisiones forzadas y zancadillas varias entre los que proceden del Podemos primigenio y los que transitan desde la Izquierda Unida tradicional. Seguimos. El Gobierno carece de mayoría suficiente en el Congreso y ha decidido apoyarse en un maremagnum imprevisible e incontrolable que tiene sus propios problemas. El socialismo catalán de corte independentista (ERC) se mueve en un alambre inestable, apresado entre sus odiados aliados de la derecha independentista (JuntsxCat), sus incontrolados compañeros de la izquierda más irredenta (CUP) y con su negativa a colaborar con los mismos a quienes sostienen en Madrid (PSC). Incluso a la otrora monolítica izquierda radical vasca (Bildu) le ha salido una incómoda disidencia interna con una juventud alborotada en torno a ese misterio de GKS. Quizás sea este quilombo la causa que ha forzado a José Luis Tezanos a colocar al PP por encima del PSOE en sus muy elaboradas encuestas electorales.
Así que mientras el país se estremece con la crisis y las apreturas del fin de mes se adelantan a mediados de mes, la política camina a su aire. La situación no es la idónea para lograr el acuerdo necesario. Ni mucho menos. El Gobierno emite programas de ayuda con un ritmo frenético (el tercero se anunció cuando el segundo aún no se había aprobado) con la intención de luchar contra los precios y repartir dinero a diestra y siniestra. Pero ya hemos visto que los precios no se enteran de sus deseos y las ayudas llegan tarde a sus destinatarios, atascadas en medio de las marañas administrativas.
Por el contrario, el acuerdo necesario debería incluir cosas como la reforma de estructuras que reducen la competencia y bajan los precios; evitar la parcelación del mercado único en 17 mercados autonómicos; la poda y limpieza de una Administración asfixiante; las ayudas a quienes crean empleo para gastar menos en sostener el paro; la eliminación de todo gasto superfluo o repetido; la garantía de la seguridad jurídica, evitando cambiar de ideas y de leyes cada cuarto de hora; y la elaboración de un plan de consolidación fiscal que corte de raíz el incontrolado crecimiento de la deuda pública y nos habilite la obtención de las ayudas que necesitamos, si es que nuestra insolidaridad energética no nos cierra la puerta de Europa. Se puede alargar mucho la lista, pero es un esfuerzo inútil.
¿Se hará? ¿Cree usted todavía en los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez? Qué suerte tiene…