Helena Farré Vallejo-El Español
  • El 33,4% de los españoles no se pudo permitir ir de vacaciones al menos una semana el año pasado. ¿Cómo será este 2025, cuando notamos esa sensación ácida de que progresivamente todo va un poquito peor?

El verano es la época por excelencia en la que todo puede pintar o muy bien o muy mal, en la que puedes ser o muy feliz o muy desdichado.

En esta época en la que las redes sociales han ajustado nuestra mirada sobre el mundo, todo lo de fuera parece muy perfecto y todo lo de dentro muy imperfecto. Todo lo que somos o preferiríamos no ser cobra una especial relevancia y adquiere un mayor protagonismo.

Que si demasiado gordo, que si demasiado flaco. Que si muy quemado o demasiado fantasmagórico. Que si muy solo o demasiado acompañado. El abanico de opciones de autoflagelación es interminable.

Sin embargo, hay un detalle que parece estar subrayado con un color fluorescente en esta época del año: el dinerito que se encuentra depositado en la cuenta bancaria.

Una cantidad que te puede permitir estar pasando agosto en un velero, surcando las aguas del Mediterráneo, con una cervecita helada en la mano y el atardecer de fondo, o una cantidad que te permite estar en tu piso, sin aire acondicionado pero con un pequeño ventilador, y sin la perspectiva de irte a ningún lado excepto al bar de la esquina a por una caña

Pueden parecer dos extremos muy extremos, pero no lo son tanto, porque, según se nos quiere hacer creer, la economía de nuestro país vive un periodo boyante.

Vamos, que va «como un cohete», según dijo nuestro presidente del Gobierno el año pasado. Lo que significa que cada vez más de nosotros nos deberíamos encontrar en el primer grupo, surcando los mares con el pelo al aire.

Sin embargo, el ciudadano medio (por decir algo, porque la clase media es ya un fósil de lo que un día existió) se da cuenta, sobre todo en estas fechas, cuando las vacaciones y la playa y el hotel con desayuno empiezan a tentar al corazón, de que tal vez el combustible que tanto impulsaba a ese cohete se haya agotado.

O que lleve agotado ya un tiempo. Porque en 2024, año en el que todo iba sobre ruedas, el 33,4% de la población española no se pudo permitir ir de vacaciones al menos una semana en este año. ¿Cómo serán los datos de este 2025, cuando todos notamos desde hace ya un tiempo esa sensación ácida de que, de forma progresiva, todo va un poquito peor?

Esto de irse de vacaciones puede parecer una frivolidad, pero el Instituto Nacional de Estadística cuenta entre sus indicadores para determinar la carencia material y social severa el de no poder permitirse ir de vacaciones al menos una semana por año.

Poder salir de tu domicilio e irte a la playa o a una casa de campo o a donde te venga en gana siete días. Para uno de cada tres españoles, eso resulta inasumible.

Pero el problema no es solo que no te puedas ir de vacaciones. No existe la obligación de tener que irse a ningún lado, faltaría más.

Como escribió hace un par de años Marta D. Riezu, aun con días libres y dinero en el banco, decidía quedarse en casa en verano porque no le gustan las colas ni las multitudes. Básicamente, se quedaba en verano en su casa porque le daba la gana. Y porque tenía la opción de elegir.

Es ahí donde está el problema. Esa elección (y tantas otras), que se acerca mucho a la libertad, y que pasa por tener un poder adquisitivo en condiciones, entra en contradicción con los datos.

Porque somos el cuarto país con más población en riesgo de pobreza y el primero con la mayor tasa de pobreza infantil dentro de la Unión Europea. Y en los últimos 30 años, los sueldos reales sólo han aumentado un 2,76% (la media del grupo se sitúa en un 30,8%).

Podría decirse que nuestro problema es el gran desajuste que existe entre lo macro y lo micro. Entre lo que nos dicen que está pasando en la economía general y lo que vemos en nuestra economía particular, como la imposibilidad de irnos de vacaciones siete días (o quedarnos plácidamente en nuestra casa) porque nos da la real gana.