Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Manuel Marchena deja el Supremo sin plegarse ni al poder político ni al económico

El filósofo, dramaturgo, agitador cultural y buen amigo Javier Gomá, ha dedicado muchos años a escribir sobre la ejemplaridad pública como principio necesario y organizador de la democracia; como el atributo en el que se debe reconocer una sociedad moralmente sana. Defensor de lo necesario, pero imposible, en una época en que el autoritarismo y la coerción han perdido su poder cohesionado y solo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso generador de costumbres cívicas es capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano.

No se si el juez Manuel Marchena y el filósofo Gomá se frecuentan ahora pero si un servidor público representa el ideal de la ejemplaridad ese es el juez que hoy deja la presidencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo después de diez años. En contraste con los Garzón, Marlasca, Álvaro García Ortiz, Margarita Robles, Cándido Conde Pumpido o Juan Carlos Campo, el juez Marchena no se ha dejado seducir por el poder o el dinero. Y, me consta, que además de la presidencia del CGPJ que rechazó a un Gobierno de centroderecha cuando percibió la instrumentalización política del cargo, posteriormente recibió ofertas de ministerios y cargos directamente desde la Moncloa. Bufetes madrileños de facturación multimillonaria le han puesto en la mesa el cheque en blanco firmado para que escribiera la cifra por la que suspiraría cualquier profesional. Siempre rechazó las tentadoras ofertas, confirmando, por una vez, que no todos los servidores públicos tienen un precio (legal, claro). Hasta dejó de aceptar invitaciones al famoso palco del Bernabéu por no dar el mínimo pábulo a conjeturas maliciosas.

Su pasión por la fotografía y por la ópera le han blindado contra el ruido y la furia en momentos complejos como el juicio del ‘procés’ y las presiones del poder político y mediático. Poderes que no pueden soportar la ejemplaridad pública que también se ha plasmado en su resignación y media sonrisa cuando al final de su carrera asiste a la operación de demolición de una parte importante de sus rigurosas resoluciones judiciales. Indultos políticos a malversadores condenados, amnistías a la carta para sediciosos de la ley, revisiones y rectificaciones por parte del Constitucional (TC) de sentencias concluyentes casadas por la Sala Segunda. El poder principal con el que ha colisionado la ejemplaridad judicial del juez Marchena es doble. De un lado, la autocracia que se considera legitimada para ignorar las resoluciones judiciales por intereses puntuales. Y, de otro, el abuso del TC para retorcer las sentencias del Supremo en favor del poder partidista. ‘E pur si muove’.