IÑAKI UNZUETA ALBERDI-EL CORREO

  • El PNV exige «republicanizar la monarquía» y Bildu se encuentra llamada a ayudar a democratizar el corrupto Estado español
Publicado elJueves, 7 enero 2021, 00:58

Una ola democratizadora invade al nacionalismo. El PNV señala la baja calidad democrática del Estado español y ahora, entre otras cosas, exige «republicanizar la monarquía», esto es, «legitimarla funcionalmente como cualquier electo que se somete al juicio popular y a la posible censura». Por su parte, Bildu se encuentra llamada a colaborar en la democratización del corrupto Estado español.

Al PNV no le genera ninguna disonancia cognitiva afirmar y al unísono negar la democracia. Con motivo de su reelección a la presidencia del Euzkadi buru batzar, Andoni Ortúzar decía que «el PNV es el mejor instrumento para liderar al pueblo vasco a su plena liberación». De nuevo, de modo irresponsable y al parecer sin haber aprendido nada de la etapa terrorista, el PNV activa mecanismos que posteriormente tienen difícil control, pues como dice Hans Joas, «toda sacralización de un fin como un valor en sí mismo oculta las consecuencias de su establecimiento de metas y de su elección de medios, como si por arte de magia estas consecuencias pudieran no ocurrir o pudieran ignorarse». La liberación nacional es una versión religiosa más de la «necesidad histórica» comunista que tantas víctimas causó.

El PNV sigue cautivo de un relato victimista de tres tiempos: pasado glorioso, presente degradado y futuro redentor. Si el destino se encuentra prefijado, la ciudadanía deja de ser la esfera de autorrealización del individuo. Un futuro cerrado niega el pluralismo razonable de ciudadanos con visiones filosóficas, religiosas y morales diferentes. Una perspectiva de la ciudadanía recortada a una determinada identidad colectiva rechaza la inclusión, de modo que la comunidad ya no se constituye a través de una esfera pública vitalizada por aquello que se comparte con los demás, se trata más bien de una ‘comunidad de la tierra’ (Euskal Herria) que avanza como un zombie hacia un destino prefijado.

Frente a esta visión sustancialista de la identidad política, Habermas propone la autodeterminación democrática que «no tiene el sentido colectivista y al tiempo excluyente de la afirmación de la independencia nacional y la realización de la identidad nacional, sino el sentido inclusivo de una autolegislación que incorpora por igual a todos los ciudadanos (…) sin integrarlos en la uniformidad de una comunidad homogeneizada».

Por otro lado, la apelación a los derechos históricos como fuente de legitimación de la acción política nos remite a la autoridad tradicional que Weber sustentaba en «eso que siempre se ha hecho así». De la misma manera que por su raigambre histórica rechazaríamos privilegios nobiliarios, los llamados derechos históricos del pueblo vasco no pueden solidificarse porque no superan el cribado de legitimación democrática.

Finalmente, en el ejercicio de autoanálisis y de exégesis que un PNV comprometido con la democracia debería realizar tendrían que indagar en sus orígenes, en la oscura figura de su fundador y en determinados periodos controvertidos de su historia que están sin dilucidar. Pero, claro, si los elementos antidemocráticos fueran expurgados, el PNV sería otro partido. El corpus teórico del PNV se compadece mal con la democracia, es una anticuada maquinaria del siglo XIX que no admite arreglos democráticos. ¿Y qué decir de Sortu y su concepción de la libertad y de la democracia, si todavía encuentra elementos moralizantes en el asesinato político?

Pues bien, con este exiguo bagaje el éxito político logrado por el nacionalismo es asombroso. La combinación de violencia dura e ingeniería social, esto es, la construcción nacional, ha transformado la sociedad. ETA y sus círculos, sobre todo en pequeñas ciudades, sirvieron para disciplinar a la población y eliminar la disidencia. Y desde instancias oficiales, millonarios programas de asimilación cultural y refinados procesos de selección funcionarial y profesional han dado lugar a la aparición de una élite nacionalista que controla los principales centros de poder.

Jonathan Haidt retoma una vieja idea de Darwin y propone la selección multinivel: por un lado, los individuos compiten entre ellos y eso premia el egoísmo; pero al mismo tiempo, los grupos compiten entre sí imponiéndose los más cohesivos. Dado el éxito del nacionalismo, podría también aquí haber comenzado un proceso de selección grupal que expulsa al extraño y premia el gregarismo. Y es ahora cuando los nacionalistas insisten en que ha llegado el turno de las mayorías democráticas.

Como suele comentar mi amigo Víctor Urruela, cuando nos han quitado tres peones, la dama y un alfil, quieren hacernos ver que jugamos en condiciones de igualdad y que la partida es democrática. Gracias a Europa apagaremos el fuego de la caldera hirviente del nacionalismo.