Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- El nuevo presidente de EE UU anuncia un vuelco en sus prioridades y grandes cambios en sus obsesiones. ¿Lo conseguirá? Por si acaso, yo no apostaría en su contra
La llegada de Trump al poder desata fuertes sentimientos de euforia entre sus muchos partidarios -nadie debería olvidar los 77 millones de votos obtenidos en las pasadas elecciones-, y grandes temores entre sus muchos detractores. La clave está en determinar qué amenazas va a cumplir y cuáles son solo para asustar. Hace meses que no hablo con él, pero si tuviese que apostar diría lo siguiente: cumplirá las medidas para frenar la inmigración clandestina.
Sus primeras palabras como presidente fueron para enviar el ejército a la frontera con México. No tienen coste político, ni económico. Mantendrá la política energética. Las segundas fueron para asegurar que van a perforar y extraer gas y petróleo. Estados Unidos se ha convertido en un coloso mundial de la energía. Siempre lo ha sido, pero antes era, sobre todo, importador y ahora su saldo neto con el mundo es exportador. Las restricciones medioambientales no forman parte de sus principales inquietudes -despachó en dos palabras al coche eléctrico-, y mucho menos si vienen dictadas desde fuera, en acuerdos y conferencias que desprecia. Cuando tenga que elegir entre las industrias americanas y las emisiones a la atmósfera, priorizará a la industria. Así que reforzará el espíritu de la IRA (Inflaction Reduction Act) y primará las inversiones internas en cumplimiento de su lema: ‘America First’.
En el frente exterior ya ha conseguido, antes de ser investido, parar la invasión israelí de Gaza e iniciar la liberación de los rehenes de Hamás. Logrará detener la guerra en Ucrania, lo cual son buenas y malas noticias para Zelenski. Buenas porque termina la sangría humana y la destrucción material de su país, malas porque perderá una buena parte de los territorios ya ocupados por Rusia. En Europa, ladrarán sus detractores, todos esos que no han hecho más que discursos buenistas y han sido incapaces de avanzar un milímetro hacia la paz.
Para nosotros en Europa hay dos temas claves. Trump se ha cansado de ser el avalista de la defensa europea. Dijo que, en adelante, nadie se aprovechará de ellos. Lo cual es una actitud más que normal, y exigirá que asumamos un mayor protagonismo. Lo cual nos obligará a incrementar los presupuestos de defensa. Una defensa mucho más cara, que unida a las necesidades de inversión calculadas en el informe Draghi y necesarias para no perder competitividad, convierten el endeudamiento necesario en una losa financiera de la que nadie sabe en Europa si la podremos superar.
El segundo tema son los aranceles que amenaza con imponer a amigos y enemigos. Por más que enfatizara en ello en su discurso, a mí eso me suena a fanfarronada. Porque esto si tiene coste y, aplicada ‘a lo bruto’, puede torpedear su deseo de rebajar la inflación y abaratar la vida de los americanos. En resumen, este lunes anunció una nueva era, un vuelco en las prioridades y grandes cambios en sus obsesiones. ¿Lo conseguirá? Por si acaso, yo no apostaría en su contra.