Los ocho presos disidentes de ETA han dado un paso diciendo que hay que «reconocer» a las víctimas el daño causado. Pero se trata de presos muy alejados ya de la banda y preocupados por su futuro. Para los colectivos de víctimas, el historial de esos presos es tan abominable que haría falta algo más para creerles. Están atentos al proceso, pero vigilan de cerca.
Al doblar el cabo de un año bajo la dirección socialista en el Gobierno vasco, la Ertzaintza representa el ejemplo más aproximado a lo que debería ser el cambio tranquilo. Ayer, en la conmemoración de su día, en el patio de la comisaría de Erandio, se apreciaron algunas ausencias de raíz sindical o producto de desencuentros personales, pero el protagonismo del último consejero nacionalista, Javier Balza, respaldando el cambio de dirección en la Policía vasca no debe pasar desapercibido. Con puntuales excepciones, es en el Departamento de Interior donde se ha realizado con mejor talante el tránsito sin traumas y con un espíritu de cooperación entre el antiguo equipo y el nuevo, a la altura del desafío que supone luchar contra el enemigo común, que no es otro que ETA. Incluso el PNV se ha mostrado muy cauteloso a la hora de ponderar las acciones concretas de los agentes en las operaciones contra ETA.
La Policía autónoma vasca, en efecto, ayer celebró su día. Inventado, como reprocha Ezker Batúa. Pero cuando los ertzainas no han tenido un día de reconocimiento, desde que se creó el Cuerpo en 1982, parece lógico que el actual Gobierno reponga esta deficiencia. Como el día del Estatuto o los homenajes a las víctimas del terrorismo. Las «invenciones» constituyen, en este caso, una necesaria inyección de ánimo.
Se ha cumplido un año desde el primer homenaje que recibieron los policías autónomos en su Academia de Arkaute con el encendido del pebetero en recuerdo de los agentes asesinados por ETA y, justamente ayer, estos agentes que han tenido que mantener el tipo frente a los actos de intimidación de los terroristas y las dudas de su determinación en la lucha contra el terrorismo vieron reconocida su tarea. El de ayer fue un acto necesario, aunque incompleto porque faltaron las centrales sindicales, que esperan que se resuelvan en un año los problemas acumulados durante más de una década. Aun así y como ocurrió con el día del Estatuto, estas fiestas no instauradas hasta ahora realzan el papel de las instituciones dentro del marco político de la Constitución y el Estatuto que tantos ciudadanos vascos respetan.
Zapatero no está ya para animar al prójimo porque, después de la semana negra que ha pasado España, ante la atenta mirada de los mercados internacionales, bastante tiene con no flaquear . Pero si hubiera participado la pasada semana en la ‘fiesta de la rosa’ de los socialistas habría podido presumir de haber arrimado el hombro en la excepción vasca. Pero no fue y su ‘plantón’, con el paso de los días, sigue dando qué hablar en los círculos socialistas vascos que consideran que su ausencia en el acto programado en Euskadi fue, sobre todo, un error de cálculo. Es cierto que no habría podido ya repetir su ‘mantra’ preferido en el más puro ‘espíritu Rodiezmo’ presentándose como el gran protector de las clases más desfavorecidas, pero al menos habría podido presumir del cambio tranquilo que ha protagonizado Patxi Lopez en Ajuria Enea. Que no deja de ser un éxito más importante de lo que, seguramente, valora el propio Zapatero. Claro que, al evaluar el proceso del cambio, habría tenido que realizar ese ejercicio de reconocimiento a los populares que tanto le cuesta.
Pero si alguna comunidad gobernada por los socialistas se está utilizando en la sede de Ferraz como referente de estabilidad, ésa es la vasca. Zapatero dejó perder esa oportunidad personal mientras sus compañeros de partido se mueven en la contradicción electoral preguntándose ya si el efecto de la pérdida de credibilidad del presidente del Gobierno español va a restar como efecto colateral algunos apoyos al partido socialista.
Pero la carrera del socialismo vasco tiene otros tiempos y otras variables. Estamos en el primer año del cambio constitucionalista y se va palpando en las encuestas y en la calle que el paso de los días favorece la normalización y revaloriza lo cotidiano sin tensión, más de lo que perciben los partidos enzarzados en su burbuja de estrategias. Y, curiosamente, horas antes del día de reconocimiento al valor de ser ertzaina en Euskadi, un grupo de etarras históricos avanza en su desmarque de la organización terrorista.
Pero como cada movimiento en el mundo de ETA, especialmente el carcelario, inquieta a las víctimas, los responsables de Interior, tanto en Madrid como en Vitoria, se ven obligados a ofrecer garantías de que no existe ningún tipo de contrapartida. Y las víctimas quieren creerles, pero no dejan de mirar de soslayo las declaraciones del europarlamentario popular Jaime Mayor por si aportase alguna prueba que demostrase su denuncia sobre una supuesta negociación entre ETA y el Gobierno. No hay pruebas. Pero persisten las dudas. Los ocho presos disidentes de ETA han dado un paso más al decir que hay que «reconocer» a las víctimas el daño causado. Cierto. Pero se trata de presos muy alejados ya de la banda y preocupados por su futuro. Habrá que ver si ejercen alguna influencia en el grueso de la organización terrorista. O si al menos son capaces de arrastrar a alguien más del colectivo del que, hoy por hoy, se muestran muy temerosos. Los colectivos de víctimas del terrorismo opinan que el historial de estos ocho presos es tan abominable que haría falta algo más que esa carta para creerles. Están atentos al proceso, pero vigilan de cerca.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 17/5/2010