Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 13/4/12
En una Euskadi en paz, la contradicción social y política ha venido de la mano de una pelota de goma mortal. Fatídicamente una celebración deportiva, alentada por el incontestable fervor popular que provoca esta temporada el deleite del Athletic en Europa, ha ensombrecido un fenómeno sociológico como es el fútbol con la muerte de un vitalista seguidor, víctima inocente de la descalificable actuación de un ertzaina aturdido y, a su vez, prisionero para acatar la estrategia demente de su inmediato superior, incapaz de sofocar una algarabía, eso sí, también desproporcionada.
Después de 30 años sufriendo el hostigamiento del terrorismo, con muertos sobre la mesa durante la cruenta ofensiva de ETA, ahora que la violencia es un escenario superado, la Ertzaintza se busca a sí misma en medio de una fundada crítica que prende en su responsabilidad directa en el fallecimiento del jovenIñigo Cabacas y que se prolonga en el debate sobre su protocolo de actuación en el nuevo tiempo político de Euskadi.Envuelta en una prolongada conflictividad sindical desde la llegada del Gobierno López, reacia de entrada a todo cambio que moviera el andamiaje interno acuñado desde su creación por mandos nacionalistas, la Ertzaintza afronta una incómoda mirada introspectiva que pasa, de inmediato, por la depuración de responsabilidades en una muerte tan injusta. Lo va a hacer ayudada por un clima político contenido pero exigentemente democrático como se puso de manifiesto durante la calculada comparecencia delconsejero Rodolfo Ares en el Parlamento vasco. En la calle, en los partidos, existe la lógica confianza compartida en que la investigación abierta llegue hasta el final para que nunca quede el menor resto de sombra, que sería tan fatalista como inaceptable.
Es posible que quienes han situado en la dimisión de Ares la condonación del duelo se sientan decepcionados porque no se va a producir y, además, no hay clamor que la soporte. En realidad, ante esta muerte, la exigencia democrática debería ambicionar conquistas tan elementales como la identificación de quién dio la orden, en qué basó su decisión y quien la ejecutó dejando malherido a Cabacas. Y, en justicia, no olvidarse de explicitar las condiciones en las que se produjo esta iabominable actuación. La Policía vasca sabe de emboscadas fatídicas, de ataques incendiarios, de atentados a pie de calle que han atormentado, en silencio, a decenas de agentes. Posiblemente sea su costosa contribución en la conquista del espacio público para la libertad. Y, sin embargo, ahora tiene un problema: ha derramado la sangre de un inocente.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 13/4/12