JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA-EL CORREO

  • Los idiomas no son iguales en su capacidad para servir de medio de comunicación. El hecho de que uno permita entenderse con más gente lo hace un sistema mejor

Tomo prestado el título, y parte del contenido, de un ya clásico artículo de 1988 de Gregorio Salvador. Que se pone de actualidad de nuevo cuando se observa la airada reacción del nacionalismo gobernante ante la afirmación de un órgano judicial de que el euskera es un idioma muy difícil de aprender. Afirmación que toca de lleno uno de los tabúes más asentados entre nacionalistas o comunitaristas, el de que todas las lenguas son iguales y merecen por ello el mismo trato. Iguales en dignidad e iguales en derecho. Y punto.

Es bastante obvio que cosas tales como dignidad o los derechos no pueden ser predicadas de un mero objeto, como es la lengua, sino solo de los sujetos morales, las personas. Solo éstas, los hablantes, pueden reclamar la igualdad de trato y de respeto a su dignidad desde un punto de vista normativo. Las lenguas ellas mismas, que no son objetivamente sino instrumentos de comunicación, no son iguales, sino más bien todo lo contrario: son esencialmente desiguales. La jueza lo observó en uno de sus aspectos más anecdóticos, el de su variable dificultad de aprendizaje, pero la desigualdad atañe a su misma esencia.

Veamos: el 85% de la Humanidad habla en tan solo 15 de las más de 6.900 lenguas que existen en el mundo. De esas 6.900 lenguas, nada menos que la mitad (3.500) son habladas solo por menos de 10.000 personas (y de ellas 1.500 lenguas por menos de mil personas, sin que en muchos casos lleguen al centenar). Vamos, que el 96% de las lenguas del mundo son habladas por menos del 4% de su población. Pretender ante esta realidad que son iguales una de las quince lenguas «centrales» y una de las habladas por menos de mil personas es un puro retorcimiento de la realidad. Son iguales en muchas cosas (sobre todo, en su capacidad para servir de cauce de expresión entre ellos a sus poseedores), pero son profundamente desiguales en otra: en su capacidad para servir de medio de comunicación a las personas en general.

Una permite comprenderse con muchas personas en muchos lugares, la otra solo con unos pocos y en un solo lugar. Y esta es una diferencia que no atañe solo a la cantidad, como pudiera parecer a primera vista, sino que afecta a la calidad misma de la lengua. Porque si ésta es fundamentalmente un sistema de comunicación, el hecho de que una determinada permita comunicarse con más gente la hace un sistema mejor. Igual que la radio o la televisión son sistemas de comunicación mejores que el grito o el tambor: porque permiten comunicarse con más gente y más fiablemente. O una autopista es mejor cauce para el desplazamiento interterritorial de las personas que una senda de montaña. Para un sistema de comunicación, la capacidad cuantitativa de establecer comunicación eficaz determina su calidad. Y es que las cosas no son mejores o peores por sí mismas, sino fundamentalmente en relación con algo, a la vista de una finalidad, que diría Aristoteles.

Otro rasgo de suma relevancia de desigualdad entre las lenguas es el de que se trate de lenguas comunes o lenguas particulares, una distinción que como es lógico solo tiene sentido en relación con una sociedad concreta. El castellano es la lengua común de los vascos continentales porque les permite entenderse a todos. El euskera es una lengua particular de parte de la sociedad vasca, que no permite el entendimiento interciudadano general. Pues bien, una lengua común es la mayor riqueza que posee una sociedad política moderna porque le permite la participación ciudadana en el debate social y político constante. Cuando no hay lengua común, como es el caso de Europa, la participación en el debate público es muy lejana y el sentimiento de cohesión es bajo.

Pues bien, si las lenguas son esencialmente desiguales, de lo que se trata es de fijar hasta qué punto las políticas lingüísticas modernas pueden desconocer este hecho y pueden (legítimamente) pretender lo contrario: que todas las lenguas son iguales o, por lo menos, que deben serlo en el futuro. Y que todas deben ser también comunes. Pretender corregir la historia y corregir la realidad. Algo que podría verse tan solo como un proceso de experimentación social de valor ético y político neutro si no fuera porque para llevarlo a cabo es preciso imponer un sistema de discriminación en incentivos, premios y castigos lo suficientemente potente como para torcer la conducta de los seres humanos y el resultado de la historia. Es decir, hay que tratar a los hablantes -las personas- como objetos maleables y a las lenguas -los objetos- como valores morales. Justo al revés de cualquier sistema moral personalista o liberal. Como se hace por acá, ¿legitimamente?