José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El ‘procés’ ha creado un contexto en el que ha rebrotado una nueva sensibilidad respecto de los símbolos nacionales de España que se manifiesta, incluso, de modo exorbitante
La libertad de expresión es la «madre» de las demás libertades. Una democracia se cualifica como tal en la medida en que hace prevalecer, no sin límites, la más amplia libertad de expresión. Es la que amparó a Dani Mateo para en ‘El intermedio’ de La Sexta del pasado día 31 de octubre sonarse los mocos con la bandera de España y considerarla un «trapo». Este gag o sketch se inscribe en un estilo de humor ácido y provocador, muy propio de estos tiempos en todos los países democráticos, en los que, como ha ocurrido aquí, se desatan polémicas que se formulan en términos muy duros y agresivos.
El propio Dani Mateo y el Gran Wyoming, director del programa, fueron querellados por un gag sobre el Valle de los Caídos. El asunto quedó en nada porque el juez archivó el caso. Y es que la prevalencia de la libertad de expresión tiene unos límites normativos y otros sociales. Son de muy distinta naturaleza, pero a los dos hay que atender cuando se abordan iniciativas que pretenden una humorada sin el dolo expreso de perpetrar una ofensa. La reacción del cómico y de la dirección del programa acreditarían que fueron conscientes del exceso, no tanto por haber cometido una infracción legal como por haber herido la sensibilidad de miles (¿millones?) de ciudadanos.
La libertad de expresión está limitada por el Código Penal con los delitos de injurias y calumnias (ambos en desuso) y, especialmente, con los llamados delitos de odio; y por la ley civil con la especial protección a los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen. A Mateo no le condenaría en absoluto el Tribunal Supremo de los Estados Unidos que tiene declarado que quemar la bandera USA es un ejercicio de la libertad de expresión, que es legítimo el discurso amenazante contra la vida del presidente del país o quemar cruces; tampoco lo haría el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que también mantiene una línea jurisprudencial muy similar a la norteamericana.
En España tanto la Sala Primera del Supremo como el Constitucional han declarado reiteradamente como «prevalente» la libertad de expresión, aunque se mantiene el delito de ultrajes a la bandera y al jefe del Estado, infracciones penales que están en trance de ser suprimidas pronto en el Congreso de los Diputados y que al Tribunal de Estrasburgo (sentencia Otegui v. España de 2011) le parecen delitos de vigencia inconveniente.
El llamado ‘procés’ ha creado un contexto en el que ha rebrotado una nueva sensibilidad respecto de los símbolos nacionales de España
Pero, insisto, hay otra limitación que es la social y que si se desafía genera consecuencias graves. Dani Mateo las está padeciendo: acoso en las redes sociales (en ocasiones, con gravísimas amenazas hacia su persona), retirada de su imagen de publicidad (algunos anunciantes han abandonado también la franja horaria de ‘El intermedio’), boicot a su local en Madrid, un pequeño negocio que en internet se ha llenado de comentarios negativos, y, entre otras reacciones de censura a su sketch, la suspensión en Valencia de sus dos actuaciones en un teatro de la ciudad con nada menos que 1.500 entradas ya vendidas. Dani Mateo no va a recibir sanción legal, pero sí social, y en demasía.
¿Por qué esta reacción que quizás en otros momentos no se hubiera producido? Respuesta sencilla: las banderas se han convertido en un tótem político de unos contra otros, particularmente en el escenario —largo y cansino— del proceso soberanista catalán que ha utilizado ad nauseam la enseña —la estatutaria y la independentista— con reiterada desconsideración a la de España, objeto de chacotas, desprecios y agresiones. El llamado ‘procés’ ha creado un contexto en el que ha rebrotado una nueva sensibilidad respecto de los símbolos nacionales de España que se manifiesta, incluso, de modo exorbitante. Cuando a Dani Mateo —evidentemente confundido en su gag y por el que ha pedido reiteradamente disculpas— se le aplica la fiereza semántica y no meramente la crítica o el reproche, es que los ánimos están muy, demasiado, encrespados
Si entramos en una dinámica emocional descontrolada vamos a perder la autoridad moral y la serenidad de juicio
Como vasco que durante buena parte de mi vida he visto el zarandeo más extremo a los símbolos de España, asistido a muchos funerales con ataúdes de las víctimas del terrorismo cubiertos por la enseña nacional y soportado como director de un diario —el más importante del País Vasco— el asedio del nacionalismo sabiniano, advierto que este clima tan encendido hay que enfriarlo. Primero, midiendo bien el alcance de los ‘sketches’ humorísticos en los que se manejen símbolos de identidad colectiva y luego, dimensionando la crítica con criterios de proporcionalidad. Porque si entramos en una dinámica emocional descontrolada —que es la que manejan los nacionalistas catalanes y vascos— vamos a perder la autoridad moral y la serenidad de juicio.
Dani Mateo —que no ha sido ni desafiante ni soberbio— ya sabe hasta dónde se puede llegar en según qué temas. Pero, aprendida la lección, y sin haber cometido infracción legal alguna, hay que pasar página y no persistir en prácticas que recuerdan más a un linchamiento civil que a una protesta razonada y razonable.