Iñaki Ezkerra-El Corrwo

  • Ni ERC ni Ciudadanos: El coronavirus es el socio preferente del sanchismo

Ya es algo más que una metáfora anatómica. La nariz tapada es un hábito cotidiano en la España de la mascarilla obligatoria. Usábamos esa expresión que apela a la obturación de las fosas nasales para justificar nuestro voto a un partido que -sabíamos- no lo merecía. Lo que no sabíamos es que esa pedestre licencia retórica, ese taponamiento figurado, esa voluntaria, posibilista y pragmática renuncia al alegórico olfato fisiológico se habría de convertir en una imposición diaria, una forma de vida, un programa político y una realidad física en un país en el que Gobierno y coronavirus son aliados a largo plazo. Cada vez es más obvio que ambos se necesitan de forma mutua y que la permanencia de uno va indisolublemente asociada a la del otro.

Sí. Es verdad que Sánchez sigue contando con sus apoyos iniciales, incluido ERC, porque ninguno tiene nada que perder y todos cuentan con su deslealtad democrática como una garantía. Es verdad que eso hace cada vez más patético el apoyo de Ciudadanos, que al principio era para que Podemos no dictara los Presupuestos que al final dictará la UE y luego para que ERC no volviera a la «mesa de diálogo» a la que va a volver ahora. Es verdad que el más patético de todos los apoyos es el de Iglesias, que traga con lo que sea (con Bruselas, con Arrimadas…) con tal de que Podemos siga en el poder, valga la redundancia. Pero el socio realmente preferente del sanchismo es el coronavirus, que no da ninguna guerra ni pide ninguna mesa en ese Gobierno que, más que al camarote de los hermanos Marx, con el que lo comparó Felipe González, se parece ya al Gabinete del doctor Caligari. Cualquier día el Covid-19 tendrá una vicepresidencia propia. Hay que prepararse para ello.

Nos espera una larga epidemia legislativa como nos espera una larga legislatura epidemiológica. De ahí que la mascarilla sea ya incuestionable. Lo es por su doble función: política y sanitaria. De ahí que hayamos pasado de su banalización a su entronización; de su precaria condición de medida discutible a su inapelable obligatoriedad. De ahí que el mismo Ejecutivo que ignoró la oferta de reparto de mascarillas que la Comisión Europea hizo el 8 de mayo a 18 países que lo solicitaron persiga ahora con multas a quien se niegue a cubrirse la cara con ese trapo que nos permite esbozar una mueca de asco impunemente ante los chistes del jefe o del vecino.

La nariz tapada, sí. ¿Quién nos iba a decir que aquel gesto de cegar la pituitaria ante las urnas se iba a convertir en una rutina de años y la falta de olfato democrático en un valor absoluto. Con una inapreciable ventaja: gracias a la mascarilla te puedes sonar los mocos sin usar las manos.