ABC-IGNACIO CAMACHO
Españoles hartos de que los llamen asesinos por cazar una tórtola entre los terrones o por pescar truchas en un río
NADIE hizo mucho caso a esa gente del campo que ocupó la Castellana el domingo para pedir que la dejen en paz, así de sencillo; que la dejen vivir con sus costumbres, su estilo, sus tradiciones o sus ritos. Eran ciudadanos de la misma España cuyos habitantes capitalinos suelen tratarlos con un cierto supremacismo, calificando su modo de vida de primitivo, de rancio, de cruel o de antiguo. Ciudadanos europeos que cuidan el paisaje y la naturaleza con más mimo que muchos ecologistas de salón que jamás han visto un pollo vivo, como escribió García Márquez en un célebre artículo. Españoles de pana y gorra con la piel curtida por los soles y el frío, acostumbrados a viajar en trenes que tardan horas en llegar a destino, que sólo aspiran a vivir razonablemente tranquilos sin que los llamen asesinos por cazar una tórtola entre los terrones o por pescar truchas en un río. Llegaron a Madrid y se manifestaron sin hacer ruido, sin romper cosas, sin dar apenas gritos, con un talante apacible y pacífico de honorables campesinos, apartando de la marcha con firme cortesía a los políticos que buscaban una foto con ribetes de pintoresquismo. Y en la mayoría de los medios pasaron inadvertidos; quizá la próxima vez, para que los oigan, tendrán que volver vestidos con amenazadores chalecos amarillos.
Pero esta primavera, la España oficial tendrá que escucharlos. Porque las elecciones, con un pronóstico tan apretado, se van a ventilar en buena medida en ese ámbito agrario que los candidatos tendrán que patear, como aquellos personajes de Delibes, en busca del voto del señor Cayo. Y no es sólo la Castilla profunda, ni la Extremadura cenicienta, ni el Aragón despoblado; es que hay medio país, en Andalucía, en Galicia, en Navarra, censado en el campo, y va a hacer falta tomarle la temperatura del hartazgo. El que quiera ganar tendrá que hablar de la caza, de los toros, del regadío, del gasoil, de la PAC, de los animales de granja o de los cultivos de secano, so pena de que, como en Andalucía, suene en las urnas el aldabonazo de quienes ya no están dispuestos a aceptar la hegemonía del pensamiento urbano. El pueblo de los pueblos quiere hablar alto. Contra el abandono, contra el desdén, contra la mitología Disney de un ambientalismo impostado en las aulas universitarias o en el confort de los despachos. Y esta vez el mundo rural sabe lo que vale su sufragio.
Ha ocurrido en Estados Unidos, en Italia, en Francia. Una rebelión, silenciosa pero contundente, de las comarcas contra el desprecio urbanita de cierta progresía ensimismada. Sorpresas electorales encerradas en los predios de las regiones agropecuarias cuya población olvidada ha adquirido conciencia de su peso en la democracia. Por si sirve de algo, el actual presidente de Andalucía, otra irrupción inesperada, fue objeto de muchas guasas cuando se retrató en campaña hablándole al oído a una vaca.