Siempre se ha dicho que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, aunque creo que más bien tenemos los que se asemejan más a nosotros. Lo mismo pasa con las teles. Porque, en general, suelen ser máquinas de trinchar la actualidad, la cultura, la historia y la sociedad, transformándolas en hamburguesas digeribles para la plebe. Aquí se razona poco y mal y así nos va. Como ejemplo, vean como vuelven a estar de moda los concursos. Al vivir en un país en el que el azar puede determinar nuestras vidas, no sé, las ocurrencias de un fugado de la justicia pero amnistiado porque el presidente precisa sus siete votos para quedar ganador del concurso de la política, al ciudadano le apetece ver más concursos. Estos, claro está, mucho más inocuos que el del flequillo. De ahí que en la franja del pre prime time o incluso en éste proliferen diferentes formatos en los que participar es lo de menos, porque lo que mola es ganar al precio que sea, incluso al de quedar en ridículo. Da igual que los participantes sean personas desconocidas como que sean personajes conocidísimos, bien sean cantantes, actores, personajes del papel couché, expolíticos en busca de mantenencias pecuniarias o eso que ahora llaman influencers y que antes solíamos llamar pavisosas o tontos de baba.
Hay diferencias, por supuesto. No es lo mismo el longevo Saber y Ganar donde el participante ha de demostrar que tiene cultura y sabe cosicas – ¡ay, como añora uno El tiempo es oro, con el gran Constantino Romero, que Dios tenga en su estudio de doblaje! – o un Master Chef donde igual ves a una marquesa elaborar un suflé de cojón de colibrí a la bechamel aromatizada al tamarindo que a una cantante de moda haciéndole la filigrana de hojaldre a un Oreiller a la Belle Aurore mientras llora que llora como la Zarzamora. Ahí la cosa tiene un pase. Pero el sanchismo es tremendo y ha empapado también el concurseo televisivo y no sería extraño que dentro de nada viésemos un formato tipo La Isla de los Supervivientes con Ábalos, Koldo, Begoña y otras chicas del montón intentando sobrevivir a los jueces. A mí me gusta más uno que se llama Aventura en Pelotas en el que dos concursantes se pasean por la selva en porretas en la que el espectador puede imaginarse a Puigdemont, Otegui, Pam o Mirian Nogueras triscando por esos montes a poil brave intentando encender un esquemático y somero fuego frotando dos ejemplares de la Constitución.
Lo sustancial es quién maneja mejor la doblez, la capacidad de fingir, la marrullería, el chanchullo y especialmente saber enfrentar a unos contra otros
Ni que decir tiene que un Gran Hermano – ya sé que me aparto del concurso para adentrarme en el reality, pero se trata del hecho de participar para ganar – con los integrantes del Frankenstein sería insuperable y aquí vamos a lo que quería decir. Todo en nuestro país es un estúpido concurso en el que no cuenta lo que se sepa o la preparación de quien participa. Lo sustancial es quién maneja mejor la doblez, la capacidad de fingir, la marrullería, el chanchullo y especialmente saber enfrentar a unos contra otros. Todo está decidido por un guion prestablecido que se firma antes de empezar a grabar y luego se deja que la gente vote desde sus casas dándoles así una falsa sensación de poder decidir.
Propongo que el gobierno, poco dado a dar explicaciones en el Congreso que vayan más allá de Marijesú diciendo “Cuidao” a Feijóo, sustituya las mismas por un Baila como puedas en el que los políticos intenten bailar con quién le toque, incluso con la más fea. El programa en sí, el que se emite en RTVE, no me parece gran cosa – es un formato de éxito en países anglosajones copiado de aquella manera – y para servidor lo único de interés que tiene es la magnífica Anne Igartiburu, que prestigia todo lo que toca. Ahora bien, ¿se imaginan a Sánchez bailando un agarrao con Nogueras o a Margarita Robles marcándose un tango con Junqueras? Eso sí que sería espectáculo, lo mínimo que puede pedírsele a una tele que ya no es de todos y a un gobierno que solo es de ellos.