NACHO CARDERO-El Confidencial
- Ahora nos encontramos frente a un trilema: salud, economía y el rédito electoral que buscan los partidos con sus declaraciones. Esto no es un país. Es un sálvese quien pueda
La batalla de Madrid se cocina en la ‘thermomix’ de la incertidumbre y la desconfianza. No solo de puertas para adentro, en la desafección de los ciudadanos hacia su clase política, sino también por los sentimientos cada vez más hostiles que los países de nuestro entorno muestran hacia España y que recuerdan en tono y color a la musaca griega de la anterior crisis.
“¿Es España un Estado fallido y cómo debe tratar la UE a ese miembro?”, reza el titular de la una tribuna publicada en el Neue Zürcher Zeitung, que ha circulado veloz este fin de semana por whatsapp, en la que se cuestiona que nuestro país deba recibir los 140.000 millones de fondos de la UE por la actual evolución de la pandemia y ser un país políticamente inestable. “¿España fracasada?”, se pregunta a su vez el think tank francés Telos.
Los análisis mencionados se publican después de un reguero de informaciones críticas en las principales cabeceras internacionales.
Pedro Sánchez ha fiado su futuro y el de su Gobierno a las ayudas que van a llover de Europa, pero parece que quien no se fía de Sánchez es la propia Unión Europea. Más que millones, lo que llueven son rapapolvos por doquier.
La declaración del estado de alarma es la prueba del nueve de una incompetencia llevada al extremo por una generación de políticos que no se han fogueado ni en las fábricas ni en la industria del conocimiento, en palabras de Carlos Sánchez.
Se trata de un experimento que no se ha gestado en laboratorios chinos sino en los de la Moncloa y Puerta del Sol, un estado de alarma sobreactuado, para la parroquia interna, para que el enfrentamiento oculte la realidad de la sociedad española, la verdadera tragedia, la que pone negro sobre blanco Raphael Minder en ‘The New York Times’: “¿Entienden los políticos españoles los conceptos ‘consenso’ y ‘coordinación’? Madrid está de nuevo bajo un estado de alarma que el gobierno había prometido no volver a aplicar”.
El decreto solo regula la prohibición de entrar y salir en nueve de los diez municipios de más de 100.000 habitantes de la Comunidad de Madrid. El resto de normas siguen vigentes por la orden de Díaz Ayuso, de donde se deduce que al Gobierno le parecen bien las restricciones interiores de la CAM. En conclusión, la discrepancia se limitaba a la movilidad.
“Cuando no se toman soluciones para aplacar la curva, el Gobierno no puede mirar hacia otro lado”, afirmó Sánchez el sábado en Portugal. Si realmente piensa que la situación en Madrid está completamente fuera de control, ¿por qué no decreta más restricciones internas? Si el problema son los rastreadores y la falta de atención primaria, ¿por qué no toma el mando sanitario como ocurrió en marzo?
La única explicación es que la gestión de la crisis de Madrid no obedece a criterios sanitarios sino a calculados criterios políticos: dar una patada a Pablo Casado en el trasero de Isabel Díaz Ayuso; poner en un brete a Ciudadanos en caso de que llegue al Congreso la prórroga del estado de alarma en Madrid. Más madera.
En septiembre, la estrategia del Gobierno era ponerse de perfil para delegar responsabilidades en las comunidades autónomas, y un mes más tarde, porque conviene, porque sirve para apretar las filas en el Ejecutivo y ganar puntos en intención de voto en una sociedad cada vez más polarizada, se sacan del sombrero una declaración del estado de alarma. Justo cuando los datos empezaban a mejorar, como reconoció el propio ministro Illa.
Decisiones más enfocadas al ‘prime time’ de la tv que a la crisis sanitaria. Falta de consenso, enfrentamiento, desafección, sensación de déjà vu. Volvemos al 98, volvemos al desastre.
El mal, desgraciadamente, está hecho. La cuestión radica en calibrar las dimensiones del agujero. Si los rebrotes continúan y los partidos se obcecan en la confrontación, si se sigue jugando con la salud y la economía de los españoles igual que si estuviéramos en una partida de Risk, el desastre adquirirá tintes homéricos.
Los hoteleros cuentan con una máquina que les dice, en tiempo real, cómo se masca la tragedia. Del 5 al 11 de octubre, había 11 hoteles cinco estrellas abiertos en Madrid, un 34% del total, con un 13% de ocupación media; 88 cuatro estrellas abiertos, 60% del total, 13% de ocupación. Los guarismos no pueden ser más paupérrimos. Con la incertidumbre de la alarma, la cosa ha ido a peor. El resto del país maneja estadísticas similares. Es la España del 13%.
En esa misma semana de octubre, el consumo con tarjetas de crédito y reintegros en los cajeros del banco sufrió una caída del 15% respecto al mismo periodo del año anterior. En septiembre, el consumo bajó un 12%. Continúa en caída libre.
En el sector turístico, dan por hecho que van a desaparecer la mitad de las 10.000 agencias de viaje que hay en la actualidad, que los cruceros dejarán de arribar en Barcelona y Málaga durante dos años, que será muy complicado que los 90.000 bares y restaurantes que han echado el candado, de un total de 270.000, puedan abrir de nuevo. El problema no es los que están cerrados, que se dan por descontados, sino los que están por cerrar.
“Empezamos como una crisis sanitaria que después derivó en una económica y tenemos que evitar a toda costa que esto se convierta en una crisis financiera”, advirtió el gobernador del BdE, Pablo Hernández de Cos, en el Congreso de los Diputados.
Como señala Andrés Medina, director general de Metroscopia, el dilema entre salud y economía en el que se debate España dista de resolverse. Más bien, evoluciona a peor. Ahora nos encontramos frente a un trilema: salud, economía y el rédito electoral que buscan los partidos con el choque de sus declaraciones. Los españoles van por un lado y sus representantes políticos, por otro. Esto no es un país. Es un sálvese quien pueda.