Eduardo Uriarte-Editores

Desde que Sánchez irrumpiera en la política con el No es No la lógica republicana de convivencia, el poner el interés general, la nación, por delante de los intereses partidistas y personales, se vinieron abajo. Comparto la preocupación de José Antonio Zarzalejos de que “si los contrapesos de la democracia no funcionan correctamente, nos iremos adentrando en el tramo final de la vigencia de la Constitución de 1978”, puesto que la decisión democrática del electorado, esta vez a sabiendas, implicaba la creación de un gobierno nacional con la presencia y apoyo de todos los que quieren destruir la nación, y la admisión de la intervención desde el Gobierno del Poder Judicial y del Constitucional como ya se ha iniciado.

España, por decisión democrática ha votado no, su propia negación, asumiendo el pensamiento de Sánchez, el cual está supeditado exclusivamente a la toma y mantenimiento en el poder. Para que se produjera tamaña asunción, pues el pensamiento socialdemócrata compartía con el liberalismo la conveniencia de la alternancia, y la independencia de los contrapoderes, el sanchismo ha promovido una plataforma ideológica que conecta con la ideología de cuando el socialismo no era democrático. La clave, como en los nacionalismos periféricos, ha sido el victimismo. El considerarse víctima no sólo de la guerra civil sino de una derecha, la actual, la cual considera heredera responsable de aquella guerra, de su represión, de la explotación y, en la actualidad, de su incompatibilidad con el feminismo, el ecologismo, el identitarismo, y todos los ismos que se quieran, porque constituyen los enemigos de aquel “no pasarán”. De ahí proviene, en parte por incapacidad de contrargumentación por parte de la derecha, la superioridad moral de la izquierda.

Porque la otra ventaja de constituirse en víctima es que te impele a odiar al otro, a la derecha (como pasa en los nacionalismos periféricos y los populismos hispanomericanos con España y los españoles), evitando y justificando por ese hecho, no sólo que no se acepte que gobierne el otro si es la lista más votada, sino que vale todo, incluidas unas elecciones en plenas vacaciones, con tal de mantenerse en el poder. El otro, su maldad, justifica los pactos con Bildu o los sediciosos, incluso se podría pactar con Vox en el extraño caso que lo necesitara, porque así se le atraería a la democracia o se otorgaría mayor estabilidad al sistema. El que no puede pactar con nadie es el PP según la moral superior de la izquierda.

Es tal el poder que otorga esta panacea ideológica, y la resurrección que ha supuesto para la izquierda la dulce derrota en estas elecciones, que el liderazgo de Sánchez se eleva, después de haber sacado al Caudillo de su tumba, al caudillaje. Dignidad a la que también ascendió, pero sin juego sucio, por su habilidad política y concepto de estado, Felipe González, hasta el escándalo de la corrupción. Así que, o la derecha espabila o tenemos Sanchismo como tuvimos tantos años franquismo.

Porque -de nuevo Zarzalejos- “la responsabilidad de lo que ocurra —que nadie se engañe— no es solo de Sánchez, del PSOE y de los independentismos. Lo es también de una derecha democrática temerariamente mediocre y de una derecha radical patética”, no ducha en bregar con un líder que no cumple ni las normas ni los buenos usos democráticos. Así como Díaz Ayuso descubrió durante la pandemia que esta izquierda populista, cuyo líder indiscutible es Sánchez, no es un adversario sino un contrincante con todo tipo de artimañas y manipulaciones, Feijóo lo ha tratado, incluso le ofreció un pacto y diálogo, como un adversario. Como si esto fuera, a la actual política me refiero, como en tiempos de la Transición hasta el 11 M, un juego de caballeros. Esto ya no tiene nada que ver, aquí se ha vendido que viene el Tabor de Regulares y la Legión como en el 34, nada que ver con el Felipe que pudiendo gobernar le cede el puesto a Aznar por ser éste el de la lista más votada. Felipe era un estadista con preocupación porque el sistema perviviese. A este no le importa nada, más que el ejercicio del poder.

Feijóo, que tiene el mérito de sacar del pozo electoral a su partido, tiene que contraatacar política e ideológicamente contra el sanchismo, sabiendo que la superioridad moral ventajista de la que éste parte es producto en gran medida de la pasividad política e intelectual de su formación y de las valentonadas de un Vox que debiera haberse evitado determinados aspavientos, reclamando, por el contrario, al PP y a los medios de comunicación, la necesidad de limpiar su imagen, después de haber iniciado desde dentro una seria autocrítica.

Lo primero que va ocurrir en los primeros compases de esta legislatura es el apoyo de Puigdemont a la investidura de Sánchez, con la contrapartida que ello implicará. Desde ahí tiene que empezar a construir su alternativa la derecha. Porque, y seguimos con J.A. Zarzalejos “no se puede descartar, sino todo lo contrario, que una conjunción de la izquierda populista (que ya ha aceptado la convocatoria de un referéndum en Cataluña por más que se plantee como consultivo) con el apoyo del resto de la izquierda española reinstale en la Moncloa al secretario general socialista”.