LIBERTAD DIGITAL 09/05/16
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Este jueves, Albert Rivera fue a hacerse la típica foto, a orillas de la limosna para la lucha contra el Cáncer, a la mesa del Bernabéu. Y allí se encontró con Álvaro Arbeloa, el capitán moral del Real Madrid, que hoy se despide del campo y del club de su vida. Rivera, que sigue empeñado en prorrogar su adolescencia proclamándose del Barça, club que desapareció hace años para convertirse en Ministerio de Publicidad Antiespañola del separatismo catalán, felicitó a Arbeloa por la clasificación para la gran final de Milán, la noche anterior: «Encantado de saludarte. ¡Felicidades! Yo soy del Barça, pero me alegro mucho de la final española. ¡A ver si puedo ir a veros!» Y Arbeloa, sencillamente, le contestó: «Ya sabes que estamos contigo.» Y sobre lo de ir a ver la final europea, añadió: «Nosotros te recibimos».
La foto publicada por LD y otros medios, no todos, de Arbeloa con Rivera, aparte de una exhibición de afecto masculino que deja patidifuso al entorno femenino, es, en mi opinión, una prueba de la verdadera fuerza de Ciudadanos, que va a ponerse a prueba –durísima prueba- en las elecciones del 26 de Junio. Uno tiene la obligación de buscar siempre el aspecto más criticable de la actuación de los políticos, bien para descalificarlos, bien para corregirlos. Así que, preocupado por la desastrosa gestión de la crisis de Granada, que ha desnudado las carencias de un partido tan joven como C’s, dejando que una querella navajera del PP se convierta en ocasión para presumir de coherencia, afilaba yo el argumentario crítico cuando tropecé con la foto de Arbeloa y su gesto de apoyo a un líder que no deja de ser un chico de Barcelona perdido en la Capital. Y me pareció algo digno de reflexión, de pensar con un poco de detenimiento.
Paréntesis futbolero
Arbeloa no es un cualquiera. Para los madridistas, es un símbolo de los que han dado la cara por el club en un entorno de maricomplejines, lamelibranquios, desertores y boquimuertos, habituados al despotismo de las cloacas radiofónicas y la prensa barsiflora, que han hecho del ataque al Madrid la única asignatura que repiten curso tras curso. Arbeloa, que no ha sido ni ha pretendido ser nunca una estrella, pero que tiene más títulos de Selección y de Club que todas las supernovas y enanas rojas del vestuario, se ha pegado con Piqué y con los piqueteros de su propio vestuario, no sólo en defensa del discutido y genial Mourinho sino del entrenador del Madrid, eso que los segurolos y relaños por escrito y la SER y SER-2 en la radio quieren ser, y con Florentino u otro presidente al uso, suelen conseguir.
Pero cuando a mí me ganó Arbeloa –campeón del mundo, dos veces de la Eurocopa, amén de la Copa de Europa con el Liverpool y el Madrid- fue cuando dijo que no veía los partidos de «La Roja». Yo tampoco veo las cantadas del toportero titular de esa colla sonora y amical, pero porque con la Selección Nacional -Del Bosque mediante-, se ha hecho lo mismo que con todo lo que representa a España: secuestrarla, convertirla en una sucursal del separatismo catalán, ser lo que nunca debería ser. Víctima de las guerras mourinhistas fue Arbeloa, porque tras la caída de Guardiola había que quemar en la hoguera azulgrana a un blanco, y como Alonso era demasiado importante, cayó él, entre risas de Escupiqué y el piperío del borde del río. Ojo: no convocarlo era normal, con Juanfran resucitado y el lógico aunque lento declive de El Espartano, que se cuida muchísimo. Lo anormal era echarlo y mantener a Casillas por orden de Xavi y Piqué. Y es lo que se hizo
Pero todo ello sucedía por la liquidación en el fútbol, gran escaparate social, del respeto debido a España. La humillación al Rey y a todos los españoles pitando el himno en el Nou Camp, sin que las ratas que se pasean por la nave del Gobierno hayan cerrado el Neonurënberg nacionalista, es la consecuencia de ese proceso iniciado en la Selección, llamada Roja para no ser Nacional. O sea, que la rebeldía de Arbeloa tenía mucho significado. Y excúsenme el excurso los hartos del hartazgo futbolero.
La ilusión nacional en Ciudadanos
Viendo errores pequeños con grandes consecuencias, como el de Granada, se nos olvida que Ciudadanos sólo tiene un año como partido nacional de centro –centro-derecha para unos, centro-izquierda para otros- y que en ese año se ha convertido en algo más que un partido: una ilusión de reacción, regeneración y recomposición nacional. Creo que el éxito de esa ilusión, heredada de UPyD, del CDS y del primer aznarismo liberal, de VOX y otros intentos meritorios pero fallidos, ha sido tan grande que ha hecho que el propio partido, o sea, Albert Rivera, olvidara su origen y sentido, que está muy claro: hay millones de españoles, como Arbeloa, que apoyan a Ciudadanos y a su líder porque hay una España espartana que no se rinde, que no renuncia a los principios éticos que le confieren su significación política. Y que, con todos sus errores técnicos y tácticos, con ese centón de políticos de aluvión, -a la altura intelectual de esta sociedad española, que no es un Himalaya-, C’s es depositario de ese afán individual y colectivo, institucional y político, que busca la recuperación y reordenación de la idea nacional española.
Si Rivera no olvida ese gesto de Arbeloa, que representa a los tres millones y medio de españoles que, sin esperar milagros, le han votado, y a los que, sin votarlo, cuentan con Ciudadanos para rehacer no sólo el centro-derecha político sino algo mucho más importante: una política nacional en el Gobierno de España, es seguro que con más o menos votos, con más o menos errores y pese a la campaña de Mariano-Caín Rajoy, saldrá adelante. Arbeloa se despide hoy del Bernabéu, pero no de español. Rivera tiene en él un ejemplo de la España que aún no conoce pero que le sigue esperando.