Ignacio Varela-El Confidencial
Mientras todos miramos Cataluña y su enrevesado conflicto independentista, la España interior es un volcán de malestar social a punto de entrar en erupción
Tiene razón Enric Juliana: mientras todos miramos Cataluña y su enrevesado conflicto, la España interior es un volcán de malestar social a punto de entrar en erupción (en algo teníamos que coincidir lo que el distinguido analista empaqueta como “la tremebunda prensa madrileña” con la barcelonesa, siempre exquisita, plural y ponderada).
El diagnóstico de Juliana en ‘La Vanguardia’ se completa con el excelente análisis de Carlos Sánchez (“Rebelión en el campo: una tractorada en la yugular de la Moncloa”), repleto de datos reveladores, con uno singularmente impactante: en 2018, Madrid acaparó el 85,3% de la inversión extranjera en España. También Esteban Hernández ha escrito lúcidamente sobre este fenómeno. Cada vez son más las voces que alertan sobre el pavoroso abismo que se abre por días entre las grandes urbes, transformadas en islas de poder y prosperidad, gigantescos aspiradores que succionan población, recursos y talento, y los cada vez más declinantes y desérticos territorios interiores que las rodean. Algo que, más pronto que tarde, producirá una revuelta social seguida de una sacudida política que superará todas las predicciones.
Por acotar el fenómeno con criterio restrictivo, centrémonos en cinco comunidades autónomas que forman el núcleo de la España interior: Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Aragón y La Rioja. Ocupan el 52% del territorio nacional, pero en ellas solo habita el 15% de la población. En lo que va de siglo, España ha ganado siete millones de habitantes, pero esas 20 provincias han perdido más de medio millón, la mayoría jóvenes. En muchos de sus pueblos, ya no quedan menores de 15 años. Su densidad de población es de 25 habitantes por kilómetro cuadrado (823 en Madrid). Su actividad económica languidece, ligada a sectores obsoletos. Entre todas, apenas suman el 14% del PIB nacional.
El problema añadido es que el Gobierno que Sánchez ha formado es el peor dotado para hacer frente a esta situación. Primero, porque ninguno de los males de fondo que lo causan puede solucionarse mediante decreto ley o conejos que Redondo saque de la chistera. Segundo, porque los partidos de la izquierda gubernamental —especialmente, Podemos— tienen estructuras orgánicas muy débiles en esos territorios. Y, sobre todo, porque su vínculo de dependencia con los insaciables nacionalismos periféricos ata las manos de este Gobierno para alterar las prioridades sin que peligre su supervivencia. Junqueras y Urkullu no han entregado el poder a la dupla Sánchez-Iglesias para que estos se dediquen a ocuparse de los cacereños.
En ellas, como en todos los lugares asustados por el futuro, prende con facilidad el mensaje del populismo regresivo. El “Madrid nos roba” con el que Mas y Junqueras engatusaron a muchos catalanes adquiere mucho más sentido hoy en Cuenca o en Zamora. A poco que se descuide la derecha convencional, serán pasto de Vox.
Son territorios de voto muy mayoritariamente conservador. En la elección del 20-N, la derecha obtuvo, en esas cinco comunidades, un 54% de votos frente a un 42% de la izquierda. Solo la fragmentación en tres de la derecha y la concentración del voto de la izquierda en el PSOE crearon el espejismo de una victoria socialista. Pero si se hubieran presentado como dos bloques, el resultado en escaños habría sido abrumadoramente favorable para la derecha.
Por si algo faltara, esas provincias están fuertemente sobrerrepresentadas por el sistema electoral. Les faltan electores, pero les sobran escaños. Entre todas, eligen 79 diputados (un 23% del Congreso, ocho puntos por encima de su porcentaje de población) y un sinfín de senadores. Un rebosamiento del voto a la derecha en la España interior sería irremontable para la izquierda en el resto del país.
La rebelión del voto mesetario es la mayor amenaza para el Gobierno Sánchez-Iglesias, pero es también el mayor problema estratégico para Casado y Arrimadas. O consiguen encauzar el malestar con una política inteligente de oposición institucional o, en la medida en que se empeñen en competir con Vox en el campo del tremendismo, la ola nacionalpopulista los desbordará. Y cuando aparezca la primera encuesta creíble con Vox a la altura o por delante del PP, habrá fiesta mayor en la Moncloa. Porque está cerca el momento en que la versión carpetovetónica del lepenismo resulte ser la tabla de salvación del sanchismo en el poder, y viceversa. Hace tiempo que ambos se percataron de ello.