Nuestras autonomías construyen su existencia solo como una relación bilateral de amor/odio con Madrid. Ese diálogo transversal nunca emprendido entre autonomías es la España real y federal, la única con alguna posibilidad de salir adelante.
Una de las imágenes más sugestivas para apreciar las virtudes y defectos de la España autonómica es la que nos proporciona el tendido ferroviario del AVE que se está efectuando progresivamente en la península, y que terminará cuando (alrededor de 2020) todas las capitales de provincia estén unidas por AVE a Madrid. Esa imagen es la de una España radial, con un único nodo en Madrid, que se configura como el kilómetro cero de todos los radios y en la que cada parte se relaciona directamente con el centro, en la manera más rápida y recta posible.
Esta figura radial es la alternativa, como resulta bastante obvio, de otro dibujo posible del esquema comunicacional del Estado: que sería la España transversal o en red, en la que las partes se relacionan entre sí directamente sin pasar por un centro obligatorio, obedeciendo a unos criterios económicos y sociales diferentes del designio político centralista. Y que es la predominante en la experiencia comparada de otros Estados extranjeros.
Es curioso observar que, siempre que en la historia se ha permitido a la iniciativa privada construir el sistema de comunicaciones y de transporte de la manera que mejor respondiera a la lógica económica y social de los territorios a comunicar (como preconizó Adam Smith), España lo ha hecho en red transversal. Sucedió al inicio de la construcción del ferrocarril en el siglo XIX, y volvió a suceder con el plan de autopistas en el siglo XX, que reprodujo inconscientemente (parece increíble) el mapa de las calzadas romanas de Estrabón de veinte siglos antes. Pero es también obligado constatar que a este mapa transversal inicial siempre se le ha superpuesto inmediatamente otro distinto, uno que obedece a una lógica puramente política de jerarquización centralista: es el trazado radial desde Madrid que se impuso a los ferrocarriles en 1870, a las autovías en 1984, y al AVE en 2000.
Esta decisión política se ha pretendido justificar, cómo no, apelando a los valores de cohesión, solidaridad e igualdad entre territorios y ciudadanos, pero a poco que se escarbe en tal justificación resulta plenamente falsa. La cohesión territorial y social de España se puede lograr igualmente mediante una estructura transversal que con una radial. La primera atiende más a las necesidades reales de los territorios, la segunda a la necesidad de centralizar rígidamente el país. No es cierto por ello que exista una sola forma de cohesionar el país; lo que sí hay es un nacionalismo español característicamente desconfiado que sólo entiende la cohesión ‘pasando por el centro’.
Bueno, pues resulta que al Estado autonómico le ha pasado lo mismo, y ese es uno de sus principales lastres para poder llegar a ser un sistema realmente federal: que ha privilegiado de manera extremosa la bilateralidad de las relaciones intergubernamentales, de suerte que cada autonomía atiende solo a su relación con el vértice, que es de donde obtiene favores o disfavores. Las relaciones transversales de cooperación e integración no interesan porque no son fuente de recursos ni de influencia. Cada autonomía en su nicho de poder y Madrid como objeto único de comunicación política, para lo bueno y para lo malo, incluso para independizarse. La misma España radial que dibuja el AVE.
¿Se imaginan ustedes una institución pública en la que se reunieran y concertaran solo los gobiernos de las autonomías, sin presencia ninguna del Gobierno central? No hablo de una esporádica ‘Conferencia de Presidentes’ como la actual, presidida por el Gobierno central, sino de una ‘Conferencia de gobiernos’ estable y regular, sin presencia ni voz ni voto del Gobierno central. Tal imagen se nos aparece rarísima a las mentes hispanas (incluso un tanto sospechosa), pero resulta que así es el órgano federal por excelencia en Alemania o Canadá. Aquí, sin embargo, suscitaría una sonrisa escéptica pues ¿de qué hablarían nuestros gobiernos autonómicos entre sí cuando no estuviera presente el interlocutor privilegiado y único? ¿Tendrían algo que decirse, exigirse, reprocharse o comentarse nuestros políticos regionales? Más bien no, nos tememos todos. Nuestras autonomías construyen su existencia solo como una relación bilateral de amor/odio con Madrid, mientras que Madrid construye su preeminencia aprovechando su situación nodal respecto a todos.
Y, sin embargo, eso que las autonomías no se dicen ahora entre sí, ese diálogo nunca emprendido, ese terreno transversal que no se ha querido dibujar, esa es precisamente la España real y federal, la única con alguna posibilidad de salir adelante como país a medio y largo plazo.
Porque la España radial del AVE (el único tren de alta velocidad con apelativo identitario que existe en el mundo) no tiene futuro: es un derroche sombrío de recursos públicos, como lo muestran las cifras desnudas (que tomo de Germà Bel): en Alemania hay 70 millones de pasajeros en alta velocidad (59.000 por kilómetro de vía), en Francia 113 millones (51.000 por kilómetro), en España 20 millones (11.000 por kilómetro). Ninguna de las líneas en funcionamiento (no digamos las proyectadas) puede llegar a tener en España el mínimo de pasajeros que justifica y hace socialmente rentable la alta velocidad, es así de sencillo. ¿No sucederá lo mismo con tanta autonomía políticamente inflada pero perdida en su bilateralidad con el centro?
El AVE ya está (casi) hecho, y habrá que apechugar con él. Pero la España federalista todavía podemos hacerla bien, estamos a tiempo.
José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 12/3/2011