ABC 06/01/17
IGNACIO CAMACHO
· Es en el ámbito elemental de la formación de la conciencia donde los soberanistas han implantado su marco hegemónico
EN Vich, comarca de Osona, provincia de Barcelona, parece existir la arraigada creencia de que la estrella que guiaba a los Magos de Oriente era en realidad la de la bandera estelada. Por eso la portan los niños en los fanalets de la Cabalgata –si bien al final en número tan moderado como su entusiasmo– y por eso la tele oficial del soberanismo retransmite en directo la singular escenificación mitológica. Sabido es que, según la pedagogía de la secesión, Cervantes era un catalán apellidado Sirvent y existen serios indicios de que también lo fuesen Colón, Hernán Cortés y Teresa de Jesús, a la que un consolidado bulo españolista atribuye prosaicos orígenes abulenses. No procede, pues, escandalizarse en exceso porque los independentistas vigitanos lleven a sus hijos a recibir a los Reyes con el símbolo sagrado. Se trata de una flagrante manipulación de la inocencia –Carlos Herrera la considera pederastia política–, pero las criaturitas no van a sufrir con ella un adoctrinamiento mucho mayor que el que ya llevan, junto con sus hermanos mayores y hasta sus propios padres, varias décadas asimilando.
El verdadero escándalo reside en la impunidad con que el nacionalismo impone a través del control de la educación su proyecto xenófobo y totalitario. No sólo mediante la inmersión lingüística, al cabo avalada por el Tribunal Constitucional, sino mediante un completo programa de instrucción sesgada y excluyente basado en una delirante falsificación de la realidad histórica y contemporánea. Es en ese ámbito elemental de la formación de la conciencia donde los soberanistas han implantado su marco hegemónico. A los adultos, mediante la propaganda; a los menores, mediante la escuela. Y eso ha ocurrido ante el desistimiento del Estado, que se ha desentendido de su responsabilidad de tutela de los derechos al tolerar la sistemática inobservancia de leyes y sentencias. La abdicación de la autoridad ha permitido a los dirigentes autonómicos dedicarse a construir su modelo bajo un principio de extraterritorialidad que les ha concedido en ciertos ámbitos una suerte de independencia de facto.
Esa es la categoría; lo de Vich es una anécdota. Esa localidad vive desde hace tiempo en un estado de secesión virtual, erigida en capital moral del destino manifiesto. Amparado en una amplia y longeva mayoría soberanista, su Ayuntamiento ha tomado toda clase de decisiones y medidas soberanas moviéndose en un limbo jurídico. La propia fantasmada de los farolillos estelados de la Cabalgata se ha repetido sin mayor alharaca en los últimos años. A buenas horas llega el lamento por la burda utilización del candor infantil y por el levantamiento de muros sentimentales, cuando ya son bien visibles los cimientos políticos, educativos y publicitarios. Después de tantas concesiones y regalos es demasiado tarde para revelarle al nacionalismo el secreto de los Reyes Magos.