La estrategia de las lágrimas

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 10/11/13

José María Ruiz Soroa
José María Ruiz Soroa

· Ahora se trata de recurrir a «todo el sufrimiento de todas las víctimas». El objetivo es el mismo: no hablar de lo que no se debe hablar.

Las palabras de nuestro parlanchín fiscal superior hace un par de semanas, cuando se metió donosamente en el jardín dialéctico de si la recién liberada Inés del Río era todavía una asesina, son altamente significativas del curso que está adoptando progresivamente el discurrir público (político) sobre el terrorismo nacionalista. Son un buen ejemplo del marco conceptual de comprensión en el que progresivamente se va metiendo con calzador el pasado o, si lo prefieren, utilizando los términos de moda entre nosotros, de qué concreta clase de ‘memoria’ se está forjando para que sea adoptada como modelo estándar por el ciudadano de a pie.

Es un marco conceptual o modelo de memoria que me atrevo a calificar de ‘personal’ o ‘privatizado’. O, mirado desde otro ángulo, un modelo ‘despolitizado’. Y me explico. Lo interesante en las palabras del fiscal no es aquello de lo que tratan, es decir, si la señora del Río merece o no ser calificada todavía de asesina, si el cumplimiento de la pena borra o no la calificación moral y jurídica del delincuente, si éste es o no una nueva persona cuando sale de la cárcel. Lo interesante es que la atención del fiscal se centre en la persona de la terrorista excarcelada y que nos proponga una reflexión/discusión sobre esa persona y sus cualificaciones morales concretas. Esta es una discusión en sí misma intrascendente y que sólo debiera interesar a la señora Del Río y a su psicólogo o terapeuta. ¡Allá ella con el manejo de sus sentimientos de culpa si es que los tiene! A la sociedad no le interesa nada esa cuestión personal, excepto como interesa al historiador puntillista saber si Hitler quería mucho a sus perros.

Pero el hecho de la focalización de la atención pública en el aspecto personal, eso sí que interesa, y mucho. Porque es toda una estrategia interesada la que hay detrás de ello, por mucho que el señor fiscal no sea consciente de ello: la de reconvertir el fenómeno terrorista en una cuestión interpersonal, en una cuestión que, al final, atañe a las personas de las víctimas y a las personas de los terroristas, y que les atañe como personas concretas, como seres humanos sintientes y dolientes. Y poco más.

Se trata de una estrategia que busca reducir el fenómeno terrorista a sus aspectos humanos, y dentro de ellos a su mínimo común denominador, que es el sufrimiento. Se focaliza la atención en el sufrimiento de las víctimas porque éste es un hecho universalizable y extensible incluso a los victimarios, a sus amigos y sus parientes. Si utilizamos el sufrimiento como guía, y a poco que sepamos manejarlo con habilidad, podremos construir todo un mundo de sufrimiento en la historia (llegando por lo menos hasta la Guerra Civil de 1936) y un universo de sufrimiento pluridireccional (descubriendo de continuo «otras víctimas» y «otras violencias»). No hay mejor camino para distraer la atención de lo particular y concreto que recurrir a la generalización. Al igual que los terroristas respondían a la acusación de violar los derechos humanos alegando que ellos defendían «todos los derechos de todas las personas», ahora se trata de recurrir a «todo el sufrimiento de todas las víctimas». El objetivo es el mismo: no hablar de lo que no se debe hablar.

En esta nueva estrategia las víctimas son (cariñosamente) desocializadas y despolitizadas: se trata de atenderlas como seres humanos sufrientes necesitados de terapia y sanación. Toda una batería de medidas propias de la clínica psiquiátrica se ponen en marcha para que las víctimas puedan hacer su duelo, puedan sublimar sus sentimientos de desquite y convertirlos en otros de reconciliación y perdón, puedan restablecer una relación humana con sus victimarios, puedan asomarse a las vivencias del otro lado de la pistola, puedan incluso ayudar a sus victimarios a regenerarse. Términos como ‘restauración’, ‘reconciliación’, ‘perdón’, ‘arrepentimiento’, ‘reconocimiento’ se convierten en los nuevos mantras. A las víctimas (y a los victimarios si se puede) hay que sanarlas, y se les anima insistentemente a emprender la terapia. Quien se opone a ello es un «rencoroso» que no quiere curarse.

Los propios victimarios administran sagazmente este proceso y sugieren que, en algún magnífico y lloroso futuro, llegarán a «reconocer» el daño humano causado. Y así todos seremos felices. Y todos esperando a que lo hagan, especulando sobre tan ansiado momento. ¡Como si tuviera alguna importancia o significado!

Por otro lado, la sociedad entera es tratada en esta estrategia como una persona, sólo que más grande. Lo que vale para las personas concretas vale también para la sociedad, también a ésta hay que reconciliarla y sanarla de la afección traumática que ha sufrido pero que ya ha terminado. Hay que ayudarle a pasar página y para ello nada mejor que construir una memoria ritual que incorpore, eso sí, el sufrimiento humano (el memorial de las lágrimas), pero que lo contextualice de manera tan amplia que todos (y todos es todos) podamos llorarlo juntos. La meta ideal de la política es conseguir un consenso (últimamente le llaman «un suelo») que permita a todos recordar el pasado juntos, es decir, olvidarlo juntos. El ideal es que no haya víctimas –salvo las ‘curadas’– ni presos sufrientes en las cárceles. Y así, que no haya conflicto, sino sólo paz.

La estrategia del sufrimiento es inteligente, sin lugar a dudas. Y además conecta muy bien con la sociedad actual, a la que le encanta chapotear en la sensiblería sentimental. A los de aquí nos permite olvidar con dignidad aquellos tiempos en que fuimos espectadores neutrales de la masacre. Y, sobre todo, permite que todas las ideas y todos los proyectos sean considerados igualmente defendibles y valiosos. Porque, al final, ninguno ha sido responsable de nada. Todos curados en una sociedad sana y nueva. ¡Para llorar de emoción!

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 10/11/13