Kepa Aulestia-El Correo
La ministra de Igualdad, Irene Montero, aprovechó el jueves la defensa de la ‘ley trans’ y de la reforma de la ley del aborto de 2010 para recordar en el Congreso que sus propósitos van más allá. El presidente, Pedro Sánchez, aprovechó su periplo europeo ayer para subrayar que hay mucho que hacer a partir de la promulgación de esas leyes y de la del ‘solo sí es sí’ que los socialistas parecen dispuestos a corregir prescindiendo de Podemos. La tarea pendiente a la que apelan ambos dirigentes es presumiblemente distinta. El contexto sugiere que Sánchez se refiere a la necesidad de aplicar y asentar las nuevas normas. Mientras que el contexto invita a pensar que Montero cree que esas normas se quedan cortas. Para un socialista o para un morado la diferencia puede resultar abismal. Pero para el resto de los mortales la pretensión progresista de transformar la realidad echando mano del BOE tiende a ser exagerada, ilusa, obsesiva y cansina. Sin que los ciudadanos tengan por qué distinguir entre las misiones igualitarias o justicieras de los dos socios de gobierno.
La utopía progresista es inalcanzable, y por eso mismo se vuelve perpetua. Puesto que las injusticias a desterrar o superar, dependiendo del ímpetu revolucionario, son infinitas. Y, además, cabe descubrir cada día otras inadvertidas hasta ayer mismo siguiendo la lógica de la inflación de aspiraciones que se reclaman como derecho. Hasta el punto de que los nuevos requerimientos pueden orillar demandas más veteranas como si no fuesen lo suficientemente justas. El mantenimiento al alza de la utopía es una necesidad política que las izquierdas sienten como obligación. Y en ello PSOE y Unidas Podemos acaban confundiéndose, y Yolanda Díaz retarda otro mes la conversión de Sumar en una opción electoral diferenciada. Pero meses de ensimismamiento en torno a la ley del ‘sólo sí es sí’ y otras iniciativas legislativas que las izquierdas insisten en presentar como cruciales llevan al progresismo a olvidarse del resto del país. Reconociendo si acaso sus facetas más repugnantes.
Aunque Pedro Sánchez trate de adelantarse en cuatro meses y medio al semestre de presidencia europea que iniciará el 1 de julio, cuando su titular sueco lleva solo mes y medio con sus prioridades, la naturalidad con que se admite que una ministra, Ione Belarra, considere que el Gobierno del que forma parte ha contribuido erróneamente a una escalada bélica que, a todas luces, seguirá comprometiendo a nuestro país, impide que el presidente alegue ser atlantista o parecido. Es inevitable que millones de ciudadanos tiendan a juzgar al Gobierno más por sus defectos que por sus virtudes, y sin distingos. La estrategia de Podemos es la del lastre, que incluso permite asegurar el rumbo y hasta la flotabilidad, imponiendo al piloto condicionantes de los que nunca podrá librarse mediante declaraciones. Del mismo modo que una legislación liberadora puede, al mismo tiempo, sentirse como losa.