IGNACIO CAMACHO-ABC
- Sánchez pretende arrastrar a todo el sistema político en una dinámica suicida de conflicto banderizo
Una de las cosas que Sánchez no quiere o no puede entender de su derrota es que los ciudadanos no hayan premiado una aceptable gestión económica. Entendámonos: sus datos macro no van a hacer historia pero ha eludido la amenaza de una crisis ruinosa que parecía inesquivable tras un otoño de inflación devastadora. Y aunque sea a costa del sobresfuerzo fiscal de las clases medias ha podido embridar la factura energética y recaudar lo suficiente para practicar políticas de transferencia de renta que sin embargo no han tenido suficiente eco en su clientela. Lo que al presidente le cuesta aceptar es que el problema reside en él mismo, en Su Persona, en el descrédito que le rodea. Que se ha convertido en un personaje antipático y ésa es la causa principal de su descalabro. Que lo han abatido sus engaños, su soberbia, sus contradicciones, sus pactos. Que en términos electorales es un chicharro, una figura envuelta en una creciente oleada de rechazo.
Y la única respuesta que se le ha ocurrido –quizá la única posible para soslayar el diagnóstico autocrítico– consiste en redoblar el desafío y convocar a los españoles a otro plebiscito, el definitivo. Jugarse a cara o cruz su destino al precio de comprometer también el de su partido, otrora un pilar constitucionalista y hoy un vulgar epígono del más descarnado populismo. Como no le ha funcionado el intento de vender un liderazgo positivo, pretende arrastrar a todo el sistema político a una dinámica de conflicto donde el adversario democrático quede reducido a la condición de enemigo desprovisto de cualquier consideración de respeto cívico. Una rudimentaria confrontación que vuele todos los puentes intermedios, achique aún más el espacio de centro y elimine por completo cualquier futura, remota posibilidad de concordia o de consenso. La dialéctica exaltada de extremos opuestos como colofón de una legislatura dominada por una consciente excitación del instinto de enfrentamiento.
La Moncloa promete una «campaña disruptiva», es decir, una salvaje, implacable estrategia de radicalización banderiza. Trincheras ideológicas –es un decir porque no habrá ideas sino sentimientos identitarios utilizados como armas arrojadizas– cavadas para librar un combate de polarización paroxística. La alerta antifascista contra la ofensiva antisanchista. Todo pinta a que volverá a perder, pero cualquiera que sea el resultado de esa operación suicida dejará un paisaje de devastación, un panorama de estragos que pondrá al ganador muy difícil la reconstrucción de un país emocional e institucionalmente fracturado, dividido a conciencia por un dirigente irresponsable que ni siquiera sabe digerir sus fracasos. Al revés que los marinos honorables que en caso de catástrofe se hunden con su barco, Sánchez está dispuesto a exponer la nave, y la flota entera si es necesario, en la improbable evitación de su propio naufragio.